A la intemperie en invierno y en plena pandemia: así es una noche con las personas sin hogar en Bilbao
Los albergues para personas sin hogar en Bilbao están al completo a raíz de la ola de frío y de la pandemia. Durante este invierno el total de las 636 plazas que ofrecen el Ayuntamiento de Bilbao y el Gobierno vasco para acoger a las personas sin hogar de la capital vizcaína han estado -y están- al 100% de su capacidad. Es la primera vez que ocurre esta situación y a pesar de que desde el Consistorio insisten en que “se ha atendido a todas las demandas”, desde Elkarrekin Podemos-IU señalan que según sus cálculos hay cerca de 81 personas que no están siendo atendidas y en EH Bildu defienden que el hecho de que los albergues estén al completo supone que están “desbordados”.
Personal y voluntarios de DYA son los encargados de hacer las noches de estas personas algo más llevaderas. Cada martes y jueves realizan un recorrido por distintos puntos de la ciudad en los que saben que se encuentran personas sin hogar y les llevan caldos que cocinan bares de la zona, chocolate, magdalenas, galletas o todo lo que se llegue a donar al Banco de Alimentos, además de mantas y calcetines.
Ángel lleva diez años dedicándose a este voluntariado. Es quien se encarga de organizar todo, preparar la comida y al grupo de voluntarios que realizará el recorrido cada noche. Se comunican a través de un grupo de WhatssApp en el que los voluntarios van ofreciéndose, y de esta manera, va cerrando el calendario, que ha estado parado desde que comenzó la pandemia, pero han decidido retomarlo al ver que este invierno a pesar de los albergues habilitados, sigue habiendo personas en situación de calle.
Antes de la pandemia, el recorrido de los voluntarios comenzaba a las 22.00 de la noche y podía terminar a altas horas de la madrugada. Con las restricciones y el toque de queda, el horario del voluntariado se ha adelantado a las 19.30 y dependiendo de las visitas que realicen cada noche puede alargarse hasta media noche. elDiario.es/Euskadi ha acompañado a la DYA en su recorrido habitual este martes 2 de febrero en el que se han realizado 30 visitas y se ha atendido a 18 personas en situación de calle, cada una con su historia.
Como Joseba, de Santurtzi, que lleva 10 años viviendo en la calle, pero sin perder el humor. “Soy invencible, más duro que el granito, si no fuera así, si no te lo tomas con humor, no puedes vivir en la calle, acabas mal”, cuenta a este periódico Joseba, lector voraz que tiene cinco novelas que le están esperando, bromea, “¿novelas históricas, verdad, Joseba?”, le pregunta Susana, una de las voluntarias que de tanto visitarle conoce su historia a la perfección “por su puesto, son mis preferidas”, responde. Este santurtzitarra confiesa que terminó en la calle por “una serie de errores” que cometió, pero con una sonrisa asegura que “ha aprendido la lección”. “En la calle se aprende mucho, si algo tienes es tiempo para pensar”, señala.
A pesar de tener un recorrido estudiado después de tantos años dedicándose a esto, Izaskun no deja de mirar de un lado a otro cuando va por la carretera. Mientras Marco conduce, ella le va avisando de dónde parar. “Creo que he visto a alguien”, alerta. “Al final te vas fijando hasta cuando estás en tu día a día, miras a ver dónde están, quiénes son, si los has visto antes. Es algo que ya se queda en ti”, comenta Izaskun mientras va rellenando una hoja con las visitas que realizan y las personas a las que van atendiendo. “Hay momentos duros y personas que te das cuenta que no están bien, pero es muy gratificante”, reconoce la joven, que en su día a día trabaja en una frutería.
Los voluntarios suelen ir en coches de cuatro personas. Este martes el grupo está compuesto por Marco, Izaskun y Susana. Marco lleva en la DYA cerca de 40 años, pero comenzó a hacer este voluntariado hace 6, cuando se jubiló. Susana es comercial y psicóloga y está estudiando para el PIR, además tiene una protectora de animales. Izaskun es de las primeras que empezó a realizar este voluntariado, primero en Santurtzi y ahora en Bilbao. “El año pasado por estas fechas atendíamos cerca de 54 o 56 personas por noche, hemos llegado a estar hasta las 3.30 de la madrugada, pero en las tres semanas que llevamos desde que volvimos a la carga solemos atender a 24 o 25”, señala Izaskun, que explica que la disminución de personas puede tener dos lecturas o bien se encuentran en albergues o ya han conseguido algún piso o se han podido marchar a otro lugar para seguir viviendo en la calle.
La segunda parada, a unos metros del lugar en el que duerme Joseba, es para atender a Eusebio, un hombre gallego de 80 años. Nació en Vigo, pero ha vivido muchos años en Bilbao y también en Donostia. Lleva 5 meses en la calle, a la espera de que le den un piso en el barrio bilbaíno de Recalde. “Con estas edades ¿para qué voy a comprarme una casa? Soy soltero, no tengo hijos. Lo más duro es cuando se te acercan los niños y te dicen 'Eusebio, ¿por qué vives en la calle?' Y no sabes qué decirles. A mí no me gusta pedir, ni que me regalen nada, me da mucha vergüenza”, comenta sin poder sostener la mirada a los voluntarios y con un halo de tristeza.
Eusebio, que en todo momento habla a los voluntarios de usted, a pesar de su situación viste unos zapatos elegantes e impolutos y una gabardina. Lo peor de vivir en la calle para este señor son sus dificultades al andar -va con una muleta- y que el dolor en una pierna le juega malas pasadas sobre todo por las noches. El dolor y los ataques que recibe de otras personas que también viven en la calle. “No puedes dormir tranquilo. Si te confías, vienen y se llevan lo poco que te queda”, lamenta, Eusebio, que prefiere no ser fotografiado.
“¿Preguntabas qué era lo más duro de ser voluntarios? Pues ver casos como este”, comenta Susana al regresar al coche tras entregarle el caldo a Eusebio. La noche no ha hecho más que empezar y los sentimientos ya están a flor de piel, pero derrumbarse no entra en los planes de estos voluntarios, tienen que mantenerse firmes para seguir ayudando. “El primer año me involucré demasiado, yo les buscaba albergues y pisos, me volví loca y no puedes hacer eso. Tienes que aprender a separar, aunque hay historias que de verdad te llegan”, cuenta Izaskun, al recordar a una pareja de jóvenes que conoció hace tres semanas, pero que la semana pasada ya no estaban, sin esperar que este mismo martes, los volvería a ver.
Se trata de Patxi y Nicole, que tras haber estado en un piso durante dos semanas han vuelto a la calle. Nicole no puede evitar saltar de alegría al ver a los voluntarios. “No tengáis vergüenza, venid, venid”, les grita desde el fondo de un callejón. Al llegar, todo son risas y alegría “¿puedo tomar más chocolate?”, pregunta con una vocecilla parecida a la de una niña al ver un juguete nuevo. “¡Claro, todo lo que quieras!”, le responde Marco, que confiesa que la primera vez que la vio temió que fuera menor de edad al verla tan menuda y delgada.
Esta pareja se conoció en Málaga. Él nació en Barcelona y cuenta que tiene dos carreras, pero que al llevar una prótesis tras un accidente de tráfico tuvo que reinventarse. Ahora es cocinero en un restaurante de Bilbao que está en ERTE, pero al tenerle sin contrato, no cobra ninguna prestación. “Tengo una hija, una madre y la tengo a ella -abraza a Nicole- y a ninguna le falta de nada. Si tengo que dormir en la calle para que no les falte de nada, lo hago. Ella es de Brasil y cuando la llevé a mi casa a mi madre no le gustó y nos echó, piensa que se aprovecha de mí, pero no se imagina lo buena que es, llevamos dos años juntos”, mientras habla Nicole dulcemente le levanta la mascarilla para colocársela correctamente y tapar por completo su nariz. “Así mejor”, le susurra.
“Normalmente aquí estamos bien, ¿veis? tenemos todo ordenadito, pero hay unas chicas de Rumanía que suelen venir por la noche e insultan a Nicole, la agreden y nos atacan, no sabemos por qué, solo queremos dormir tranquilos”, cuenta Patxi, señalando un pequeño fuerte que han fabricado para protegerse del frío con cartón y mantas dobladas de forma ordenada, una encima de la otra.
Ya está próximo el toque de queda y los comercios empiezan a cerrar sus puertas, entre ellos, la pastelería Martina Zurikalday. Su propietaria, al ver la escena, sale con cuatro paquetes: “Esperad. Tomad, que la noche también es muy dura para vosotros”, les dice a los voluntarios y les entrega cuatro bandejas de bollos de crema. Susana e Izaskun se miran la una a la otra y con una sonrisa cómplice tras las mascarillas no dudan en dirigirse a la joven pareja: “Chicos, mirad qué más tenemos”, les dicen y a éstos, que ya se habían despedido con un “esperamos no tener que volver a veros” en broma, se les vuelve a iluminar la cara.
“Después de tantos años y hoy me voy a emocionar”, ríe emotiva Izaskun. En el coche, tras lo sucedido, hay una mezcla de alegría agridulce. Es imposible mostrarse ajeno después de escuchar historias como esa, pero la noche sigue. Después de unas cuantas visitas a cajeros, parques y plazas con algún rincón en el que poder esconderse, sin encontrar a ninguna persona, el recorrido sigue por la Gran vía bilbaína. El Corte Inglés es una parada segura para estos voluntarios, ya que las personas sin hogar suelen pasar la noche bajo el techo de este gran almacén.
Allí se encuentra José. Todo aquel que vive en Bilbao se ha encontrado a José alguna vez caminando, bailando o cantando por la Gran vía. “Siempre tengo en mente buscar algún trabajo u ocupación que me pueda sacar de aquí, pero mientras siga bien de salud voy a seguir aquí. Hay días que me replanteo las cosas y cuando me siento mal, acudo al vino”, confiesa el hombre.
El perfil más común de las personas en situación de calle, según Izaskun, es el de “personas con problemas de drogadicción y alcoholismo que no aceptan las normas de los albergues porque no quieren normas ni horarios y quieren estar a su aire”, aunque también existen excepciones de personas que se han visto en la calle al agotarse los recursos de albergues o pisos.
Así, van pasando la noche recorriendo Bilbao calle a calle estos voluntarios. Subir al coche, ver a una persona, bajar los cuencos de comida, entregarla, volver al coche y echarse gel hidroalcóholico. Movimientos casi rutinarios para ellos, que han tenido que repetir 18 veces este día. “Ha sido una noche tranquila, menos gente de lo habitual”, concluyen. El jueves, otro grupo realizará el mismo recorrido y así semana tras semana para intentar paliar el horror que es no tener un techo donde poder refugiarse durante la noche.
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