Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Educación para la Convivencia
“¡Estas Navidades, turrón de la viuda!”. Durante años hemos visto esta expresión –con estupor y vergüenza- en los muros de nuestros centros educativos. Afortunadamente hoy forma parte del pasado. No ocurre lo mismo con otras, como “¡Cuidado con lo que haces, sudaca de mierda!”, o “¡Mola tener un novio celoso!”, que siguen presentes en muchas conversaciones del alumnado actual. Es cierto que nunca han sido mayoritarias, pero poco patio ha recorrido quien no las haya oído/leído como docente en alguna ocasión.
Nuestras respuestas, sin embargo, han sido variadas en todos los casos. La más sensibilizada habrá intervenido en esas charlas, con intención de provocar rectificaciones, les habrá advertido de lo inadecuado de utilizar estas formas despreciativas y de la conveniencia de sustituirlas por expresiones menos agresivas. Habrá aparecido por ese patio, también, el/la “profe” preocupado/a únicamente por sus clases y resultados, quien, con cierta seguridad habrá vuelto la vista y con un gesto de repentino enfado -que no aclara qué le ha molestado más, si la interrupción o la nefasta expresión- continuará con su paseo en la búsqueda de soluciones a sus verdaderos problemas “educativos” que tal exabrupto ha eclipsado momentáneamente.
Es probable que esas expresiones también hayan llegado a los oídos y los ojos de compañeros y compañeras, quienes, por una prudencia mal entendida o por considerarlo simplemente chiquilladas, habrán pasado de largo, sin mostrar ninguna inquietud ante lo escuchado, sin el más mínimo gesto de desaprobación y, lo más peligroso, enviando síntomas de importarle muy poco de qué habla su alumnado cuando se encuentra entre iguales.
La administración educativa vasca, mientras tanto, mira hacia otro lado. Episodios como estos –argumenta- son aislados, apenas se detectan en los últimos años. Ello, sin embargo, lo único que evidencia es que el sistema de medición empleado para abordar tales situaciones es altamente cuestionable. Además, se olvida de que dispone de un organismo propio –el Observatorio de la Convivencia de Euskadi, lugar de encuentro de todos los agentes educativos- que lleva cuatro años sin convocar.
No, nada de esto refleja la educación por la que deseamos trabajar. Ni las expresiones adolescentes de violencia, ni las actitudes laxas docentes, ni la respuesta administrativa.
Las situaciones descritas tienen que hacernos reflexionar como sociedad, y, por supuesto, como profesionales de la educación que somos. Situaciones que dan una referencia del entorno social en el que vivimos, que muchos/as –cada vez más- consideramos inadecuado para demostrar nuestra condición de seres humanos, aspirantes a vivir en democracia y a compartir valores ciudadanos, solidarios e integradores.
Porque no estamos ante un tema baladí, por más que algunos/as así quieran presentarlo. Lo que está en juego es,ni más ni menos, todo un debate en torno al sistema de valores a trabajar con el alumnado, aquel que marque la respuesta ciudadana que darán las próximas generaciones. Y este no es, precisamente, un debate inocuo, intranscendente, mantenido artificialmente por los medios de comunicación para mejorar sus cuentas de resultados.
Es, por una parte, un debate político, una ácida controversia en la que los distintos partidos vascos deben involucrarse con decisión, porque en el fondo, como en otro sinfín de asuntos, se están debatiendo formas distintas de “hacer país”. Así, es cierta la voluntad unánime manifestada por los partidos para superar la violencia terrorista por otras formas pacíficas de intervenir en la política. Pero no es menos cierta la discrepancia ideológica sobre el papel que las víctimas y la propia memoria colectiva deben jugar en el nuevo escenario creado tras la desaparición de ETA. Quizás sea, como apunta Jose Mari Salbiodegoitia que lo que está en entredicho en Euskadi es si gozamos de una sociedad plural o de otra pluralista, con fuerte tendencia a la homogeneización: “Tenemos la tendencia a reclamar el pluralismo hacia afuera, pero practicar la homogeneidad hacia dentro de nuestra sociedad. Contradictoriamente, se reclama el pluralismo de los pueblos y la homogeneidad de sus miembros. También hay que reclamar el pluralismo en el seno de la sociedad vasca”.
La Educación para la Convivencia es, también, un debate social. Estamos orgullosamente convencidos/as de que Euskadi está alcanzando la integración del extraño, del externo, del migrante. Con cierta satisfacción, observamos que nuestro alumnado convive en el aula con niñas y/o adolescentes de etnias, patrias y culturas diversas sin mayor dificultad. Tendemos a engañarnos con la creencia, convenientemente aderezada desde la teoría educativa (integradora, inclusiva) de que la Escuela vasca saca buena nota en multiculturalismo, ante la ausencia de episodios dramáticos como los que se viven en otras comunidades españolas.
Pero la realidad que analizan investigadores educativos y se plasma en informes institucionales y de organizaciones no gubernamentales muestra otra inquietud: hay actitudes permeables al racismo inmersas en la sociedad ante las que la Escuela se muestra débil. Es necesario, como subraya, entre otros, Jesús Prieto, abordar otras medidas, más allá de la enseñanza de la lengua, el apoyo educativo o los Planes de Intervención Individual para el alumnado recién llegado. Actuar a favor de una sociedad intercultural es fomentar el mutuo reconocimiento. “Es necesario no solamente hablar de vivir juntos, sino practicar ese jugar, reír y sentir juntos”.
La Educación para la Convivencia es, además, un debate de género, porque necesariamente nuestra sociedad tiene que hablar, pensar y actuar también en femenino. Leer todos los años el triste balance de mujeres víctimas de la violencia de género, con la misma impasibilidad con la que seguimos otras noticias, es no entender la gravedad de lo que esta sociedad está permitiendo. Asistir desde el entorno educativo a una relajación de las alarmas que deberían estar permanentemente encendidas en las actitudes permisivas de docilidad ante la fuerza masculina, de consentimiento ante los comportamientos recelosos machistas, es síntoma de una sociedad enferma, en la que el sistema educativo no está cumpliendo su misión. Así lo manifiestan Usategui y Del Valle, cuando advierten de que en el medio escolar en materia de igualdad se ha instalado la creencia de que no queda mucho por hacer. Y hay mucha tarea pendiente, como lo demuestran esas actitudes de aceptación de gestos violentos acompañados de otros de cariño, o esos silencios cómplices de cuadrillas ante comportamientos provocadores hacia los/as débiles de la clase, o ese profesorado que no interviene en cuestiones que se escapan del currículo.
Por último, una Educación para la Convivencia debe conducir, sin ambages, a estudiar, reflexionar y criticar las actitudes contra la paz que se manifiestan en cualquier sociedad, también en la vasca, sin excepciones, sin excusas. En este ámbito educativo, la cita de Fabián Laespada cobra aún más importancia: “Todo educador conoce que la educación para la paz y para la ciudadanía ha tenido su inicio, sí, pero no porque anteriormente hubiese algún impedimento, sino porque hemos ido consolidando la idea de que trabajar la educación para la paz y la convivencia no es una asignatura, no es para nota; es actitud ante la vida, es forma de entender las relaciones, la vecindad, el respeto mutuo, tolerar todo menos la intolerancia, educar en la crítica constructiva, en el inconformismo, en tomar parte activa en la sociedad, en interiorizar con el mismo ahínco que tengo deberes además de derechos, etc”.
No queremos una Educación espejo, sino transformadora de la realidad. Una educación que acepte la discrepancia ideológica, que empatice y respete al diferente, que combata la discriminación de género y humanice los conflictos. Una educación, en fin, que beba de la conviencia para construir sociedad.
“¡Estas Navidades, turrón de la viuda!”. Durante años hemos visto esta expresión –con estupor y vergüenza- en los muros de nuestros centros educativos. Afortunadamente hoy forma parte del pasado. No ocurre lo mismo con otras, como “¡Cuidado con lo que haces, sudaca de mierda!”, o “¡Mola tener un novio celoso!”, que siguen presentes en muchas conversaciones del alumnado actual. Es cierto que nunca han sido mayoritarias, pero poco patio ha recorrido quien no las haya oído/leído como docente en alguna ocasión.
Nuestras respuestas, sin embargo, han sido variadas en todos los casos. La más sensibilizada habrá intervenido en esas charlas, con intención de provocar rectificaciones, les habrá advertido de lo inadecuado de utilizar estas formas despreciativas y de la conveniencia de sustituirlas por expresiones menos agresivas. Habrá aparecido por ese patio, también, el/la “profe” preocupado/a únicamente por sus clases y resultados, quien, con cierta seguridad habrá vuelto la vista y con un gesto de repentino enfado -que no aclara qué le ha molestado más, si la interrupción o la nefasta expresión- continuará con su paseo en la búsqueda de soluciones a sus verdaderos problemas “educativos” que tal exabrupto ha eclipsado momentáneamente.