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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cinco años 'de paz'

Año 5 del cese de la violencia: una ETA agónica se extingue casi en silencio

Raúl López Romo

Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo —

Si tomamos al azar un periódico de hace más de cinco años, al hojear su contenido encontraremos pasajes como este:

“Ambos profesores fueron los destinatarios de un sarcástico ”comunicado sentimental de los intelectuales“ difundido en el campus de Vitoria por Jarrai. En castellano se les acusaba de ”españolazos“ y ”traidores“. El final del texto, redactado en euskera, advertía: ”las agujas del reloj marchan hacia adelante. El tiempo se está acabando“. A Portillo se lo han recordado recientemente en una nota dejada en su despacho: ”Tu vida ha empezado la marcha atrás. Vete mientras te quede tiempo“ (El País, 14 de junio de 1998).

Como tantos otros amenazados por ETA, Txema Portillo y Jon Juaristi, los profesores a los que alude la cita, se vieron obligados a exiliarse. Los cinco años que han transcurrido desde el “cese definitivo” del terrorismo de ETA nos han alejado de situaciones como la descrita. No obstante, en el País Vasco sigue existiendo una amplia cuadrilla de fanáticos cuya actuación recuerda a la de las escuadras fascistas de las décadas de 1920 y 1930. Véase la reciente agresión de una turba contra dos guardias civiles y sus novias en Alsasua o el destrozo en marzo de este año de la biblioteca del campus de Álava de la Universidad pública vasca (el mismo campus que aparece mencionado más arriba). La “izquierda abertzale” ha sembrado el odio durante décadas. No es de extrañar que sus secuaces más brutos no hayan interiorizado aún lo del “nuevo tiempo ilusionante” y les dé por apalear a un “enemigo del pueblo” o por destrozar bienes públicos, como les enseñaron que debían hacer si ellos también querían ser considerados héroes y tener sus fotos colgadas en el altar de la herriko taberna.

Puedo poner otro ejemplo que conozco bien. Hace un año y medio alguien dedicó unos minutos de su existencia a pintar dos veces una amenaza, en la casa de mis padres y en la acera junto al negocio de mi aita: “Raul entzun, gora ETA” (Raúl escucha, viva ETA). Ese Raúl soy yo y esa ETA es la que ha matado a 845 personas y herido a más de 2.500, 709 de las cuales sufrieron gran invalidez. Debemos pensar en todas y cada una de las vidas truncadas que hay detrás de las frías cifras. Ignorar a las víctimas en nombre del “nuevo tiempo” que vive el País Vasco supone dejar tiradas a miles de personas para las cuales el terrorismo no es un mal recuerdo, sino una realidad que las marcó para siempre, hasta hoy. Historia y memoria, mucha historia y mucha memoria es lo que necesitamos.

Mi aita borró la pintada de su negocio con un estropajo y aguarrás. Luego tapó la otra pintada, la de su casa, con unos brochazos de pintura del mismo color que el usado por quienes nos quisieron dejar marcados. Solo después de su operación de limpieza me informó de lo que había pasado. No satisfechos con su valerosa acción nocturna, al cabo de unos días volvieron a las andadas. Esta vez fueron más explícitos: “Argi ibili” (ten cuidado), escribieron.

Con estas líneas quiero animar a los amenazados, a las víctimas, a seguir dando a la luz sus valiosos testimonios, tal como hizo Íñigo Domínguez hace poco en Jot Down (“Viviendo con los etarras”). También quiero rememorar a la buena gente que hizo frente al terror en los “años de plomo”. Han pasado demasiadas cosas como para que ahora nos traguemos que todos hemos sido víctimas y culpables en cierto grado, así que todos deberíamos hacer autocrítica. Entre los justos y los injustos se abre un profundo abismo: el de la responsabilidad moral. Ni toda la retórica beata del mundo podrá salvar esa distancia sideral.

En el País Vasco ha habido un ataque contra la libertad que se ha prolongado hasta ayer y que aún hoy da coletazos contra alguna de las categorías sociales estigmatizadas: policías, militares, jueces, políticos, periodistas, profesores e intelectuales no nacionalistas, funcionarios de prisiones, etc. Todos eran víctimas potenciales de la pena de muerte. Cerca de 1.000 personas (concejales, empresarios, fiscales…) llegaron a llevar escolta simultáneamente (en el año 2002) para garantizar su seguridad.

Las cifras que aquí aporto de víctimas mortales, heridos o escoltados provienen de un libro de historia que escribí en 2015: Informe Foronda: los efectos del terrorismo en la sociedad vasca. Al publicarse sus resultados, algunos quisieron ventilar de un plumazo la rotundidad de los datos: “Argi ibili”. En suma: estamos ante la simplicidad de la consigna agresiva frente a la complejidad de la investigación académica. Joseba Arregui propone que el futuro Memorial para las víctimas del terrorismo en Vitoria recoja una idea que va en esa misma línea: un montaje audiovisual muestra un parlamento en el que se suceden los debates, el diálogo, el intercambio de opiniones diferentes. Una de las voces empieza a cobrar protagonismo, a elevarse por encima de las demás. Al final todos callan porque el chillón pone una pistola encima de la mesa. Esto refleja la tensión entre, por un lado, la pluralidad de toda sociedad moderna y, por otra parte, la brutalidad de la fuerza a la que algunos nos quisieron someter. Parafraseando a Kepa Aulestia, ya no se puede temer igual a una organización terrorista que no dispara más que comunicados, aunque también es cierto que se sigue callando, bajando la voz o mirando bien con quién se habla de ciertos temas.

Jean Améry, judío superviviente de Auschwitz y Buchenwald, dedicó algunas de las páginas más impactantes de sus memorias, Más allá de la culpa y la expiación, a relatar las torturas que sufrió a manos de la Gestapo tras ser detenido en Bélgica como miembro de la Resistencia. Para Améry esas torturas no eran simplemente una excrecencia del nazismo, una herramienta solo útil para mantener el control social y la seguridad del Estado, sino que eran la misma esencia del régimen nacionalsocialista. Los golpes e insultos, en suma, la deshumanización de las víctimas, era el concentrado que mejor resumía aquel sistema perverso. De igual modo, aunque nos hemos acostumbrado a contemplar el atentado terrorista como la actividad más extrema (y por tanto podría pensarse que la más aislada y excepcional) del nacionalismo radical, lo cierto es que el llamado MLNV se estructuraba en torno a la comprensión, legitimación y protección del terrorismo y de quienes lo ejercían: su “vanguardia armada”. El meollo del MLNV está en la bala que un fanático metía en el buzón de un concejal socialista o popular, o en la nota que alguien dejaba sobre la mesa del despacho de un profesor universitario apremiándole a que abandonara Euskal Herria.

No es ocioso tener presente todo esto ahora que llegamos a los cinco años “de paz” y ETA es una organización con una presencia operativa insignificante. Lo que no es irrelevante es su larga trayectoria de terror, que es preciso conocer con el máximo rigor, algo que compete en primer lugar a unos transmisores de verdades incómodas: los historiadores.

Tras años de exilio forzado Txema Portillo sigue con su profesión y hoy vuelve a impartir clase en el campus de Vitoria.

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