Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Crisis y gobierno democrático de la economía
“Unas veces se gana; otras, se aprende”. Aunque tampoco hay garantía de eso. Es evidente que, cuando las cosas van bien, el ser humano tiene tendencia a reproducir rutinas, sin cuestionarlas; y que las situaciones de crisis, cuando las cosas fallan, se pueden convertir en momentos de oportunidad, de cuestionamiento, de aprendizaje. Por desgracia, no siempre se aprovecha la oportunidad que conlleva la crisis para extraer enseñanzas.
La economía del bien común parte precisamente de la premisa de que cuando las cosas vienen bien dadas, las personas tendemos más a a competir que a cooperar, mientras que cuando se producen situaciones catastróficas, suelen invertirse los términos de la ecuación y la mayoría de las personas, suelen sacar lo mejor de ellas mismas. Y la premisa a partir de la cual desarrolla su propuesta teórica, es que el Estado debería incentivar los comportamientos económicos más cooperativos, más igualitarios, más participativos y más respetuosos con el entorno.
Las catástrofes promueven la cooperación y la solidaridad precisamente porque ponen en evidencia algo a lo que nos empeñamos en vivir de espaldas: la idea de la fragilidad, la idea de los delicados y siempre precarios equilibrios de la vida, tanto de la vida humana como de la vida del planeta. Y frente a esa fragilidad, frente a esa consciencia repentina del fin de la vida, queda al desnudo el que ha sido entronizado como motor casi único del mundo: la idea del individualismo competitivo; del uso intensivo del tiempo en la producción y en el consumo de bienes materiales, dentro de un ciclo de acumulación ilimitada y radicalmente desigual.
Las catástrofes nos sacan -al menos temporalmente- del ensimismamiento individualista del liberalismo más burdo y nos obligan a vernos como miembros de una comunidad con relaciones de interdependencia, haciendo aflorar, por pura necesidad, los valores de la solidaridad y del republicanismo cívico, reducidos a la irrelevancia dentro de nuestro modelo de desarrollo. Ya decía Erich Fromm que los valores del capitalismo configuran el carácter de las personas y nos vuelven más despreocupados por los demás, más egoístas, ávidos y codiciosos. En su jerarquía de valores pervertida, “el capital está más alto que la mano de obra; la acumulación de riquezas, más alta que las manifestaciones vitales”.
Si el viejo capitalismo productivo que conoció Fromm ya conllevaba una profunda perversión en los valores, ni qué decir de lo que sucede con el capitalismo financiarizado. Hoy la acumulación de riqueza en el mundo se distribuye a medias entre la que posee una base productiva y la meramente especulativa. Especular en sí, no es necesariamente malo. Cualquiera que compra un bien que no es de consumo, tiende a hacer cálculos sobre cómo evolucionará su valor en el futuro. Lo que sí es malo es vivir de especular, dedicarse a comprar cosas con el único objeto de revenderlas más caras sin aportar ningún valor añadido. Porque si no hay valor añadido, si el benefiio se obtiene sólo de mover dinero de un lugar a otro, aunque sea inconscientemente, el objetivo de la actividad especuladora es lucrarse en base a las pérdidas a las que se induce a otros.
En resumen, las crisis son momentos de oportunidad para el civismo, la solidaridad e incluso la fraternidad, pero también lo son para el saqueo y la rapiña. Todas las crisis anteriores han sido momentos de oportunidad para la especulación a escala gigantesca y para la concentración de la riqueza en pocas manos. Los mecanismos son muchos, pero la bolsa de valores es el más eficiente. Porque, incluso cuando se respetan las reglas y los grandes no intervienen con ventaja -información privilegiada….-, aún así gana generalmente quien no se deja arrastrar, ni actúa de forma reactiva. Y la gran masa de pequeños inversores actúa por reacción en cadena y es presa fácil del pánico. Sólo los fuertes suelen permitirse invertir a contracorriente y hacerlo anticipándose a los movimientos de los débiles. Aunque es fácil intuir que determinadas informaciones van a inducir caídas en cascada y otras, por el contrario, tendencias alcistas, es difícil no caer presa del pánico cuando todos quieren vender. Y el mecanismo bursátil es sólo uno de los muchos instrumentos que precipitan en momentos de crisis la concentración de riqueza en pocas manos. También están los fondos buitres, presionando sobre las propiedades de las personas a las que la crisis deja sin recursos, aquellas empresas que obtienen posiciones ventajistas en la intervención del Estado frente a la crisis, y un largo etcétera de ventajistas.
¿Qué les queda en tiempos de crisis a las personas de a pie, a quienes carecen de capital y de privilegios? Además de esa solidaridad o fraternidad, les debería quedar el Estado. Por eso en estos días, todos vuelven la mirada, reclamando protección y seguridad de las instituciones públicas; incluso los que hasta ayer mismo exigían su desmantelamiento. Los defensores de la globalización sin control, de la desregulación, de las privatizaciones y externalizaciones, callan y disimulan, cuando no hiperventilan cínicamente contra el mínimo error de las instituciones.
Es el momento del republicanismo cívico, de la firmeza de las instituciones frente a los poderosos y de la pedagogía democrática, que ha sido siempre pedagogía de la igualdad y que necesita, hoy más que nunca, ser pedagogía de una nueva escala de valores, a partir de la comprensión del ser humano y del mundo desde la fragilidad y desde la necesidad de los cuidados. Ojalá no tengamos que repetir las palabras del economista austríaco Christian Felber sobre la última crisis: “La lección más dolorosa de la crisis es que estamos siendo testigos de un proyecto en contra de la democracia y de los derechos fundamentales, políticos y sociales”. Esta vez, la salida no debe ser menos, sino más democracia, más control democrático de la actividad económica. Y eso requiere que quienes toman las decisiones políticas no sean conniventes con las élites financieras a través de los lobbies y de las puertas giratorias.
*Roberto Uriarte Torrealday, profesor de Derecho constitucional, Diputado por Bizkaia de Unidas Podemos
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