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Jugar al escondite
Recuerdo perfectamente cuando éramos niñas y nos encantaba jugar al escondite. Es más, había todo un ritual previo al juego en el que se decidía quién se la quedaba, incluso el por qué. Generalmente era algo bastante justo, quiero decir, se la quedaba alguien en la primera ronda y la primera en ser pillada era la que se la quedaba después. La que se la quedaba tenía que contar hasta 30, 40…esto era bastante al gusto de cada una y, una vez terminada la cuenta, salir en busca de sus compañeras. Buscarlas y pillarlas. Pero bueno no todo era ser pillada, podías andar viva y salir de tu escondite, correr hacia el lugar donde se hacía el conteo y gritar “por mí”, a veces incluso “por mí y por todas mis compañeras”. Dios… ¡qué subidón cuando una gritaba eso! qué cosas.
A medida que fuimos creciendo este juego fue desarrollándose también, empezamos a jugar a uno que se llamaba 'polis y cacos', ¿os acordáis? Básicamente era como un escondite, pero sin la necesidad de esconderse. Ya entrando en la adolescencia, habiendo trabajado a través del juego un montón de historias que según las expertas se trabajan sin querer en los juegos (la contención, el aguantar en un lugar un tiempo determinado…) ya no había necesidad de esconderse, el tema ya consistía en ir a pillarse sin más. El ritual previo a este juego era uno muy concreto: sandía melón, sandía melón, tú serás ladrón; melón sandía, melón sandía, tú serás policía. Pues…como dice una amiga mía, ¡ya estaría! Todo listo, roles adjudicados y a correr.
Cuando jugábamos al escondite el tiempo para esconderse nunca superaba el minuto. Quiero decir, para la persona que contaba era muy aburrido contar tanto, es más he de confesar que cuando me tocaba a mí a veces contaba de dos en dos. Y cuando jugábamos a polis y cacos, el juego iba rápido, un montón de polis para otro montón de cacos, pero el patio tampoco daba para mucho así que la historia estaba resuelta en menos de 15 minutos.
Yo nunca volví a jugar al escondite, supongo que sería raro ver a treintañeras jugando a esto en lugar de tomando cañas. Sin embargo, hace poco algo me hizo pensar que hoy, en nuestras ciudades, en nuestras calles hay muchísima gente jugando al escondite, pero ni durante 15 minutos, ni de manera voluntaria; tampoco han elegido ser 'cacos', tampoco han elegido ser las personas a las que pillar. Nada ha sido voluntario, ni aleatorio, ni justo. Estoy hablando de las personas migrantes y las racializadas.
Empecemos con la pesadilla del juego del escondite. Una persona migrante para poder tener derecho a iniciar su regularización, es decir, para poder tener el derecho a optar a los papeles tiene que estar obligatoriamente tres años jugando al escondite. La ley española le obliga a estar tres años sin papeles, pero demostrando que está aquí, de manera irregular, y escondida claro porque si te pillan sin papeles te deportan. Ósea que tienen que constar en el territorio, pero por otro lado algunos bancos no les abren cuentas sin tarjeta de residencia, nadie les alquila pisos donde poder empadronarse, no pueden trabajar de manera regularizada cotizando y con derechos laborales, y un sinfín de no pueden. Eso sí, si la policía les para y les pide la documentación corren el riesgo de ser deportadas o de ser encerradas en una cárcel especial para personas migrantes (llamada CIE). Vamos que sí o sí, muchísimas personas, tienen que jugar al escondite quieran o no, tienen que vivir en la clandestinidad, constando de alguna manera, pero pasando desapercibidas, sin hacer ruido, sin molestar.
Segunda pesadilla que afecta a las personas migradas y a las racializadas, nuestro juego de infancia de polis y cacos pero en la vida real. Además de vivir en un constante esconderese, la policía practica detenciones de manera sistemática, y por cierto ilegal, a personas migrantes y/o racializadas, o sea a las gitanas, latinas, negras, magrebís, a las que llevan velo... La policía no puede pararte y pedirte la documentación sin más por tus rasgos físicos, no me cansaré de denunciar que esta práctica la prohíben varios convenios internacionales y el Consejo de Europa, se trata de una práctica racista. Además, aparte de lo racista e ilegal del asunto, a estas personas se las está criminalizando. Automáticamente las personas migrantes y/o racializadas pasan a ser “cacos”, y aquí tampoco se hizo el ritual de sandía melón sandía melón. Aquí por ser no blanca las están parando, humillando, criminalizando, deportando y maltratando. Esto está pasando en nuestras calles todos los días. Y todavía hay gente que cuestiona el termino racializada. Esto mejor que yo lo explica Moha Gerehou en su artículo “Qué es ser racializado”.
La historia es que a mí no me han parado jamás en 31 años que tengo para pedirme la documentación en las calles de mi ciudad, jamás. Tampoco me han pedido, en mitad de la calle mientras hacía las compras, que abriera mi mochila y se la mostrara a un policía vestido de civil. Tampoco me han pedido que abriera mi bolso y les enseñara mi DNI saliendo del tren en Abando. Y esto es porque mi categoría racial, blanca, me coloca en un lugar absolutamente privilegiado, de poder, de “no caco”, de poli incluso, de la gente no peligrosa, la gente que no molesta que ocupe el espacio público, la que puede decidir y por su puesto a la que no siguen por sistema cuando entra a una tienda, porque no es sospechosa de nada.
Os cuento esto porque estos días me estoy hartando a escuchar el debate en relación con el termino racializado. Es más, he escuchado auténticas burlas al respecto, y me cabrea. Me cabrea porque creo que hay poca o ninguna conciencia del privilegio que tenemos las personas blancas, frente a las migradas y racializadas. Sin profundizar en los innumerables privilegios que tenemos en relación con las fronteras, que tienen como consecuencia el derecho porque sí al turismo donde me dé a mí la gana y el no derecho a nada que condena a morir en el mar al que quiere cruzar hacia este lado, tenemos un deber grande de revisarnos. Vale ya de cuestionarnos chorradas y empecemos a revisar lo nuestro. ¿A cuántas os paran a diario para pediros el DNI? ¿A cuántas os han negado un alquiler al veros o escuchar vuestro acento? Pues eso, un poco de reflexión.
Hay mucha gente a la que se le obliga a jugar a un juego u otro, o a los dos, que se convierten en una pesadilla diaria en la que las categorías origen y raza tienen todo que ver. Por eso me cabrea el cinismo nuestro, el blanco, cuando oigo decir que qué es esto de racializado, que a todo se le pone nombres. No seamos egocéntricas y revisémonos un poco, nosotras no vivimos jugando al escondite por obligación, ni somos a las que pillan por sistema, vamos a ponernos las pilas y a dejarnos de cuestionamientos de todo lo que nos pica, que como os he dicho más veces, si nos pica…será porque algún ajo comeremos.
*Alba García Martín, SOS Racismo Bizkaia – Bizkaiko SOS Arrazakeria
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