Un estudio del Ayuntamiento de Donostia admite que no tiene “cultura, programas ni políticas” para la realidad LGTBI+
El 76,4% de las personas entrevistadas para el 'Informe realidades LGTBI+ Donostia' declara haber sufrido discriminación por formar parte del colectivo. La mayoría de estos ataques los han vivido en el espacio público, seguido del ocio. En este sentido, las personas con identidades no normativas son quienes más ataques sufren, seguidas de las mujeres lesbianas o bisexuales. “Tanto las lesbianas como los gais identifican el espacio público como el más discriminatorio. En el caso de las personas bisexuales los espacios de ocio obtienen la marca más alta, si bien es cierto, muy seguido del espacio público. Para las personas trans los espacios más discriminatorios son el público y el educativo. Cabe destacar que, en general, las personas trans y las personas con identidades no normativas son quiénes más discriminaciones viven”, resume la investigación, realizada y publicada este lunes por el Ayuntamiento de Donostia.
Para la elaboración del mismo, su autora, la investigadora Zaira García Dafonte ha realizado un cuestionario a más de 300 personas que forman parte del colectivo LGTBI+ y residen en la capital guipuzcoana. Además, la autora se ha entrevistado con agentes estratégicos, como personal del propio Ayuntamiento, de la Guardia Municipal de Donostia y de la Dirección de Acción Social, es decir, los conocidos como Servicios Sociales. En este sentido, García Dafonte destaca que el Departamento de Igualdad del Ayuntamiento “no tiene servicios o actividades específicas para personas LGTBI+” y que la Dirección de Acción Social “no tiene programas, planes, instrumentos o profesionales con formación” en este ámbito. “Asimismo, no se cuentan con datos estadísticos respecto a personas LGTBI+ porque no se registran como tal. Se categorizan otras características como género, edad, origen”, recalca. En el caso de la Guardia Municipal, la autora declara que las personas LGTBI+ solo acuden a la Policía cuando “la situación se convierte en insostenible o cuando se da alguna situación discriminatoria en el acceso a establecimientos”.
En las conclusiones la autora es clara: “Las áreas del Ayuntamiento que se han entrevistado apenas han facilitado información sobre el colectivo LGTBI+ porque dentro de la institución no existe cultura, programas ni políticas para entender, atender y sistematizar las a las disidencias sexuales y de género”.
“Dentro de la municipalidad”, prosigue la investigadora, “solamente se cuenta con pequeñas iniciativas específicas que no articulan políticas coherentes que impregnen todas las áreas. Esto conlleva una carencia de visión holística y transversal. Por todo ello, es probable que cuando las personas del colectivo tienen cuestiones vinculadas a las disidencias sexuales y de género (consultas, puesta en conocimiento de hechos -denuncia social-, etcétera) acudan solamente a las entidades o servicios de referencia. De esta manera, es complicado contar con casos o hacer lecturas de las realidades LGTBI+ desde el Ayuntamiento”, reconoce.
Casos reales de personas LGTBI+
La investigación prosigue con entrevistas a personas del colectivo, entre ellas una mujer lesbiana con pareja, otra mujer lesbiana sin pareja, un hombre gay con pareja y una familia con un menor trans de 14 años. Las dos mujeres lesbianas entrevistadas tienen más de 65 años. La primera de ellas lamenta que siente “cada vez más soledad”. “La sociedad individualista, sumado a la edad y la condición LGTBI+ son factores que también le llevan a sentirse aislada”, destaca el estudio. Además, “le preocupa la ola reaccionaria que está habiendo en los últimos tiempos, se refiere a los jóvenes y a la falta de referencialidad, de malos tratos en las parejas”. “Echa de menos conocer y estar con personas LGTBI+, no por hacer gueto, sino por la necesidad de relacionarse con iguales. En este sentido, comenta la necesidad de espacios donde poder debatir, hablar, compartir un café, películas… para conocer a personas del colectivo y con similares intereses”, sostiene el informe.
La segunda mujer entrevistada estuvo años en un matrimonio heterosexual, hasta que se divorció. Destaca en su relato “lo doloroso” que ha sido tener que limitar las expresiones de afecto al ámbito íntimo y al hogar. “A día de hoy su núcleo familiar acepta perfectamente su lesbianismo, hasta el punto en el que toda su descendencia lo ha normalizado. Asimismo, cuando lo explicita en los grupos de actividades que realiza manifiesta que lo reciben con normalidad. Refiere que 'no va con la chapa de lesbiana puesta' pero que no se corta en mostrar su posicionamiento al respecto y que cuando es necesario explicitarlo lo hace. Si bien es cierto, admite que en algunos espacios prefiere no contarlo por miedo a un posible rechazo”, detalla el informe.
El tercer entrevistado es un hombre gay, al igual que las dos anteriores, también mayor de 65 años. La investigación relata que cuando les contó a sus hermanos y amigos que era gay sintió que se “quitó un gran peso de encima”. Describe la experiencia con la palabra “alivio” y la sitúa como el punto de inflexión más difícil, que a posteriori, le permitió hacer muchas más cosas. “Ocurrió durante la adolescencia y explicita que para él fue el momento más importante de su vida: 'Mi futuro empezó ahí'. Refiere que lo recibieron bien, en gran parte, por ser 'personas de izquierdas y movimientos alternativos, aunque todos sean heterosexuales'”.
El entrevistado cuenta que “no ha vivido dificultades o discriminaciones por motivo de homofobia en los últimos años”, sin embargo, cuando se le pregunta por qué considera que esto ocurre, responde que “el hecho de no tener pluma, de ser sociable y de haber llevado una vida muy normalizada, acudiendo a la sociedad gastronómica a bares en cuadrilla y realizando actividades en el barrio” podrían ser algunos de los factores que han hecho que no haya sufrido ninguna discriminación. El entrevistado opina que las mujeres lesbianas y bisexuales “lo tienen más fácil”, que los hombres como él, ya que pueden “camuflar su afecto” con mayor facilidad, así como darse la mano en público o vivir juntas.
Por último, la familia con un menor trans explica que el menor empezó a tener plena consciencia de su identificación como chico con 9 años. Para ellos, una de las dificultades fue “identificar qué estaba ocurriendo”, en primer lugar, en el caso del menor, por “no tener las palabras para explicarlo o las referencias para comprender” lo que le ocurría, y en segundo lugar, en el caso de la madre, por no tener “conocimientos para sospechar lo que pasaba”.
La mayoría de la familia lo ha aceptado muy bien. Mencionan a la abuela materna como uno de los grandes apoyos tanto para el menor como para la madre. Sin embargo, “una persona importante de la familia muestra reticencias a terminar de aceptarlo y acompañar el proceso”. “Refieren que podría ser debido a la religión que profesa, así como a su personalidad. Asimismo, expresan que fuera del domicilio le trata en masculino con el fin de protegerle y, en cambio, en casa lo hace en femenino”. En este sentido, la familia indica que “la transición ha sido y está siendo un camino de rosas con espinitas”, esto es, que está siendo fácil pero que “en algunos momentos se encuentran con situaciones difíciles o comentarios discriminatorios”. Entre ellos, el menor reconoce que un grupo pequeño de compañeros de clase “le vacila verbalmente”, pero que él “no les da importancia” y que “no le afecta porque habitualmente son personas con las que no tiene relación y que no razonan”.
Según destaca la autora, “los ámbitos con menor regulación (espacio público y de ocio) cuentan con tasas más altas de discriminación activa (menosprecios, insultos o agresiones físicas)”. “La discriminación más habitual se perfila como un acto de menosprecio ocurrido en el espacio público. En el caso de los espacios institucionales (sanitario, seguridad ciudadana, administración y justicia, y bienestar social) las discriminaciones pasivas superan ligeramente a las activas lo cual tiene sentido debido al alto nivel de burocratización de estos espacios”, indica.
Destaca, que el bajo índice de situaciones identificadas, por ejemplo en el ámbito cultural se debe a “la dificultad de identificación de las discriminaciones más simbólicas (falta de referencialidad, ausencia de representatividad en los personajes y/o personas famosas, etc.), así como a la importancia que estas tienen”. Es decir, el hecho de que este tipo de discriminación tenga consecuencias menos violentas resta valor a su identificación.
“Las agresiones físicas y verbales aumentan entre las personas más jóvenes. Esto puede deberse a varios factores. En primer lugar, los espacios educativos como espacios en los que se está de manera obligatoria con personas que podrían no ser tolerantes. En segundo lugar, el aumento del control emocional según avanza la edad. En tercer lugar, la capacidad para buscar espacios y relaciones seguras aumenta según aumenta la edad. Finalmente, se da una mayor necesidad de reconocimiento y reafirmación de la identidad y orientación en las edades más jóvenes y, por ello, mayor disidencia estética y visibilidad que lleve a un riesgo de mayor violencia”, concluye.
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