En Vitoria-Gasteiz, si dobla usted la esquina de la calle de San Antonio, entra en la calle de San Prudencio y camina unos metros dejando atrás alguna terraza y varios comercios, deténgase a la altura del portal número 7. Levante la vista, por favor. ¿Había leído alguna vez el enorme rótulo del Teatro Príncipe? Se construyó hace casi un siglo y era solamente uno de los cuatro recintos culturales de la calle. Quizá lo conozca mejor como Guridi, por los cines que cerraron hace unos años. Es un edificio lleno de historia y de rincones de lujo. Y en la misma calle, en apenas 400 metros, podrá conocer otros teatros y cines. Si viajara atrás en el tiempo, vería los neones del Teatro Principal -originalmente Nuevo Teatro y que ahora sigue operativo con más de cien años- y del Gran Cinema Vesa -el edificio de oficinas Ópera-. De su existencia, de nuevo, solamente quedan los agujeros de los enganches, aunque quizás bajo la pintura moderna se puedan entreleer algunos letreros. Enfrente, el Teatro Circo, el Salón General, el Ideal Cinema, el Gran Cinema Albéniz o, más fácil, el cine Florida, como se llama en la actualidad. Aquí se proyectó en 1896 la primera película.
Cuatro meses antes de la inauguración, cuando las obras ya dejaban entrever la factura del nuevo coliseo de Vitoria, una ciudad de unos 35.000 habitantes en 1925, la revista ‘Celedón’ definió al futuro Teatro Príncipe como “la catedral del espectáculo”. “Para Navidades se abrirá al culto”, prometía Norberto de Mendoza, el promotor, que desechaba los rumores extendidos por la ciudad que acusaba a la empresa gestora de no contar con “ni una perra” para rematar la construcción. El teatro y el lujoso casino Gran Peña –insistía De Mendoza- eran lo que “correspondía” a una ciudad “culta, progresiva y señorial” como la Vitoria de la década de 1920. “Quiero que Vitoria cuente con un centro de recreo y otro de espectáculo diario, pero trayendo lo mejor y lo más nuevo, lo de más atractivo en películas y en compañías cómicas, dramáticas y líricas”, prometía De Mendoza. El actor Ricardo Puga, vitoriano él, declaró que aquel teatro era “lo mejor” que había visto. “¡Y cuidado que he rodado por teatros!”, apostillaba.
El Teatro Príncipe se erigió en el actual número 6 de la calle de San Prudencio. Era en el tramo comprendido entre Eduardo Dato y San Antonio, abierto unos pocos años antes al tránsito. Estaba en frente del Frontón Vitoriano y del hotel al que daba nombre y también a la vez se construyó en ese lugar el Banco de Vizcaya. El escenario estaba ubicado hacia el Oeste y un edificio de tres plantas hacía las veces de gran fachada hacia San Prudencio.
Inicialmente iba a ser un cine, pero se optó por un teatro cuyo escenario -de 158 metros cuadrados- se pudiera adaptar para la proyección del cinematógrafo, de modo que el negocio fuese mucho más rentable. El arquitecto fue el donostiarra Augusto de Aguirre Wittmer y las obras corrieron a cargo de Agustín Linazasoro. Se trataba de un “coliseo moderno” y “totalmente alejado del tradicional teatro a la italiana”, el modelo clásico del cercano Teatro Principal. En el patio había 1.000 asientos y en el anfiteatro otras 700 butacas, “probablemente el mejor de todos los de España”. Con los palcos, la capacidad se aproximaba en origen a los 2.000 espectadores.
El Teatro Príncipe quedó inaugurado el 25 de diciembre de 1925 con las obras aún sin terminar. Aquella Navidad se estrenó el local con cine. Se proyectó primero el cortometraje ‘Un día aciago’ y, después, el largometraje ‘El mundo acusador’. Hasta febrero no se programaron artes escénicas. El 13 de febrero de 1926, por ejemplo, se anunciaba en el cartel una exhibición de tangos de “Carlitos Gardel”, la notabilísima estrella argentina que, en España, solamente había pasado por Madrid y Barcelona. La lectura del ‘Heraldo Alavés’ del día siguiente muestra que el argentino tuvo una fría acogida, aunque él contó en su país haber quedado impresionado por el novísimo coliseo que le acogió. Un telegrama en el que se le informaba de problemas de salud de un allegado obligó a Carlos Gardel a marcharse antes de tiempo de Vitoria y a regresar a Argentina.
El momento cumbre para el nuevo Teatro Príncipe llegó el 15 de enero de 1927 con el estreno de ‘El caserío’ de Jesús Guridi, pero el lugar ha sido objeto de otros acontecimientos históricos a lo largo de los años. El 31 de enero de 1930, por ejemplo, acogió una velada para recaudar fondos para el Deportivo Alavés, creado en 1921. Se obtuvieron 5.631,15 pesetas. Hasta la taquillera, Puri Valdecantos, y el avisador, Luis Alonso, renunciaron a su sueldo aquel día para apoyar al club.
Meses después, el 24 de julio de 1930, en vísperas del Día de Santiago y en puertas de un cambio de régimen en España, Miguel de Unamuno, que había llegado en tren a Vitoria entre vivas a la República, pronunció una conferencia en el teatro. Hubo un lleno absoluto. Durante décadas, el Teatro Príncipe ofreció sesiones de teatro, de cine y de variedades. En 1942, por ejemplo, recaudó por estos conceptos 433.373, 54, 137.836 y 17.727,50 pesetas, respectivamente. En 1945 fue adquirido por Vitoriana de Espectáculos (VESA), actual titular del edificio.
Ya en la época más moderna, el 2 de noviembre de 1980, la formación de ultraderecha Fuerza Nueva, dirigida por Blas Piñar, convocó un mitin en el Teatro Guridi. El acto fue prohibido por el Gobierno civil. Ese año, por ejemplo, el entorno de este sector había asesinado en Madrid a la joven estudiante vasca Yolanda González. A las 12.30 horas, en la entrada del recinto, había unas 300 personas congregadas y empezaron los incidentes. Piñar dio la orden a sus simpatizantes, casi todos armados, para que se trasladaran a la sede del partido en la calle de Olaguíbel.
Según la crónica de ‘El País’, en el camino quemaron ikurriñas y provocaron otros disturbios. La Policía cargó y los ultraderechistas respondieron con disparos, que llegaron a herir a un estudiante. Seis personas fueron detenidas, tres de ellas agentes de las fuerzas del orden fuera de servicio. Semanas después, el 23 de febrero de 1981, uno de ellos acabó participando en el intento de golpe de Estado liderado por el teniente coronel Antonio Tejero. El entonces diputado del PNV Joseba Azkarraga denunció en las Cortes Generales lo ocurrido y VESA solicitó al Estado una compensación económica por los incidentes.
Volviendo al plano cultural, en 1982, el director del Festival de Jazz de Vitoria, Iñaki Añúa, se dirigió al público del Guridi que asistía a un concierto de Milt Jackson y Ray Brown antes de que empezara el recital. Tenía que anunciar la cancelación de la visita de Aretha Franklin y el respetable no se lo tomó de muy buen grado. Sin embargo, los ánimos se calmaron al descubrir que la alternativa era Ella Fitzgerald, que actuó ese verano en Mendizorroza.
En la época más reciente, ya con el Guridi reconvertido en cines, acogió la primera edición del FesTVal, el festival de televisión de Vitoria-Gasteiz. Fue en 2009 cuando se estrenó por vez primera la característica alfombra naranja. Las primeras estrellas en pisarla fueron las de ‘Cuéntame cómo pasó’, que por aquel entonces estrenaba la undécima temporada de la serie. También pasaron por Vitoria ‘Sin tetas no hay paraíso’ y ‘Física o química’.
La historia del Teatro Príncipe y la de Jesús Guridi están íntimamente ligadas. Aunque la apertura del recinto se produjo en la Navidad de 1925, ni las obras estaban terminadas ni el casino Gran Peña estaba operativo. Tampoco las primeras sesiones convencieron del todo al público vitoriano. El gran momento para el Teatro Príncipe llegó el 15 de enero de 1927 cuando el maestro Jesús Guridi estrenó en Vitoria, la ciudad que le vio nacer en la calle de la Florida en 1886, su gran zarzuela ‘El caserío’.
Aquel día, sábado por la tarde-noche, la fachada del teatro fue engalanada con “preciosas colgaduras” e iluminación eléctrica. La Gran Peña ya llevaba abierta desde Reyes. “Muchísimas personas, estacionadas al final de la prolongación de San Prudencio, mantenían su admiración presenciando el disparo de bombas y chupinazos, así como la llegada trepidante de los automóviles”, describía el ejemplar del lunes siguiente del ‘Heraldo Alavés’. Y, en el interior, “el aspecto era algo excepcional”. Ellos iban de “rigurosa etiqueta” y ellas, “siempre el más preciado joyel de todo momento dignificante”, luciendo tocados y distinguidísimas. Una perfumería donostiarra les regaló a ellas botes de fragancia y a ellos pastilla de jabón.
Antes de la obra, unos setenta comensales celebraron una comida de gala en el Frontón Hotel, ubicado frente al teatro. A Guridi le acompañó su esposa, sus cuñados, cantantes y tenores y las autoridades locales, encabezadas por el entonces alcalde, Enrique Iglesias. Tomaron puré de guisantes, lenguados margarita, ‘vol-au-vent’ de mollejas ‘financier’, pollo asado con ensalada, helados de vainilla, frutas, quesos y café. Bebieron Rioja Palomar, Royal Claret, Martell, Hennessy, Cointreau, Benedictine y Grand-Marnier. Fumaron habanos. “Bajo los efectos de la natural emoción”, Guridi se dijo honrado de compartir su obra, estrenada en Madrid unas pocas semanas antes, con sus paisanos: “Quiero deciros, mis queridos paisanos, que siempre seré el mismo. Es decir, un gran amante de su pueblo, un gran vitoriano que siempre ostentará ese título con orgullo”. Estaba pronunciando estas palabras Guridi cuando avisaron de que se le esperaba en el Príncipe para el estreno y se tuvo que marchar a todo correr.
De lo histórico del día da fe el ‘Heraldo Alavés’: “Pocas veces, como el sábado último, marcharon tan al unísono los aciertos de una empresa, la solemnidad del estreno de una gran producción lírica y el manifiesto interés del público acudiendo en bandadas a llenar las anchurosas y comodísimas localidades del Teatro Príncipe. Esta vez las trompetas de la fama, con la mudez de la letra de imprenta, no mintieron, dijeron verdad y supieron rodear el espectáculo de alicientes extraordinarios, los cuales sirvieron de acicate para que el Vitoria distinguido, esa masa social predominante de exquisitos gustos, acudiera animosa y decidida al Teatro, que hoy constituye el orgullo de los alaveses y la admiración de cuantos por primera vez lo visitan”. Ante el abrumador éxito, los comercios de la ciudad pusieron a la venta los discos de gramófono de ‘El caserío’.
En 1951, Guridi fue nombrado hijo predilecto de Vitoria, recibió un homenaje en el Teatro Principal y le impusieron la gran cruz de Alfonso X El Sabio. En 1959 viajó por última vez a Vitoria, de nuevo por una representación de ‘El caserío’. Murió en Madrid en 1961 y su ciudad natal decidió cambiar de nombre al Teatro Príncipe, que pasó a llamarse Teatro Guridi desde ese mismo año. En 1986, en el vigésimo quinto aniversario de su fallecimiento, se conmemoró el ‘Año Guridi’ y la ciudad creó una placa conmemorativa del fastuoso estreno de 1927. El 21 de diciembre de 1991, tras una gran reforma interna, el Teatro Guridi dejó paso a los cines Guridi, en cuya primera cartelera estaban ‘Terminator II: El juicio final’ o ‘El robobo de la jojoya’. En 2015, estos multicines dejaron paso a un supermercado. En el edificio queda el cartel vertical de los cines, que hace años que no se ilumina, el voladizo que cubre los arcos de entrada al antiguo teatro y el enorme rótulo en lo alta de la fachada del antiguo Teatro Príncipe.
Inauguróse el 6 de enero de 1927, día de los Reyes Magos, un “soberbio casino” de máximo lujo llamado Gran Peña. Este club, que imitaba a las sociedades inglesas, se instaló en los tres pisos del edificio que hace las veces de fachada del Teatro Príncipe, cuyo telón se levantó unos meses antes, el 25 de diciembre de 1925.Teófilo San Cristóbal, responsable del Banco de Vizcaya que estaba ubicado justo enfrente de este edificio, fue el presidente de la junta directiva. El casino Gran Peña reunió a 600 socios, que pagaban una cuota de acceso de 50 pesetas y cada mes otras 6 pesetas. Un impago de dos meses implicaba la expulsión y la membresía permitía descuentos en las entradas del teatro para los socios y para sus familias.
Al casino se accedía por el portal ubicado más a la derecha de las arcadas de acceso al Príncipe. Tras una puerta con las letras T y P, respectivamente, en cada una de las hojas, se presentaba una escalera ornamental de madera noble levantada y tallada por Ursino Sobrón, cuya carpintería estaba en la calle de Prudencio María Verástegui. En el bajo, en el lado izquierdo de la escalera, estaba la portería, el guardarropa y el acceso a un ascensor importado de Suiza, con seis plazas y espacio para conductor. Tenía botonadura interior y exterior.
La Gran Peña tenía tres salones, uno por planta. A todos ellos se accedía a través de grandes portones de madera con vidrieras decorativas incrustadas. En ellas las letras G y P se engarzaban en el escudo central de cada hoja. El de la primera planta era el único con acceso al teatro, en su caso a los cinco palcos exclusivos para los socios del club. Además de un ‘foyer’ recibidor, tenía una peluquería descrita en la revista ‘Celedón’ de agosto de 1925 como lujosa, cómoda y aséptica.
En la segunda planta estaba la zona de juego. Había cinco mesas de billar, tres para la modalidad ‘chapó’ (“juego de billar que se juega en mesa grande, con troneras y con cinco palillos que se colocan en el centro de la mesa y que tienen diverso valor para el tanteo. Consigue la victoria el equipo o jugador que hace primero 30 tantos o el que derriba todos los palillos en una sola jugada”, según la RAE) y dos de ‘carambola’.
Había también catorce mesas para jugar al tresillo, un juego de naipes con baraja española (como las de Heraclio Fournier) bastante popular en la época y al póker. En esta planta, como en todas, había tocadores, urinarios y todo tipo de servicios. Estaban decorados con finos azulejos belgas y loza inglesa. “Todo caro, todo de gusto, todo admirable”, concluía el cronista de ‘Celedón’.
Pero la estancia más sorprendente de la Gran Peña eran los salones de la tercera planta. Sus techos eran especialmente altos pero no había columnas, lo que dotaba al lugar de gran amplitud y espacio diáfano. El llamado “salón de fiestas” del casino tenía cinco grandes ventanales hacia San Prudencio y, sobre todo, cuatro grandes vidrieras de diez metros cuadrados que daban a la parte superior del patio de butacas del Príncipe. Costaron 6.400 pesetas. También en ellas, en el centro, estaba grabado el escudo con las letras ‘G’ y ‘P’. En el medio del salón colgaba una gran lámpara de araña. Los ornamentos de paredes y techo eran dorados y el suelo y la parte baja de las paredes de la estancia, de madera noble. Una pequeña escalera llevaba a una especie de palco en el que se oteaba todo el espacio. Enfrente, había una balaustrada en otra entreplanta.
Las obras fueron ejecutadas por Narciso González y la decoración artística la diseñó Saturnino Ortiz de Urbina, de la casa Decvs, que estaba ubicada en el edificio contiguo al teatro en dirección hacia la calle de Eduardo Dato. La Gran Peña se dotó de los más importantes adelantos tecnológicos de la época. Se instaló un sistema de calefacción con radiadores y “avisadores eléctricos de temperatura”. Había terminales de telefonía para comunicar los salones entre sí y con el teatro, cabinas para hablar con el exterior y máquinas de escribir. Pero el gran avance que trajo el casino fue un panel que indicaba “los sillones libres de la peluquería”, “el preciso estado de la función del teatro” y los taxis disponibles en la entrada. “Me parece que indígenas y forasteros van bien servidos”, aseguraba la revista ‘Celedón’. El personal era amabilísimo y elegantísimo y servía los mejores refrigerios
La andadura de la Gran Peña fue muy corta. Duró menos de un año. Por los salones pasaron con los años Muebles Bonilla, el Casino Artista Vitoriano mientras reformaban su sede o la propia Vitoriana de Espectáculos (VESA), cuando adquirió el edificio a sus primeros promotores. En la actualidad, pese a que ha pasado casi un siglo, quedan bastantes vestigios de la Gran Peña. La escalera ornamental de Ursino Sobrón está intacta, así como los portones con las vidrieras en cada una de las tres plantas. Sin embargo, solamente una de ellas conserva la ‘G’ y la ‘P’, la del segundo piso. En el primero se sustituyó por una vidriera con las letras ‘V’, ‘E’, ‘S’ y ‘A’ y en el tercero por un espacio sin inscripciones.
Sin embargo, traspasar la entrada del antiguo salón de fiestas del casino ofrece una sorpresa. La actual sede de la empresa Bestax tiene un espacio de trabajo presidido… por una enorme vidriera original de diez metros cuadrados con las letras ‘G’ y ‘P’. En sus despachos siguen estando los radiadores de los años 20 del siglo pasado en perfecto funcionamiento y se conserva el acceso al palco, aunque la escalera ha sido retocada. Coincidencias de la vida, el responsable de esta oficina en los años 20 del siglo XXI se apellida… Peña.
El 12 de agosto de 1914, el ‘Heraldo Alavés’ llevaba en su portada un titular a toda plana. “Terrible incendio en el Teatro Principal”, rezaba. Del recinto, abierto desde 1822, solamente quedaron en pie la fachada y la estructura. Aunque no hubo víctimas personales, Vitoria se quedó sin uno de sus referentes culturales. Aquel teatro estaba ubicado en un conocido edificio que luego hizo las veces de Banco de España y que ahora será reinagurado como Memorial de las víctimas del terrorismo.
En una vista a la capital de Álava, el rey Alfonso XIII y el presidente del consejo de ministros, Eduardo Dato, coincidieron en lamentar la inexistencia de un “verdadero coliseo de comedias” en Vitoria, aunque estuviera abierto el Teatro Circo. Con semejantes padrinos, es así como se inicia una suscripción popular con aportaciones de 100 pesetas para el proyecto denominado “Nuevo Teatro de Vitoria”. Inicialmente se esperaban 250.000 pesetas pero se llegó a 385.000, según los datos de Juan Carlos Centeno. Aquel Nuevo Teatro se levantó en los solares de la antigua Electra Vitoriana en la calle de San Prudencio, frente al Teatro Circo con un estilo “burgués” y “dieciochesco”, a la italiana.
La fachada ocupaba 26 metros e, inicialmente, tenía dos niveles y no tres, como ahora. Las fotografías de sucesivas épocas muestran ese cambio. Está decorada con diferentes motivos clásicos del mundo de las artes escénicas y daba entrada a un vestíbulo que abrazaba el patio de butacas, los graderíos y los palcos. La inauguración oficial de aquel Teatro Nuevo se produjo el 18 de diciembre de 1918… a la hora 18. La Gran Compañía Italia de Ópera y Opereta Amedeo Granieri-Marchetti representó ‘La corte de Napoleón’ para el estreno, que antes ya se había representado en la ciudad pero sin música y en castellano.
El cronista del ‘Heraldo Alavés’ Sinforoso Pistón, describió el acontecimiento bajo el titular de ‘¡Ya era hora!’: “En efecto, era tiempo de que Vitoria contase con un edificio destinado a teatro y que correspondiese a la importancia de la población. Y el nuevo edificio llena por completo los deseos de los más exigentes, siendo digno de la capital y pudiendo colocarse al lado de los mejores que en su categoría existen en la península”. “Ni una sola localidad desocupada” quedó en el estreno. Aquello estaba “rebosante” y la obra no hizo de menos a la efeméride, ya que trasladó a los presentes a la era napoleónica.
Pero no fue un proyecto precisamente exitoso. Diez años después, ya con el Teatro Príncipe inaugurado y un nuevo recinto cultural en el antiguo Teatro Circo, ambos en la misma calle, el Nuevo Teatro se había quedado obsoleto y cerró. Lo compraron los jesuitas para reconvertirlo en templo pero el proyecto nunca prosperó. En 1931 seguía sin actividad y otra suscripción popular decidió comprar el edificio. Aquello cristalizó en la creación de Vitoriana de Espectáculos (VESA), que llevó a cabo una profunda remodelación. Hubo una reinaguración el 9 de noviembre de 1931, sábado, con una sesión doble, ‘El último romántico’ y ‘La del soto del parral’.
VESA reformó la fachada cuando levantó el Gran Cinema Vesa en el edificio contiguo. Añadió una tercera planta para que ambos locales quedaran nivelados, como están ahora. Se aprecia claramente la diferente tonalidad de la parte superior. Finalmente, en 1951 fue rebautizado como Teatro Principal.
En la década de 1980, VESA cerró el cine de al lado y el teatro estaba en crisis. El alcalde de la época, José Ángel Cuerda, lideró un acuerdo interinstitucional por el cual se pusieron 250 millones de pesetas para comprar el recinto, reformarlo y reabrirlo en 1992 ya con una gestión pública. Desde entonces, también se le conoce en euskara como Principal Antzokia. La tercera reapertura fue con “Cantes de ida y vuelta”. El letrero de VESA fue cambiado por un escudo de la ciudad, modificación que se detecta a simple vista, como también los agujeros del antiguo cartel luminoso vertical, similar al de otros locales de la compañía. En la actualidad, el Principal es el gran teatro de Vitoria y programa unas 150 sesiones al año, incluido su festival internacional. En 2018 ha celebrado su centenario y espera ya una nueva reforma.
En el interior del Teatro Principal, funcionó también la Sala Iris, para películas más selectas. Iba a ser ubicado en la planta tercera del Teatro Príncipe, en su día el salón de fiestas del casino Gran Peña, pero finalmente acabó en el Principal. Estuvo operativa desde 1976 hasta 1990 y la primera proyección fue Amarcord, de Federico Fellini.
Vitoriana de Espectáculos (VESA) surgió en 1931, unos días antes de la proclamación de la II República en España. Para 1951, cuando se inauguró el Gran Cinema Vesa, esta compañía ya controlaba todos los cines y teatros de la ciudad y, singularmente, los de la calle de San Prudencio, el Teatro Príncipe, el Teatro Principal y el actual cine Florida, que ha tenido muchos nombres a lo largo de la historia. Pero el Gran Cinema Vesa, el actual edificio Ópera, fue pionero doblemente. Fue el primer cine sonoro construido como tal en Vitoria –y no un teatro que ofrecía también películas- y fue el primer edificio gestionado por VESA diseñado desde el principio por la compañía.
Ya en la década de 1940, en plena posguerra, VESA manejaba algunos diseños para la parcela contigua al Teatro Principal. En 1944, Jesús Guinea y Emilio de Apraiz ya habían esbozado una idea bastante aproximada al menos de la fachada principal, cuyo elemento característico es un porche abovedado con un cuarto de esfera. Juan Carlos Centeno, en su obra ‘Los teatros y cines de Vitoria. Arquitectura para el espectáculo’, señala que “es una composición muy típica de algunos locales anglosajones de la primera época del cine” y que los arquitectos conocían, lo que pudo “haberles servido de inspiración”. Sorprende el parecido de esa entrada con las del Bijou Dream Theater de Chicago, el Saxe Theater de Minneapolis y el Walpole Picture Theatre londinense.
Los vitorianos conocen que el edificio tiene una segunda salida, hacia la calle de los Fueros. Esta entrada tiene 10 metros por 18 de la principal, pero fue también ornamentada con una suerte de tres columnas con cristaleras opacas. La central sobresale hacia la vía pública, según Centeno, porque alojaba el sistema de sonido del cine. Arriba, estaba rematada por una especie de faro en el que se veían las letras ‘V’, ‘E’, ‘S’ y ‘A’ iluminadas con neones. “El torreón luminoso es un elemento característico de esta arquitectura, que se puso de moda en la época del cine mudo”. Tanto el Real Cinema como el Cine Callao de Madrid tenían también esos ‘faros’ atrayentes. En la entrada de San Prudencio, también había un cartel luminoso vertical similar al del Principal o al que todavía hoy se conserva de los desaparecidos cines Guridi.
No todo fue sencillo para el Gran Cinema Vesa. La licencia de obra la obtuvo en 1947 y se inauguró en 1951 con 89.770 pesetas de sobrecoste. La primera película fue ‘El diablo dijo ¡no!’, una malísima traducción del orginal ‘Heaven can wait’ de Ernst Lubitsch y producida por la 20th Century Fox. La prensa de la época destaca la buena acogida del público.
Este local tenía un aforo de ¡1.300! espectadores. Sin embargo, su pantalla pronto se quedó pequeña. A principios de la década de 1980, con una oferta de salas más modernas en la ciudad, era complicado llenar el Gran Cinema Vesa en sus proyecciones. Cerró en 1982 y VESA lo vendió en 1988. Ahora es un edificio de oficinas con muy poco o nada que recuerde su pasado.
Solamente en el vestíbulo interior se mantiene el enlosetado en forma de estrella que daba la bienvenida a los espectadores. En la fachada principal sí que se intuyen sobre la pintura gris uniforme las formas de algunas de las letras del nombre antiguo y quedan los agujeros en los que iba enganchado el cartel vertical.
El único cine que se mantiene abierto en 2021 en el centro de Vitoria se ubica en el mismo punto en que, 125 años atrás, se realizó la primera exhibición de cinematógrafo en la ciudad, concretamente la película ‘Un baño de negros’. Aquella fue una sesión con muchos otros pequeños trabajos de la primerísima época del séptimo arte. Aquel 1896 abrió sus puertas el Teatro Circo, al que se accedía por una entrada desde la calle de la Florida en la que todavía hoy hay un túnel que conecta con los actuales cines.
Adquiría su nombre de la forma de su escenario, que podía acoger espectáculos circenses o incluso hacer las veces de pista de patinaje. Los domingos se convertía en salón de baile y discoteca para los muchachos. Los dueños eran los hermanos Francisco y Nicolás Alberdi. El Circo fue un recinto popular y entre 1914 y 1918 el único teatro de la ciudad por el incendio del viejo Principal.
El Teatro Circo abrió sus puertas el 6 de junio de 1896 con la obra ‘El reloj de Lucena’. En realidad el estreno estaba previsto para tres días antes, pero los artistas no pudieron llegar a tiempo desde Barcelona. Las pruebas eléctricas ya se habían realizado el 30 de mayo. El cinematógrafo (escrito entonces con ‘k’) se trajo el 1 de noviembre de ese año. El periódico tradicionalista ‘El Diario de Álava’ consideró “inmoral” y “pornográfica” la exhibición, aunque admitió que el público aplaudió “a rabiar”.
“Siendo el cine mudo durante toda la existencia de este local, la proyección de películas se acompañaba con música, para lo cual se contaba con la colaboración de un pianista o un pequeño grupo de intérpretes (un cuarteto o un sexteto). También fue habitual la intervención de ‘explicadores’, quienes comentando las escenas que iban apareciendo en la pantalla facilitaban la comprensión del film”, explicaba Juan Carlos Centeno en ‘Los teatros y cines de Vitoria: arquitectura para el espectáculo’. En 1925, el Circo se hizo acompañar de una sala propia para películas, el Ideal Cinema, con fachada hacia Florida y que se estrenó con ‘El jorobado de Nuestra Señora de París’.
En 1914, un incendio devoró el Teatro Principal y se dudó de la estructura del Teatro Circo. Y, en efecto, corrió la misma suerte. En la madrugada del 12 de febrero de 1926, solamente unos pocos meses después de la reforma con la que se abrió el Ideal Cinema, se declaró un incendio. Los avisadores de alarma despertaron al conserje y a su esposa, las únicas personas en el complejo a esas horas de la noche. Pidieron socorro por la ventana. La mujer quiso arrojarse al vacío pero llegaron vecinos con escaleras que permitieron rescatarles con seguridad. Los bomberos no llegaron hasta 90 minutos después –y el carro-cuba todavía con más demora aún- y no pudieron controlar el fuego hasta las cuatro y media de la mañana.
“Sólo quedaron en pie las paredes” de toda la estructura. Las llamas no afectaron al Ideal Cinema pero sí a un garaje cercano de Larramendi, Pipaón y Alberdi, muchos de cuyos coches ardieron. Se logró salvar el proyector y cuarenta rollos de película. Entre ellos estaba ‘Carne de mar’, de la Fox, la última que se programó en el Teatro Circo, explica Centeno.
Cobradas las 50.000 pesetas del seguro, los dueños decidieron reconstruir el edificio. En tiempo récord, con una estructura sencilla, estaba listo el nuevo Salón General, que solamente ofrecía cine. Abrió al público el 14 de septiembre de ese mismo 1926 con ‘Bavu, el bolchevique’. Se regaló cerveza y limonada a todos los asistentes. En 1942, el complejo facturó 275.951,40 pesetas. El Salón General quedó clausurado el 13 de abril de 1947.
Ese mismo año, Emilio de Apraiz ideó un proyecto para rescatar el teatro. Había nacido el Teatro Florida y se inauguró el 15 de noviembre de 1947 con la película ‘Como te quise te quiero’. Las obras no estaban terminadas y hasta 1948 no volvieron las artes escénicas. En 1975, el vecino Ideal Cinema fue reformado y su nombre pasó a ser el de Gran Cinema Albéniz. Florida y Albéniz funcionaron hasta 1985 y, después, esos locales incrustados en viviendas quedaron en el olvido. En 1998, los viejos edificios fueron demolidos y, en 2001, Vitoriana de Espectáculos (VESA) reabrió allí unos nuevos multicines con el nombre de Florida, todavía operativos.
0