Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Pongamos que no hablamos de Madrid
Si nos atenemos a lo dicho, en vísperas del 4-M, por la diputada del PP, Beatriz Fanjul, en Madrid ha ganado lo malo conocido. Pero seguro que se equivocaba, porque lo que ha triunfado ha sido la libertad. A partir de ahora, cada madrileño podrá hacer lo que le dé la “real gana”, siguiendo el ejemplo de ese gran liberal que fue el rey Fernando VII. Porque la libertad bien entendida empieza por uno mismo. Y si nadie puede prohibir a un ciudadano tomarse una cañita cuando le apetezca, ¿por qué a la ciudadana Díaz de Ayuso se le puede impedir que gobierne con la extrema derecha, si le hace ilusión? El mundo, como sabiamente recordó la presidenta de la Comunidad, no se hunde por eso.
Hay que reconocerle su mérito. Después de veintiséis años de Gobiernos populares que no han dado la libertad a Madrid, ha tenido que venir Ayuso a descubrirla y ponerla a disposición de todos los madrileños. Y hasta sus partidarios la han acabado haciendo suya, a la vista de cómo la jaleaban con pasión de conversos, haciendo piña frente a la sede pagada en negro del Partido Popular. No cabe, pues, la menor duda: el pasado 4 de mayo, Ayuso ganó la “batalla cultural” a la izquierda, como celebró Esperanza Aguirre, experta criadora de ranas cantarinas por los alrededores de sus Gobiernos, cuando disfrutaba de un poder que nadie discutía. Y, como las “viejas” ideologías de la izquierda andan de capa caída, se ha comprobado que basta con que alguien proclame con acento castizo “Marchando, una de cañas”, para que la ciudadanía se le entregue hipnotizada.
Y hasta con la bendición apostólica, y el anuncio de su voto, de algún filósofo de nombradía, como Fernando Savater, que no se ha privado de asegurar en una de sus columnas que, tras el éxito de Ayuso, hay que ir “por ahí todo seguido hasta salir del hoyo sanchista”, como diría también Pablo Casado y Santiago Abascal. Porque de eso se trata, en definitiva cuando hablamos de las elecciones de Madrid: que hablamos de todo, menos de Madrid y de cómo solucionar los problemas de su gente. Estamos hablando de hacer de Madrid una penúltima etapa de la santa cruzada que las derechas de este país pusieron en marcha desde que Pedro Sánchez ganó la moción de censura a Mariano Rajoy y se convirtió, desde entonces, en un presidente de Gobierno “ilegítimo”. Y más ilegítimo aún –además de criminal-, cuando, tras ganar las últimas elecciones generales, formó un Gobierno de coalición con Unidas Podemos, ese Gobierno “socialcomunista” que, según Aznar, llegó a poner al Partido Socialista fuera de la Constitución.
Vuelve, pues, con ganas de marcha, la derecha alegre y combativa. Una derecha con toda su ideología a punto. Con esa ideología que en sus filas es virtud y en las de la izquierda un continuo atentado contra España, su unidad y sus valores (nacional-católicos, por supuesto). Una derecha que manosea la igualdad, pero a la que se le olvida mencionar a sus otras dos acompañantes necesarias: la igualdad y la fraternidad. Una derecha sin complejos que ha sido calurosamente felicitada por un demócrata ejemplar como Matteo Salvini, el líder de la extrema derecha italiana, que ha recomendado vivamente que el “modelo Ayuso” se aplique en su país.
Si he de ser sincero, yo preferiría que no se extendiera por el nuestro. Sobre todo, al ver, tras las primeras horas del fin del estado de alarma, cómo actúa el “efecto Ayuso” entre esas multitudes de jóvenes felices de contagiar y contagiarse en masa al grito de “Libertad”. A mí, la verdad, las libertades que se toma la extrema derecha es que no me van.
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