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15 años sin Mario

Esozi Leturiondo

Cuentan que en una ocasión le preguntaron a Borges si sentía el peso de ser un personaje histórico y que, con su inteligente sentido del humor, respondió: “Este… todos somos históricos, ¿no?”.

Hace 15 años se me fue “como del rayo” mi marido que era Mario Onaindia, “con quien tanto quería”. No me corresponde a mí decir nada de su lugar en la historia. A veces algunos me han hablado de su despertar a la conciencia política con aquel Proceso de Burgos marcado por el instante en que Mario, de acuerdo con todos sus compañeros, en nombre de todos sus compañeros, en nombre de muchos vascos, se levantó y pronunció un discurso que a nadie dejó indiferente.

Mario fue también el símbolo del comienzo de la desintegración de la lucha armada, de la entrega de las armas de ETA-pm, de la difícil construcción de la confianza con los otrora encarnizados adversarios llegando, no sé si a la amistad pero desde luego, al desarrollo de un profundo respeto mutuo con Juan José Rosón. Otros hablarán de estos acontecimientos y juzgarán a Mario con más objetividad que yo.

Yo quería hablar de otra faceta: de lo que siente la familia más allá del personaje público, de lo que significa querer y perder a alguien a quien muchos creen conocer y poder juzgar. Puede que Euskadi perdiera un gran político, pero yo perdí un compañero con un impagable sentido del humor. ¡Cómo me gustaría ahora oír sus comentarios sobre estos momentos políticos tan nuevos que vivimos!

Me apena pensar que hayamos perdido la oportunidad de ser juntos los abuelos de esta nieta que hace unos meses nos nació. Lamento que no disfrutemos ya de nuestro querido Lanzarote, testigo de su amor a la lectura y refugio de escritor, el lugar que nos cobijó cuando la presión en nuestra tierra llegaba a ser asfixiante.

Mario vivió para la libertad. Quisiera yo respetar la libertad de quienes estos días harán juicios sobre él. Quisiera que, como en el dicho latino, la tierra fuera leve sobre él y aún más leve el juicio de sus conciudadanos. Ante tales juicios quisiera alegar que militares de uno y otro lado lo condenaron ya.

En su favor puedo decir con justicia lo que Manrique dijo de su padre: “Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero”. Y como Manrique es siempre buena compañía cuando se sufre de la ausencia de alguien querido, para mí me digo: “y aunque la vida perdió dejónos harto consuelo su memoria”.

Cuentan que en una ocasión le preguntaron a Borges si sentía el peso de ser un personaje histórico y que, con su inteligente sentido del humor, respondió: “Este… todos somos históricos, ¿no?”.

Hace 15 años se me fue “como del rayo” mi marido que era Mario Onaindia, “con quien tanto quería”. No me corresponde a mí decir nada de su lugar en la historia. A veces algunos me han hablado de su despertar a la conciencia política con aquel Proceso de Burgos marcado por el instante en que Mario, de acuerdo con todos sus compañeros, en nombre de todos sus compañeros, en nombre de muchos vascos, se levantó y pronunció un discurso que a nadie dejó indiferente.