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Mecedora

Los partidos políticos de la izquierda española no parecen entender que este país no tiene más futuro que la cohesión social y que su tradicional división permite que los gobiernos de la derecha la dinamiten por los aires como si fuera una casa en ruinas. La sociedad española, harta, en su mayoría, de los desmanes cometidos por el gobierno de los conservadores, ya no puede esperar a que los dirigentes de la izquierda, - quienes se supone que propugnan dicha cohesión -, superen sus problemas de autoestima, dejen de recrearse en sus más que evidentes antipatías personales y comiencen a tolerarse los unos a los otros aunque el simple hecho de pensar en dirigirse la palabra les produzca urticaria. 

El futuro político de estos líderes de la izquierda no debería de ser una prioridad para dichos partidos porque la sociedad española no dispondrá de futuro alguno mientras el presente siga siendo una calamitosa realidad plagada de desigualdades sociales donde un número sustancial de compatriotas no tienen trabajo o trabajan como esclavos para los dueños del poder y la gloria, los dueños de la España eterna, pasto de santones y alucinados, cuna de la raza cañi donde, como cantara el gran Manolo Escobar, hay que beber para olvidar y ser feliz. 

Los partidos políticos de la izquierda harían bien en dejar de obsesionarse consigo mismos, abandonando con urgencia el narcisismo de la pureza ideológica, para atender a una amplia mayoría de ciudadanos que les han votado en los dos últimos comicios electorales buscando una solución a sus problemas. No es tiempo de reproches, ni de declaraciones insultantes, ni de palmear espaldas con una sonrisa de dentífrico dibujada en el rostro para así palpar, disimuladamente, el sitio donde se puede hundir el puñal traicionero, señora Diaz, con mayor profundidad. 

El presente es deprimente. El pasado un devastador incendio que no termina de extinguirse y el futuro una puerta mínimamente entreabierta que no debería de cerrarse sellándola con bidones de soberbia, acusaciones, zancadillas, estrategias electorales o toneladas de cal viva esparcidas por los escaños de quienes se sientan a nuestro lado. El fracaso es una condición amarga. Cierto. Pero el fracaso es también una mecedora confortable cuando se dispone de una casa o de un escaño en el Congreso donde situarla, disfrutando así de largas tardes en las que uno puede perder el tiempo imaginándose más imprescindible de lo que realmente se es o soñando con futuros y heroicos asaltos a los cielos. 

Sin embargo el fracaso actual de los partidos políticos de la izquierda española, debido a su tradicional división, es, de nuevo, un fracaso suicida que nuestro maltratado país no debería aceptar como si fuera una tara psicológica, una maldición bíblica o una enfermedad heredada, ya que condena a una considerable cantidad de compatriotas, no a tumbarse en una mecedora para perderse en vagas ensoñaciones oníricas, sino a no disponer ni de una miserable silla donde sentarse a esperar, si es que vienen, tiempos mejores

Los partidos políticos de la izquierda española no parecen entender que este país no tiene más futuro que la cohesión social y que su tradicional división permite que los gobiernos de la derecha la dinamiten por los aires como si fuera una casa en ruinas. La sociedad española, harta, en su mayoría, de los desmanes cometidos por el gobierno de los conservadores, ya no puede esperar a que los dirigentes de la izquierda, - quienes se supone que propugnan dicha cohesión -, superen sus problemas de autoestima, dejen de recrearse en sus más que evidentes antipatías personales y comiencen a tolerarse los unos a los otros aunque el simple hecho de pensar en dirigirse la palabra les produzca urticaria. 

El futuro político de estos líderes de la izquierda no debería de ser una prioridad para dichos partidos porque la sociedad española no dispondrá de futuro alguno mientras el presente siga siendo una calamitosa realidad plagada de desigualdades sociales donde un número sustancial de compatriotas no tienen trabajo o trabajan como esclavos para los dueños del poder y la gloria, los dueños de la España eterna, pasto de santones y alucinados, cuna de la raza cañi donde, como cantara el gran Manolo Escobar, hay que beber para olvidar y ser feliz.