“Un día, me senté en la cocina con él y le pregunté: ‘A ver, explícame cómo es eso de que te gustaría ser un chico’. Y me contestó: ‘Ama, no es que me gustaría ser un chico, es que yo soy un chico’”, le dijo Ekai a su madre cuando comenzó a ir al instituto. June, lo hizo antes, con 3 años y la primera fase por la que pasaron sus padres fue la negación. “Cariño, no puedes ser niña, has nacido niño”, le decía su padre, a lo que ella con cara de incredulidad respondía: “Soy niña”. “No queríamos ni estábamos preparados para poder escuchar y entender algo tan sencillo como ‘soy niña’”. Aitor lo confesó durante un viaje, cuando su madre le dijo que pidiera un deseo: “Quiero ser chico”, fue lo que pidió.
Los tres, al igual que Haize, Iker, Nerea, Daniel e Izar, son menores cuya identidad sexual no se corresponde con aquella que se les supuso al nacer. Las historias de su vida se pueden descubrir con el libro ‘Tránsitos’ de Aingeru Mayor, que recoge los testimonios de los padres y madres de 25 menores en situación de transexualidad de Euskadi y Navarra. Además de los relatos, el libro incluye un análisis y “pistas” sobre cómo actuar en situaciones de malestar del menor, cómo afrontar los cambios físicos como la ropa o el corte de pelo y cómo gestionar todo ello en la escuela, con psicólogos y con la Unidad de Género del hospital para poder conseguir la documentación oficial que reconozca a su hijo o hija tal y como es y se lleven a cabo en su cuerpo los cambios que requiera para ser él o ella misma.
‘Tránsitos’ narra las historias de 12 niños y 13 niñas de entre 4 y 18 años que pertenecen a la asociación Naizen de familias de menores en situación de sexualidad. Las edades en las que se realizaron los tránsitos van desde los 3 años hasta los 16. “Aunque los padres y las madres sí sean capaces de ver que determinadas expresiones, comportamientos, gestos o roles difieren de las expectativas e imposiciones de género, y aun siendo conscientes de que algo está sucediendo, no piensan, ni se imaginan siquiera, que todo ello tenga nada que ver con la identidad sexual. A veces la negación de la identidad sexual suele justificarse diciendo que es demasiado pequeña, porque puede que sea una fase o algo pasajero, pensando que ya se le pasará, o que más adelante se pueda echar para atrás. Como se dice en un relato: ‘Todas las excusas venían bien’. Todas estas supuestas explicaciones son más bien expresiones de un único deseo: que todo vuelva a ‘la normalidad’, a su sitio, que no sea lo que parece ser. Es más, la creencia de que en algún momento se le pase se convierte en una esperanza que parece no apagarse nunca. Pero lo que la realidad les devuelve, una y otra vez, es que no pasaba, jamás pasaba”, explica Mayor, quien además de ser sexólogo, investigador y escritor es padre de dos niñas: una con pene y la otra con vulva, por lo que conoce la situación por la que pasan los padres y madres de primera mano.
Las cuatro fases de las familias
Según detalla, la mayoría de familias en general y las que aparecen en el libro pasan por las cuatro mismas fases: la negación, el silencio (hacer como que no pasa nada), el amor incondicional (ni se les niega, ni se les acepta la identidad expresada, pero se les hace saber que se les quiere, ocurra lo que ocurra) y, finalmente, la aceptación. “En casi todos los relatos se expresa que, desde que empiezan a observarse las primeras pistas o expresiones claras hasta que comienzan las actitudes y gestos de comprensión y aceptación, suelen pasar períodos de tiempo, más o menos largos, en los que, con mayor o menor intensidad, madres y padres niegan, corrigen y reprenden la identidad sexual que sus hijas e hijos vienen expresando”, apunta.
A mi vecina, su madrina, le llegó a decir que si le llamaba Alaia no volvería más donde ella. A su padre le insistía que era Ander, que era un chico, pero su padre tampoco lo veía
El hecho de tardar en aceptar que su hijo o hija es quien dice ser, suele incrementar el malestar del menor. Mayor incide en que “por supuesto, en ningún momento las madres y los padres lo hacen por maldad, sino por desconocimiento y por incapacidad de comprender lo que está sucediendo”. Este es el caso del padre de Ander, a quien le costaba asumir que no tenía una hija. “A mi vecina, su madrina, le llegó a decir que si le llamaba Alaia no volvería más donde ella. A su padre le insistía que era Ander, que era un chico, pero su padre tampoco lo veía. Incluso aunque yo le mandase información que encontraba en Internet, hacía más caso de lo que le decían otras personas que a mí. Qué frustración intentar hacer entender algo a alguien, y que te lo niegue una y otra vez. (...) Lo peor, sin duda, fue oír cómo su abuela le decía a mi hijo delante de su propio padre: ”Ven aquí, princesa, que eres la niña más guapa del mundo. Y no poder hacer yo nada al respecto. Sentí que le había fallado a mi hijo y me juré no volver a hacerlo nunca más“, cuenta su madre.
Una vez superada esa fase, todos los padres y madres cuyas historias se narran en el libro coinciden en que tras muchas lecturas, reflexiones y formación, se terminan implicando “con todas sus fuerzas” en el activismo, algo que les ayuda mucho en su proceso de comprender lo que está ocurriendo. Se reúnen con otras familias en la misma situación, forman parte de asociaciones o tratan de visibilizar su historia a través de los medios de comunicación. “En algunos casos, hasta el punto de que gran parte de su vida gira en torno a la transexualidad infantil”, confiesa el autor del libro.
Cuando ya es demasiado tarde
Entre las mayores dificultades que se encuentran las familias y los propios menores transexuales está la de enfrentarse a algunos profesionales. Si bien no ocurre en todas las historias narradas, en gran parte, las familias a la hora de contar lo que le ocurre a su hija o hijo a los profesores, psicólogos o médicos, se encuentran con ignorancia y desconocimiento, algo que les genera frustración y los confunde aún más. “Fuimos al instituto a hablar con la orientadora para explicarle la situación. Ella no tenía ni idea de qué había que hacer. Le expliqué algunas cosas y le di el teléfono de Naizen para que llamara y le asesoraran. Me dijo que lo haría, pero una semana después no lo había hecho. Así que fue la responsable de Naizen quien llamó a la orientadora para informarle, y su primera respuesta fue si esto no se podía dejar para el año siguiente”, lamenta la madre de Ekai.
Nunca es demasiado pronto para el tránsito, pero, a veces, sí puede llegar a ser demasiado tarde para la salud mental e, incluso, para la vida de estas chicas y chicos
El suyo es el relato más duro y necesario del libro. Su madre relata cómo fue la agonía que vivieron durante meses para lograr un tratamiento hormonal del menor. Tras múltiples intentos en los que desde la Unidad de Género del hospital le derivaban al psicólogo y al psiquiatra, pero no al endocrino, que era el profesional que se encargaría de realizarle el tratamiento, consiguieron la ansiada cita en la que le realizaron las pruebas necesarias y le dieron la siguiente para que dentro de unos meses pudiera comenzar con el tratamiento necesario. “Ekai llevaba un año esperando el tratamiento hormonal, después de aquellas consultas sin sentido, con preguntas estúpidas, con mentiras… Y cuando Ekai le decía al psicólogo que lo pasaba muy mal cuando tenía la regla y con los pechos, aquel psicólogo diciéndole que no se centrara en eso y que buscara alternativas… Que buscara alternativas”, cuenta su madre.
Lamentablemente Ekai se quitó la vida el 15 de febrero de 2018, antes de lograr el tratamiento. “Nosotros pensábamos que estaba en su mejor momento. Pero nada más lejos de la realidad. (...) Ahora quedan mil preguntas sin respuesta: ¿Por qué? ¿Cómo no lo vimos venir? ¿Por qué no nos dijo que no estaba bien? ¿Por qué no pidió ayuda? Las preguntas sin respuesta y la sensación de culpa creo que jamás desaparecerán. Pero intentamos aprender a vivir con ello (...) Jamás diré que nadie tenga la culpa del suicidio de Ekai, pero siempre me preguntaré cómo habrían sido las cosas si ya hubiera estado tomando las hormonas, viéndose en el espejo con su barbita, con su nuez más pronunciada, con su voz más grave. Quién sabe”, indica.
Como el propio libro revela en cada una de sus historias, el tránsito en la adolescencia provoca más sufrimiento que en la infancia. Mayor lo compara con una “olla a presión” que en los casos de adolescentes o menores que se encuentran en la pubertad se ha ido llenando hasta estallar de forma más “agresiva y hostil” provocando así, depresiones y ansiedad que derivan en autolesiones y hasta suicidios. Por eso incide en que “nunca es demasiado pronto para el tránsito, pero, a veces, sí puede llegar a ser demasiado tarde para la salud mental e, incluso, para la vida de estas chicas y chicos” y concluye que, esta es “una evidencia que conviene que sea conocida y reconocida, especialmente por familias y profesionales”.