Sobre la tierra quemada que genera cualquier pasión maltrecha aparece Medea, una mujer de obsesiones, una hembra hastiada del dolor que, lejos de acabar con su vida para poner fin a su tragedia, prefiere vivir en pena.
Aitana Sánchez Gijón, que da vida a esta dona dolorida, lo asume, lo encarna. La actriz carga con Medea y, por ende, con las turbulencias que el desequilibrio del amor provoca en el ser humano.
La noche de este miécoles, el Teatro Romano de Mérida, el histórico escenario de las tragedias, fue devorado por la actriz. Solemne y próxima al éxtasis que exige uno de los personajes más controvertidos de los textos clásicos, Aitana se ha llevado a la saca del reconocimiento una interpretación próxima al ideal, a ese que no distingue si es actriz, persona, diosa o musa, o todo a la vez.
“No hay mayor dolor que el amor”, exclama Aitana, dice Medea, escribe Séneca. Conseguir que el público la comprenda tras matar a sus hijos, fruto del amor por Jasón, yerno de Creonte, se antoja tarea complicada. Pero Aitana lo consigue.
El poner fin a lo que creó, el desmontar lo que la pasión por error o traición construyó, es la cara de una moneda sucia, esa con la que se compran amores y se venden corazones. La misma con la que se adquieren pócimas de brujería y se alquilan realidades.
Esta Medea, que dirige el actor y director Andrés Lima, se ajusta a Séneca, aunque bien es cierto que las virtudes racionales de éste nada tienen que ver con la irracionalidad de un personaje que lejos de pensar, actúa con la inconsciencia de una loba herida. De negro, como el suelo que pisa, Aitana Sánchez Gijón recoge el testigo de otras actrices que fueron Medea, como Nuria Espert, Ana Belén o Margarita Xirgu, entre otras muchas.
Lo hace desde la rabia, desde el insulto hacia Jasón al que llega a acusar de ser el autor espiritual del asesinato de sus hijos. Lima, que dirige y encarna a tres personajes -Corifeo, Creonte y Jasón-, conduce a la actriz hasta las proximidades del éxtasis teatral. Son cerca de diez minutos... diez... diez de exorcismo, diez de limpieza interior para otros tantos de suciedad de alma.
Arropada la escena con las voces en directo de los ochenta miembros del Coro de Jóvenes de Madrid y el canto mágico de la cantante y actriz Juana Gomilla, como Corifea, Aitana despliega técnica teatral y dosifica energías para lograr que el espectador perciba lo emocionalmente extremo.
Medea lucha contra sí misma entre el amor y la ira, el consuelo y el tormento. “Con este crimen aplacamos al infierno”, dice Aitana, afirma Medea... sostiene Séneca. Del “¿qué he hecho?” al “ya está hecho” exclama tras matar a sus hijos. Así es ella, una mujer que opta por asolar cualquier esencia de Jasón antes que convivir eternamente con la traición y el desamor.
La actriz acaba agotada, o al menos eso se intuye después de un despliegue de voracidad sobre el escenario, el mismo con el que Medea acabó con sus hijos, esos que algunas veces engendran las miserias del ser humano. Si esta noche Medea ha optado por seguir viviendo, aunque sea en pena, mañana sobre este mismo escenario Edipo -que mató a su padre- se arrancará los ojos para seguir sufriendo en vida. Así es la tragedia.