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Sobre este blog

Este blog pretende ser la primera ventana a la publicación de los futuros periodistas que ahora se están formando en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV/EHU. Son las historias que los propios estudiantes de periodismo proponen a nuestros lectores.

Un plato solidario rodeado de abundancia en Getxo

El comedor social de Algorta, en Getxo

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Es domingo. Hace sol pero no calor. El tintineo de las copas brindando, risas y un barullo no muy alto pero constante inundan la Plaza Tellagorri de Algorta, más conocida como la Plaza del Tilo. Los hombres llevan chaleco, pantalones chinos y gafas de sol. Las mujeres, abrigo, botas con tacón y los labios muy pintados. Todas las personas tienen algo en la mano; algunas beben cerveza, otras un Rueda, el clásico vino blanco del ‘poteo’ de los domingos, y los más pequeños arramblan con los platos de rabas. Entre todo este escenario de vidas solucionadas y domingos de ‘relax’, anda Francisca Noriega, Paquita. Cruza la plaza esquivando espaldas y copas, en silencio y sin apenas reparar en su alrededor. Es su pan de cada día. Continúa calle abajo cien metros y se pone a la cola. Con ella también está, entre otros, Tobías Odianela, un senegalés afincado en Getxo que supera los 60 años. Están esperando a que les den de comer. No tienen con qué pagarlo.

Paquita tiene 73 años, es una mujer maltratada, enferma y con recursos insuficientes para vivir. Por eso, cada día a las 11:45 espera en la puerta del comedor social de las Hijas de La Caridad, en Algorta, a que ellas le den una bolsa con la comida, la cena y el desayuno de sus próximos dos días. De los siete comedores sociales en Bizkaia, “este es el único oficial en Getxo”, relata Mertxe Iturralde, o sor Mertxe, hermana de las Hijas de La Caridad. Ella es quien se ocupa de la gestión del comedor. Y dice oficial porque no son ellas las únicas que dan comida a personas que lo necesitan. La parroquia de los Trinitarios de Algorta, a escasos cinco minutos de distancia andando, da bocadillos cada día a una docena de locales. La mayoría son personas sin techo.

El caso de los Trinitarios, sin embargo, no es lo habitual. Sor Mertxe cuenta que ellas se someten a todo tipo de controles: “Cada día tenemos que medir la temperatura de las neveras y congeladores, la temperatura a la que cocinamos y la de la comida una vez lista para servirse”. Una vez al año, inspectoras de Sanidad se acercan y recogen el registro de las temperaturas de cada día, examinan las neveras y el congelador, la caldera del centro y el sistema anti incendios. Después se van. Todo esto está establecido en la Reglamentación Técnico-Sanitaria de los Comedores Colectivos que, por ejemplo, establece que “las comidas refrigeradas deben almacenarse en cámaras frigoríficas que aseguren una temperatura de conservación inferior o igual a 3ºC”. Un seguimiento exhaustivo que sor Mertxe comprende: “No podemos dar comida en mal estado”.

Cada día tenemos que medir la temperatura de las neveras y congeladores, la temperatura a la que cocinamos y la de la comida una vez lista para servirse

Impacto de la pandemia

Esa comida hace ya dos años que no solo la sirven en plato. Con la pandemia, tuvieron que cambiar su modo de trabajar porque no podían abrir el centro. “Cada día venían las personas desde sus casas y, en la puerta, les dábamos una bolsa con la comida y la cena en táper, dos piezas de fruta y, cada dos días, un bric de leche y un tubo de galletas María para desayunar”, relata sor Mertxe. Cuenta también que, con ayuda de la DYA, a las personas sin hogar se las llevaron a un polideportivo de Getxo. Esta decisión también fue apoyada por el Gobierno vasco, que ha mostrado una conciencia clara respecto a las personas sin techo en planes como es la Estrategia Vasca para Personas Sin Hogar. Tras el confinamiento continuaron funcionando así, puesto que la incidencia era alta y ellas no querían correr el riesgo de contagiarse.

Cada día venían las personas desde sus casas y, en la puerta, les dábamos una bolsa con la comida y la cena en táper, dos piezas de fruta y, cada dos días, un bric de leche y un tubo de galletas María para desayunar

sor Mertxe

A día de hoy, en el comedor social comen en torno a veinte personas, muchas menos que antes de la pandemia. Pero no porque no puedan, sino porque con el cambio de funcionamiento, muchos usuarios expresaron que preferían seguir cogiendo la comida en táper. Mertxe explica que cuando reabrieron el centro en junio de 2021 era ya verano, y que muchos dijeron preferir coger la comida en táper para comerla donde quisieran y cuando quisieran, al aire. De esta forma, son otras 35 personas las que cogen la comida y se la llevan. Entre ellas, Paquita: “Yo estoy contenta. Me dan la comida, me la llevo a casa, como tranquila y luego me echo la siesta en el sofá. Es más cómodo”. 

Trabajo con otras entidades

Todo este trabajo exige colaboración para poder ser desempeñado y las Hijas de La Caridad cuentan con la ayuda de otras entidades. Es más, ellas solo gestionan el comedor social, las duchas y la lavandería del centro. Más allá, el Ayuntamiento es el primer agente con el que trabajan. Desde el Área de Cohesión Social, Catalina Rebolledo, una trabajadora social, se encarga de la selección de personas que asisten al comedor y de crear los bonos que les darán acceso al centro de las monjas. Asimismo, sor Mertxe suspira al contar que el Banco de Alimentos también les da comida, consciente de que sin esa ayuda todo sería más complicado. 

Otra de las entidades que proporciona comida al comedor de las monjas es Oreka, una empresa local que se dedica a la redistribución de excedentes alimentarios de diferentes empresas en el sistema y que les da comida una vez por semana. Denis Ugalde, uno de los dos socios de la empresa, cuenta que siempre había tenido mucha vinculación con proyectos sociales y voluntariados, y pensó que sería una muy buena idea “enfocar al ámbito social” su actividad en Oreka. En cuanto al reparto de trabajo dentro del convento, hay otras dos monjas que ayudan a Mertxe en la gestión del comedor, así como un voluntario. Solo uno, los demás dejaron de ir. “La mayoría eran mayores y, con la pandemia, o sus hijos o nosotras les dijimos que no vinieran para no ponerles en riesgo”, aclara Mertxe.

Ese voluntario, que, de hecho, acude todos los días a las comidas, es José Ignacio Núñez, o Txetxu. Lo lleva haciendo los últimos seis años, excepto en el periodo de confinamiento más estricto. “Mi mujer, que es la coordinadora de las catequistas de la parroquia de San Nicolás y suele tener relación con las monjas, me dijo que necesitaban ayuda en el comedor”, recuerda José Ignacio. Comenzó acudiendo los fines de semana tanto en el desayuno como en la comida. “Lo mejor de todo es que me da una tremenda alegría dar ese granito de arena que Dios nos pide a todos -cuenta Txetxu sonriente-, estar aquí me aporta más a mí que a ellos”.

Comedor y centros de día

En el mismo edificio conviven con el comedor social dos centros de día, uno foral y el otro municipal. Estos los gestiona Sortarazi, una asociación dedicada al desarrollo y la inserción de personas en situación de exclusión y con la que las Hijas de La Caridad llevan años trabajando. Naroa Puyo, educadora social de la asociación explica que “el foral es un centro más especializado, con procesos de inclusión de usuarios que están dispuestos a esforzarse por cambiar aspectos de su vida a mejor”.

Al municipal, por el contrario, pueden acudir personas que no quieran mejorar su calidad de vida, según Naroa, que explica además que puede ser que estén durmiendo en la calle y que solo quieran acceder a los servicios de las monjas. Se trata, según ella, de atender con “dignidad” a las personas que se encuentran en exclusión. También cuenta que la diferencia principal entre ambos centros de día es la fuente de financiación. El foral es financiado por la Diputación Foral de Bizkaia, mientras que el municipal, por el Ayuntamiento de Getxo. Así, el primero está más orientado a dar un acompañamiento integral a las personas y, el segundo, a ofrecer servicios que soliciten los usuarios en un momento dado.

En cuanto a la gestión, Sortarazi pone el equipo humano, mientras que es Servicios Sociales quien selecciona a las personas. No obstante, Naroa Puyo relata que “hay veces que viene gente tocando el timbre pidiendo ayuda”. En esos casos, ella y sus compañeras se encargan de hacerles una primera acogida y de citarles con los Servicios Sociales del Ayuntamiento para que entren en la red de protección social. Pero la mayor dificultad no viene de la organización, sino de la financiación.

El Ayuntamiento aporta al año 30.000 euros para el comedor social a modo de ayuda. Una cantidad que, a juicio de Mertxe, podría ser mucho más alta. Cuando llegó aquí hace cuatro años se quedó “asombrada” con esa cantidad de dinero y no para bien. Por eso, en la primera reunión que tuvo con el Ayuntamiento, fue clara. Hizo cálculos y les explicó que con el dinero que el Ayuntamiento aportaba al centro ellas podrían atender tan solo a cuatro personas durante todo el año y a una quinta cada dos días, frente a las 53 que atienden actualmente. “Creo que no fui exagerada calculando 9 euros al día por persona en comida”, detalla.

Por eso sor Mertxe agradece la ayuda de otras entidades. Aun así, “si no nos llega, llamo a León y pido dinero”, confiesa. Llama a León, donde se encuentra la casa central de las Hijas de La Caridad, y pide refuerzos. “Y es que aun sabiendo que los servicios sociales siempre son deficitarios y que no te van a pagar el 100% de los gastos, no queda otra, ¿a dónde voy con el dinero que nos dan?”, lamenta. A pesar de todo, está contenta de tener el comedor y de poder alimentar a tanta gente. Todas las mañanas a las 11:30 ella y las otras dos hermanas preparan las bolsas y los táperes con la comida de la cocinera y, a en punto, abren la puerta.

Así, a las 12:05, por lo general, Paquita ya tiene su comida en la mano. Les da las gracias y habla un rato, porque eso a ella le encanta. Se abriga bien con la chaqueta, coge la bolsa y comienza el camino de vuelta a casa. Sube la cuesta hasta la Plaza del Tilo y, en apenas diez minutos, pasa de estar en la cola a volver a esquivar las copas de rueda y vermú. Después de la plaza, cinco minutos más andando y llega a su casa, donde con calma se sirve y come con la televisión de fondo.

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