Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Los límites de la sociedad industrial
No cabe duda de que Euskadi sigue siendo una sociedad predominantemente industrial y que ha sido precisamente la industria que se desarrolló en nuestro territorio ya desde finales del siglo XIX, en los albores de la Revolución Industrial, la que marcó el devenir de la economía vasca y ha definido su situación actual. Ya en pleno siglo XXI, la globalización ha cambiado las reglas del juego y ha alejado los centros de decisión de nuestras ciudades. Las industrias de referencia, por volumen de negocio y de empleo, ya no tienen sus sedes en Euskadi, sino que ahora pertenecen a grandes grupos corporativos que toman sus decisiones solamente basándose en su situación en los índices bursátiles o en otras cifras macroeconómicas, jamás en su aportación a la economía de un pueblo o región.
La industria ha pasado de ser solamente extractivista a ser también especulativa, a jugar en la economía de casino en que se ha convertido la economía capitalista globalizada. Durante mucho tiempo hemos mirado para otro lado mientras la industria destruía nuestro medio ambiente, justificando esa barbaridad por la riqueza y el empleo que creo en Euskadi durante todo el siglo XX y que nos permitió convertirnos en una de las regiones más ricas de Europa y de España. La reconversión de los años 80 externalizó la gran industria contaminante hacía países con costes laborales inferiores y sin regulaciones medioambientales, pero a un alto coste para quienes vivían de sus empleos en estas factorías. Las empresas que quedaron apostaron por la especialización, por procesos más eficientes y “limpios”, pero no han podido escapar de la trampa de la globalización y de la economía especulativa, convirtiéndose en peones de los grandes grupos corporativos que anidan en el IBEX 35 y similares.
Desde que en 2008 se desató la crisis – una crisis múltiple, económica, financiera, ecológica y energética, no lo olvidemos- la sociedad industrial ha tropezado con los límites que nos impone la naturaleza y que parecía que podíamos obviar. La volatilidad de los precios de la energía, sobre todo del petróleo, materia prima básica para el “crecimiento económico”, ha comenzado a poner en jaque la viabilidad del modelo capitalista extractivista y depredador. Como también lo está haciendo el deterioro medioambiental al que este modelo nos ha arrastrado y que ahora sufrimos en forma de cambio climático y de desaparición masiva de ecosistemas que son vitales para nuestra propia supervivencia como especie. Es la propia sociedad de consumo nacida durante la Era Fósil la que tendríamos que cuestionar si queremos que las generaciones futuras tengan una oportunidad de vivir con dignidad.
Ante esta situación la solución más sencilla -y la más “popular”- es clamar por los empleos perdidos, exigir que todo siga como antes, pero esta ya no es una solución válida a los problemas que nos acucian y que se van agravando con el tiempo.
Sabemos que la política es un “negocio” a corto plazo, en el que solo se miran los resultados en las próximas elecciones y los partidos políticos son incapaces de afrontar el problema en su completa magnitud y solamente apuestan por medidas que no dudo en calificar como “populistas”, esas que nos prometen una vuelta a esa “normalidad” previa a la crisis, algo que tendremos que asumir tarde o temprano que es ya imposible. La solución de futuro pasa, no por intentar mantener lo que nos ha llevado hasta esta situación, sino por apostar por reorientar la política industrial vasca para asentar la actividad productiva industrial sobre bases más sólidas y sostenibles a largo plazo.
Dilapidar dinero publico en atraer inversiones que, al cabo de unos años, se demuestran ruinosas no es el camino. Todo lo contrario: deberíamos apostar por una industria local y sostenible, que garantice el empleo mediante su reparto equitativo para evitar el drama del desempleo y la desigualdad. Clamar por los empleos que se pierden debido a las políticas especulativas de las grandes corporaciones no soluciona nada, hay que plantear alternativas valientes y reales, que tengan en cuenta los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad a más largo plazo. Cada minuto que desperdiciamos en lamentar que las cosas ya no sean como antes, es un tiempo perdido que no podremos recuperar.
No cabe duda de que Euskadi sigue siendo una sociedad predominantemente industrial y que ha sido precisamente la industria que se desarrolló en nuestro territorio ya desde finales del siglo XIX, en los albores de la Revolución Industrial, la que marcó el devenir de la economía vasca y ha definido su situación actual. Ya en pleno siglo XXI, la globalización ha cambiado las reglas del juego y ha alejado los centros de decisión de nuestras ciudades. Las industrias de referencia, por volumen de negocio y de empleo, ya no tienen sus sedes en Euskadi, sino que ahora pertenecen a grandes grupos corporativos que toman sus decisiones solamente basándose en su situación en los índices bursátiles o en otras cifras macroeconómicas, jamás en su aportación a la economía de un pueblo o región.
La industria ha pasado de ser solamente extractivista a ser también especulativa, a jugar en la economía de casino en que se ha convertido la economía capitalista globalizada. Durante mucho tiempo hemos mirado para otro lado mientras la industria destruía nuestro medio ambiente, justificando esa barbaridad por la riqueza y el empleo que creo en Euskadi durante todo el siglo XX y que nos permitió convertirnos en una de las regiones más ricas de Europa y de España. La reconversión de los años 80 externalizó la gran industria contaminante hacía países con costes laborales inferiores y sin regulaciones medioambientales, pero a un alto coste para quienes vivían de sus empleos en estas factorías. Las empresas que quedaron apostaron por la especialización, por procesos más eficientes y “limpios”, pero no han podido escapar de la trampa de la globalización y de la economía especulativa, convirtiéndose en peones de los grandes grupos corporativos que anidan en el IBEX 35 y similares.