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Vitoria 'confina' a Celedón y se queda sin fiestas por culpa del coronavirus

Un cabezudo con la torre de San Miguel, desde la que este año no descenderá Celedón, a sus espaldas

Rubén Pereda

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Cada 4 de agosto, cuando las campanas de la vitoriana iglesia de San Miguel anuncian las seis de la tarde, Celedón, un histórico aldeano de la villa de Zalduondo, se descuelga de la torre y se vale de su paraguas para descender hasta la plaza de la Virgen Blanca. Desde allí, su representación en carne y hueso —enfundada en su inconfundible traje milrayas, las abarcas abrochadas y el paraguas y la bota de vino en mano— se abre paso entre las hordas de extáticos conciudadanos que se congregan para asistir al espectáculo. Una vez elevado sobre una multitud que lo alienta sin cesar, Celedón pregona el comienzo de unas fiestas que se prolongan hasta su regreso a la torre en la noche del 9 al 10. Este año, sin embargo, Vitoria no podrá disfrutar de estas escenas por culpa del coronavirus, que ha obligado a confinar a Celedón. Tampoco circularán los blusas, la música no reverberará por toda la ciudad, no habrá barracas ni fuegos artificiales y las 'txosnas' tendrán que mantener la persiana bajada.

La decisión parecía inexorable, pero los más comprometidos con la celebración de estas fechas especiales para la ciudad albergaron en todo momento la esperanza de que las celebraciones se pudieran salvar de una manera o de otra. La decisión de Pamplona de no celebrar los Sanfermines, sin embargo, empezó a despejar las incógnitas. La confirmación oficial de la suspensión de las fiestas de La Blanca allá por mayo fue un jarro de agua fría para todas las partes implicadas. Gorka Ortiz de Urbina es el orgulloso vitoriano que iba a encarnar por vigésima vez al aldeano de Zalduondo que tanta alegría trae consigo a la ciudad. “La tristeza y la decepción fueron absolutas, porque nadie esperaba que llegaríamos a estos niveles y que se pudieran perder las fiestas”, recuerda.

“Los blusas y las neskas esperamos las fiestas de Vitoria como agua de mayo durante todo el año, porque el que es vitoriano o alavés las vive con pasión”, explica, con un tono de voz inundado por la pena. Y es que el significado de estas fechas agosteñas va mucho más allá de la fiesta y celebración: son también un punto de encuentro. “Pese a que Vitoria es una ciudad pequeña, hay gente a la que durante el año no la ves, pero con la que luego coincides y disfrutas en la cuadrilla. Son cuatro días muy intensos. De ahí la tristeza y la penuria de no poder estar con la gente y disfrutar”, comenta el orgulloso Celedón.

El alcalde de la ciudad, Gorka Urtaran (PNV), ha pedido en todo momento responsabilidad a los ciudadanos. “Nuestro objetivo principal es evitar aglomeraciones. Estamos ante un asunto de salud pública. Este año no toca”, ha repetido en más de una ocasión. De hecho, ese, el de que “este año no toca”, es el lema que acompaña a la campaña institucionale y es el principal mensaje que se ha querido trasladar de cara a las señaladas fechas de agosto. Para garantizar que los ciudadanos no se congreguen en la plaza de la Virgen Blanca como sucede otros años el día el chupinazo, el Ayuntamiento ha organizado un dispositivo que cubrirá las entradas desde todas las calles que desembocan en ella. Asimismo, se hará especial hincapié durante todos los días en el control de los botellones y se incidirá en la obligatoriedad de usar mascarilla.

“La Mari Carmen no sabe coser” y el año del 3 de marzo

Las circunstancias de este año —que llevan impresa la firma del omnipresente coronavirus— no tienen parangón en la historia reciente de la ciudad, aunque sí pueden encontrarse algunos paralelismos al remontarse unos años atrás. Jesús Prieto Mendaza, que es doctor en Estudios Internacionales e Interculturales, ha escrito largo y tendido sobre estos festejos y señala que ya durante la última guerra carlista hubo limitaciones en una Vitoria filoliberal asediada y hostigada. El estallido de la Guerra Civil en el siguiente siglo trajo consigo nuevas cancelaciones, que se extendieron al menos durante un año de la posguerra. El de 1949 fue también un año raro. La esposa de Francisco Franco, Carmen Polo, estaba invitada a asistir a las celebraciones, pero se retrasó en su llegada a la plaza, lo que desató el mosqueo de las cuadrillas de blusas. Ante el estupor de la bancada de cargos oficiales, los blusas prorrumpieron en un cántico que decía: “La Mari Carmen no sabe coser, la Mari Carmen no sabe bordar”. A raíz de esto, el gobernador civil limitó las actividades de los blusas ese año.

Más sonado que ese agosto de 1949 fue el de 1976. En la mente de los vitorianos estaba todavía muy candente el asesinato de cinco obreros a manos de la Policía Armada el 3 de marzo. “Las fiestas no se suspendieron desde la Administración municipal, pero no hubo participación popular. La corporación municipal, nadando entre el franquismo y la entrada en la democracia, organizó unas fiestas que no tuvieron alegría, porque los agentes sociales de la ciudad dijeron que no. Los blusas no salieron e Isasi [por José Luis Isasi, que encarnó a Celedón un total de 22 veces] tampoco”, recuerda Mendaza. De hecho, aquel año tuvo que ser Enrique Orive, un torero de la ciudad, quien hiciera las veces del famoso aldeano. “Pero fiesta no hubo. No hubo magia, jolgorio ni exceso festivo, porque el pueblo no lo quiso en señal de manifestación, duelo y luto por los asesinatos”, señala, rotundo, Prieto.

Un mensaje: “cuidarse para cuidar”

Si bien Celedón es una adición relativamente moderna, las fiestas han estado dedicadas desde el comienzo a la Virgen Blanca y cuentan con un componente religioso muy importante. De ahí que para la Cofradía, la suspensión suponga “mucho dolor”. Aun así, esto no significa que no se vayan a llevar a cabo actos, pero la cantidad se verá reducida y, en todo caso, habrá que adaptarlos a las exigencias sanitarias. “Todo lo que estamos haciendo lo estamos haciendo con un mensaje muy claro: cuidarse para cuidar. Lo estamos repitiendo en todas las oportunidades que estamos teniendo”, explica Ricardo Sáez de Heredia, abad de la Cofradía. Entre los actos que se llevarán a cabo se cuentan el museo del rosario de los faroles, el santuario de la iglesia de San Miguel y todos los actos de la calle, que, según Sáez de Heredia, son “los que realmente gustan, porque transmiten el sentir devocional de todo el mundo hacia nuestra patrona, la Virgen Blanca”.

Se da la circunstancia de que este 2020 se cumplen 125 años desde que se presentara el primer proyecto de rosario. Fue un zaragozano, Manuel Díaz de Arcaya, quien en 1895 propuso al entonces abad de la Cofradía, Demetrio López de Arróyabe, elaborar un rosario similar al de la ciudad maña. Ese mismo año se comenzaron a construir 247 faroles destinados a dar color a la procesión, ya tradicional, que corría por las calles de Vitoria. Pero, como recuerda ahora el abad actual, si bien el proyecto arrancó en 1895, no se finalizó hasta 1898, lo que les brinda tres años para celebrar este especial aniversario. En esa línea, ya se han presentado carteles y se ha confeccionado un pañuelo de homenaje, también se ha lanzado un boleto especial de la ONCE y, aunque desde los propios domicilios, se han bendecido los nuevos faroles luminosos. “Tenemos unas ganas enormes de, en cuanto tengamos la oportunidad, salir a la calle con ellos y enseñárselos a toda la ciudadanía. Toda esta colección no quiere ser otra cosa más que luces para toda la ciudad”, apunta Sáez de Heredia.

También habrá rosarios radiados por la emisora pública, una misa pontifical que se retransmitirá por 'streaming' y celebraciones dentro de la iglesia, siempre ajustadas a las normativas. “Pero todo con mucho dolor —recalca Sáez de Heredia—. No debemos pararnos, pero lo hacemos con mucho dolor. También con mucho pulmón, porque queremos celebrarlo y aplaudir a todos aquellos que están luchando en primera línea de fuego durante esta pandemia. Y también con corazón, con una emoción enorme por intentar que esto pase cuanto antes y que estemos cerca del que realmente lo necesita. Prudencia, prudencia. Que nos cuidemos nosotros mucho para así poder cuidar a los demás. No nos cansaremos de decir que si estamos todos juntos, todos saldremos más pronto que tarde”.

“Las fiestas recomponen la vida social”

En esa idea de las fiestas como pegamento social ahonda Prieto. “La fiesta es algo más que el exceso, la chufla, el beber y el cantar; la fiesta tiene un valor social”, asegura, parafraseando a reconocidos antropólogos como Julio Caro Baroja, Honorio Velasco y Pierre Bordieu. “Es la válvula de escape durante unos días, un tiempo extraordinario que recompone la vida social para el resto del año. Y esa es la función de los símbolos, los rituales y los mitos de nuestras fiestas: Celedón, la Virgen Blanca, los blusas... Un tiempo mágico”, abunda. Prieto también cree que las fiestas no se van a poder celebrar “el año que precisamente más se necesitan”, pues, a su parecer, cumplen una función todavía más importante después de periodos traumáticos. “La sociedad está profundamente dolida y hay un duelo social. Este año era cuando más necesitábamos esa válvula de escape, ese exceso. Esto puede repercutir incluso en un peor humor de la sociedad vitoriana”, añade.

A falta de esa recomposición de la vida social, Prieto cree que las autoridades deben hacer un esfuerzo extra para ayudar a los vitorianos a aguantar el resto del año sin haber podido sellar las heridas sociales con el bálsamo de la fiesta. Pese a ello, coincide tanto con Ortiz de Urbina como con Sáenz de Heredia en pedir responsabilidad y sentido común a la ciudadanía. “Hay que usar la cabeza, porque va a haber más fiestas. Sobre todo, no hay que pensar en uno mismo, sino en los demás. Muchas veces, sin darnos cuenta ni quererlo, podemos perjudicar a alguien. Todos tenemos un familiar o un amigo, y sobre todo los mayores, que puede ser de mucho riesgo. Hay que pensar un poco en los demás y hacer un paréntesis, tomarnos un descanso. Ya habrá tiempo de celebrar y hacer fiestas, pero este año no toca”.

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