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Volver a la rutina

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El final de las vacaciones estivales suele conllevar la idea de recuperación de hábitos rutinarios. Cuanto antes volvamos a la costumbre de hacer cosas por mera práctica y de manera más o menos automática –según define rutina la RAE- menos tiempo dejaremos a la nostalgia y a los recuerdos luminosos de un asueto, sorprendentemente corto. Lejos parecían los días en que el agotamiento físico y mental prevacacional dejarían vía libre para completar la larga lista de deseos pendientes. Lejos parecían esos días, pero ya han vuelto. Ahora queda la espera entusiasta por que transcurran rápidos y nos permitan añadir nuevos contenidos a esa lista inacabada de pendientes.

Cuestiones pendientes aún son también aquellas que nos han acompañado este segundo verano COVID, y que, aunque hayamos querido soslayar con cierto distanciamiento y despreocupación, se han colado en nuestras retinas, causando desperfectos importantes en nuestra coraza vacacional. Citaré alguna de ellas, comenzando por una muy cercana: el insultante y crecimiento del recibo de la luz. Nos han preocupado doblemente: por impedir gozar plenamente de la hamaca huyendo de las noticias y –lo más preocupante- por exigirnos valorar nuevas estrategias para poder llegar a fin de mes desde este mismo septiembre.

A día de hoy, pagaremos un 46% más que en el recibo de la luz de hace un año. Solo en el mes de agosto hemos conocido tres máximos históricos que, prontamente, quedarán superados por el devenir de la subasta en los meses venideros. Cuando creíamos que ya lo sabíamos prácticamente todo en términos económicos, tras familiarizarnos con la prima de riesgo y las hipotecas basuras, el precio del kilowatio hora nos ha introducido en otro proceloso e inextricable mundo al que deberemos prestar atención. Seguiremos con interés las explicaciones de expertas y políticos, pese a sospechar que nuestro intelecto medio deberá rendirse a la evidencia de incapacidad para entender explicaciones tan farragosas. Siempre tendremos la opción de la protesta, de salir a la calle a manifestar nuestra repulsa hacia unas medidas que no pueden identificarse con un gobierno progresista, sino plenamente neoconservador.

El verano también nos ha dejado la enésima crisis demográfica internacional. En este caso ha sido Afganistán y el inesperado acceso al gobierno de las fuerzas talibanes, tras el precipitado abandono de los ejércitos occidentales, veinte años después. Cuesta entender las razones de tal renuncia, más allá de la explicación estadounidense de cumplir el compromiso adquirido en su momento por Trump. Pero es más difícil de aceptar aún el fracaso de la misión de esas fuerzas occidentales que durante dos decenios teóricamente han trabajado por la instauración de unas mínimas condiciones de gobernabilidad democrática que ayudasen a progresar al país. Surgen dudas de si han trabajado en esa clave humanitaria o en restablecer los vínculos económicos rotos tras el triunfo del islamismo en la región. Sea como fuere, Occidente –y, especialmente, la Unión Europea, una vez más dando pruebas indudables de su incapacidad por ofrecer una política exterior común- abandona un país a su suerte y trabaja solo en organizar la mejor forma de impermeabilizar sus fronteras ante la más que posible nueva avalancha migratoria. Mientras, como en tantas otras ocasiones, serán las organizaciones humanitarias las que sigan trabajando con el objetivo de concienciar en los derechos humanos, a la vez que ofrecen ayuda básica vital de supervivencia.

Incendios descontrolados, inundaciones en territorios desconocidos han vuelto a abrir informativos. Cada verano son más frecuentes imágenes impactantes que nos enseñan una naturaleza desatada, absolutamente quejosa con la insensibilidad humana demostrada con el clima y el medioambiente. Canadá, California, Alemania o los Países bajos han sido testigos presenciales de que las alteraciones climáticas producidas por el comportamiento inadecuado del ser humano no solo ocurren en los países ecuatoriales, tradicionalmente habituados a sequías pertinaces y lluvias torrenciales. Por si ello no bastara, el informe del Grupo de Trabajo I de Expertos del Cambio Climático, auspiciado por la ONU, insta a adoptar medidas inmediatas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero sin más dilación. Los cambios experimentados, según el informe, no tienen precedentes en miles de años y están afectando ya, de forma irreversible, sobre océanos, mantos de hielo y el nivel del mar a escala mundial.

La crítica sindical sigue siendo la misma que el curso anterior: nula negociación con los agentes educativos y sindicales, ignorando así el tremendo esfuerzo realizado por los centros y el personal, verdadero artífice de los excelentes resultados

A un nivel más local y sectorial, el educativo, el verano finalizaba con dos noticias no por esperadas menos impactantes: los anuncios del nuevo proyecto de ley universitaria, propuesta por el ministro Castells, y el protocolo de inicio de curso 2021-2022 del consejero Bildarratz. En ambas pocas novedades, aunque escasamente esperanzadoras.

La LOSU ha sido presentada como el nuevo intento gubernamental por reducir la precariedad laboral universitaria, mejorar la calidad de los centros, aumentar la participación estudiantil y modificar el sistema de elección del rector. Estos bellos objetivos han recibido rápidamente respuesta de sindicatos y la propia CREU. En ambos casos, y a sabiendas de que el texto sufrirá cambios significativos en su tramitación parlamentaria, las principales críticas plantean escasos avances en la democratización de la enseñanza superior y un aumento significativo de la burocracia, en detrimento de las labores docentes e investigadoras.

En la educación vasca, con todos los temas abiertos desde la finalización del curso anterior (nueva ley educativa, negociación de acuerdos laborales, continuación o no de proyectos educativos…) el consejero Bildarratz presentó el nuevo protocolo COVID que no ofrece apenas novedades con el anterior, dada la situación pandémica que seguimos viviendo. La crítica sindical al texto sigue siendo la misma que el curso anterior: nula negociación del documento con los agentes educativos y sindicales, ignorando así el tremendo esfuerzo realizado por los centros y el personal educativo y auxiliar, verdadero artífice de los excelentes resultados cosechados durante ese tiempo.

La vuelta a la rutina que en estos primeros días de septiembre a todas/os nos sacude no puede hacernos olvidar algunos de los sucesos aquí mencionados. Básicamente porque tenemos que seguir conviviendo con ellos. La carestía de la vida, los movimientos migratorios, la crisis medioambiental o el devenir educativo no dejan de ser realidades con las que seguir actuando e intentado modificar. Vivir en un mundo actual no debe llevarnos a olvidar el presente, que siempre vive del pasado. Recodar lo vivido, lo sufrido por otros/as nos tiene que situar en un presente modificable para conseguir un futuro más común para el ser humano.

Y en todo ello la educación tiene que ser un actor inexcusable. Xavier Besalú (1) nos lo señala con claridad meridiana: Hoy, más que nunca, necesitamos una educación que favorezca la reflexión y el debate, la argumentación razonada y la crítica, el contraste de ideas y el recurso a la ciencia, siempre provisional, pero también iluminadora. El mismo autor nos recuerda aludiendo al sociólogo Richard Sennet que cada vez más la ciudadanía actual se ha transformado en consumidora, despolitizada y desmovilizada, orgullosa des propios méritos y preocupada exclusivamente por los suyos y su futuro más inmediato.

De nosotros/as, de la educación, depende que la rutina que nos acoja sea menos acomodaticia, más activa que la anterior. Que despierte nuestras ganas por ayudar a construir un mundo más solidario y justo que el de hace un mes escaso.

1. Xavier Besalú, 'El Diario de la Educación' (30 de agosto de 2021): “Pandemia y educación”.

El final de las vacaciones estivales suele conllevar la idea de recuperación de hábitos rutinarios. Cuanto antes volvamos a la costumbre de hacer cosas por mera práctica y de manera más o menos automática –según define rutina la RAE- menos tiempo dejaremos a la nostalgia y a los recuerdos luminosos de un asueto, sorprendentemente corto. Lejos parecían los días en que el agotamiento físico y mental prevacacional dejarían vía libre para completar la larga lista de deseos pendientes. Lejos parecían esos días, pero ya han vuelto. Ahora queda la espera entusiasta por que transcurran rápidos y nos permitan añadir nuevos contenidos a esa lista inacabada de pendientes.

Cuestiones pendientes aún son también aquellas que nos han acompañado este segundo verano COVID, y que, aunque hayamos querido soslayar con cierto distanciamiento y despreocupación, se han colado en nuestras retinas, causando desperfectos importantes en nuestra coraza vacacional. Citaré alguna de ellas, comenzando por una muy cercana: el insultante y crecimiento del recibo de la luz. Nos han preocupado doblemente: por impedir gozar plenamente de la hamaca huyendo de las noticias y –lo más preocupante- por exigirnos valorar nuevas estrategias para poder llegar a fin de mes desde este mismo septiembre.