Estudiantes en huelga
Aunque no me faltan motivos para presumir de los estudiantes que conozco (y son ya muchos después de tantos años), me parecen aún más admirables ahora que los veo reunirse y organizar actos y movilizaciones sin apenas infraestructura ni recursos, robando tiempo a las clases y al trabajo, por puro amor al arte de intentar cambiar las cosas.
Como tampoco tienen gabinetes de prensa, ni periódicos en propiedad, no suelen aparecer en los medios más que cuando promueven huelgas o arman el más mínimo alboroto. Pero aquí en Extremadura, la Coordinadora Estudiantil, la Asamblea Universitaria de Badajoz, y la Asamblea Educativa de Cáceres (las organizaciones que han suscrito la convocatoria de huelga para el próximo día 26) organizan actividades durante todo el año.
El pasado jueves celebraron una Mesa sobre la educación a la que asistieron alumnos, profesores y representantes políticos y sindicales (lleno completo). Este martes volverán a sacar el debate a las calles, ayudados por sus profesores de filosofía (plaza de San Atón, en Badajoz, desde las 18 horas). Como ven, poco que ver con esos gamberros revienta actos que pinta a veces la prensa.
Además, para gamberrada, y de las gordas, la de la LOMCE y sus reválidas. Es por ella por lo que los estudiantes promueven una huelga que sabe a poco, dado el caudal de perjuicios e iniquidades que supone esta malhadada ley. Resumiendo mucho, los estudiantes se niegan:
A asumir que la escuela sea una suerte de cadena de montaje en la que los alumnos sean catalogados y segregados, a los quince años, como futuros obreros (los que van a FP) o futuros universitarios (los que van a Bachillerato), ahondando aún más en la brecha social y económica de la que nuestro país es líder absoluto entre las naciones de la OCDE.
A que, con absoluto (e ignorante) desprecio de lo que la pedagogía (y la simple experiencia docente) enseña, se enarbolen con desvergonzada simpleza los criterios de la capacidad y el esfuerzo para separar a los “malos” alumnos de los “buenos”. Como si la capacidad no fuera, en gran medida, un don (tan “merecido” como nacer rubio o miope) y el esfuerzo no dependiera de mil y una razones y no de la pura voluntad de las personas.
A que, con la ceguera del que confunde el interés con lo interesante, se conciba la educación como un simple medio para el “triunfo” laboral, y no como un fin y un logro en sí misma.
A que se enaltezcan como sumos valores la competitividad, el éxito profesional y el bienestar económico, como si no existieran otros y más verdaderos propósitos para dotar de sentido a la vida humana.
A que se antepongan las asignaturas “instrumentales” y técnicas, bajo el falaz prejuicio de que lo más importante (las ideas, los valores, el buen juicio, la reflexión política...) son cosas tan insensatas (¿e inútiles?) que, por lo visto, no se pueden enseñar crítica y racionalmente en el aula (aunque sí inculcar en las parroquias o en el seno de la Sagrada Familia).
A qué se vuelva a la pedagogía cazurra e indocumentada (tan hispánica ella) de la disciplina y la memoria – ahora llamada cultura del esfuerzo y la excelencia – y al oscurantismo antropológico y la moral tóxica y falaz que la sustenta (los niños son vagos por naturaleza, la letra con sangre entra, a la escuela no se viene a disfrutar, sino a sufrir...).
A que se recorten becas y ayudas, con el peregrino argumento de darlas solo al que por su rendimiento las merezca, olvidando que el hijo del rico podrá obtener sus títulos sin becas, rinda o no rinda, y que el rendimiento del menos agraciado (porque es gracia o desgracia, no mérito, ser hijo de quien uno es) se verá siempre lastrado por su peor circunstancia.
A que se impongan, en fin, pruebas de reválida (de las que aún, a estas alturas del curso, no sabemos prácticamente nada) que ningunean el trabajo de años de alumnos y profesores, convierten la educación en poco más que un ejercicio de adiestramiento para superar exámenes, y clasifican (y dotan) a los centros en función de los resultados de las mismas.
Por todo esto, y lo que dejamos en el tintero (sumisión de los consejos escolares y los claustros al poder omnímodo de la administración, falta endémica de medios, recortes en becas, desviación de recursos a la educación concertada, pésima calidad científica y didáctica de los currículos ministeriales – se hicieron a toda prisa –, enormes diferencias entre lo que se imparte en unas y otras comunidades, etc.), no queda otra que secundar la huelga. Las lecciones del miércoles 26 serán en las calles. Y las darán ellos, los estudiantes.