Feminismo Prêt-à-porter

Alicia Díaz

La influencia de ciertos movimientos sociales ha conseguido que en la lucha por sus reivindicaciones el mensaje haya sido transformado para convertirse en moda. Contextualizar el fenómeno para situarlo históricamente nos permite analizar los motivos, los intereses, las consecuencias - positivas y negativas - y la trascendencia sociopolítica que se deriva de ella. La historia se encarga de recordarnos algunas de las conversiones que pasaron de protesta a moda; un claro ejemplo lo encontramos en el movimiento hippie o en el punk.

La era hippie, como movimiento contracultural, libertario y pacifista, nacido en los años 1960 en Estados Unidos, asumió una forma de vida basada en la más profunda gestación de la no violencia y la creación de una sociedad alternativa en pleno auge de la revolución sexual junto al consumo de drogas como la  marihuana y alucinógenos como el LSD para alterar el estado de conciencia bajo la represión del sistema; sin embargo, la extensión del movimiento terminó en moda, algo que produjo su muerte con la llegada de los neo-hippies y la masificación de su influencia. Es muy característica la vestimenta colorida y alegre con motivos naturalistas como representación de un estilo propio.

Me interesa especialmente lo que está ocurriendo con el feminismo, movimiento totalmente acoplado a la cultura de masas, algo que llama poderosamente la atención teniendo en cuenta que ser feminista no ha sido nunca nada popular y mucho menos sus reivindicaciones han sido virales ni fáciles; desde la consecución del voto femenino, hasta el derecho a una Ley Integral contra la Violencia de Género que permita a las mujeres maltratadas ser amparadas y protegidas. En los últimos años las mareas de mujeres han protagonizado imágenes que ya han marcado su paso por la historia; desde la la reivindicación por el derecho al aborto libre, seguro y gratuito de las mujeres argentinas vestidas con pañuelos verdes, hasta el movimiento ‘Pussy Hat’, de los gorros de lana rosas en Estados Unidos de la Women’s March de Washington – y las otras 616 manifestaciones ‘hermanas’ previstas a lo largo de Estados Unidos–, donde asistieron más de medio millón de personas para, según la organización, “realizar una demanda de justicia social y derechos humanos en asuntos que van desde la etnia, el género, la religión, la inmigración y la asistencia sanitaria”.

El capitalismo, que siempre logra actuar como coladero a través del sibilino neoliberalismo, ha sabido introducir sus garras para arañar cualquier conato de transformación que pueda debilitarlo. Por ello, son muchos los diseñadores, las plataformas virtuales, campañas mediáticas y tiendas físicas y online las que de forma astuta han querido abrazar el feminismo a través de sus productos. En realidad a ellos no les interesa la filosofía feminista, lo que les importa es hacer caja a través de sus productos y merchandising. Es curioso como un movimiento político anticapitalista ha caído en las redes del propio capitalismo: desde el alegato feminista de la marca Nike en sus anuncios publicitarios hasta la venta de tazas y fundas para iPhone con eslóganes y símbolos feministas.

Todo es posible en una sociedad abocada al consumismo y al individualismo. En el 2016 Maria Grazia debutaba como la primera directora creativa mujer de la marca Dior, que siempre se ha destacado por sus diseños femeninos y elegantes. Su colección para Primavera 2017 estuvo inspirada en un nuevo concepto de lo femenino. La prenda que causó furor de esta colección fue una playera con la leyenda “We Should All Be Feminists” (Todos deberíamos ser feministas), citando a la escritora y defensora de los derechos de la mujer Chimamanda Ngozi Adichie. Que Dior cree moda con un movimiento que ha luchado por los derechos de las mujeres precarizadas y explotadas física y sexualmente en las fábricas, en el campo y en sus casas, solo es síntoma de la decadencia de una sociedad empeñada en pertenecer a un grupo pero incapaz de vivir conforme a la lógica identitaria de su filosofía.

No es difícil entrar en una de las tiendas de Amancio Ortega y encontrarnos camisetas con mensajes grabados feministas “I’m a feminist” como si necesitáramos reafirmar nuestra ideología presentándonos a través de un tejido fabricado por mano de obra infantil y femenina barata en condiciones infrahumanas. Según Umberto Eco (1976) el vestido y la apariencia descansan sobre códigos y convenciones, muchos de los cuales son sólidos e intocables, defendidos por sistemas de sanciones e incentivos capaces de inducir a los usuarios a hablar de forma gramaticalmente correcta el lenguaje del vestido bajo pena de verse condenados por la comunidad. La vestimenta, como forma de lenguaje no verbal es creada para comunicar y crear tendencias sobre un número lo suficientemente elevado de personas que puedan convertirlo en moda y, las mujeres, son más de mitad de población del mundo. El mensaje es el siguiente: ser mujer está de moda; una lectura tendenciosa e injuriosa porque ser mujer en este mundo te convierte en potencial víctima de abusos, explotación y violaciones.

No hay nada más a la moda que la ocultación de la verdad y la normalización de las conductas más violentas, y éstas son perfectamente analizables a través del lenguaje del vestido. Recordemos aquel significativo principio de la novela de Galdós Fortunata y Jacinta. El escritor a través del paso del uso del mantón al  abrigo —dos prendas de vestir— quiso señalar la evolución, el cambio tremendo de la sociedad española. Y el estudio del comercio de Madrid, cuando el mantón es relegado a las mujeres de pueblo, mientras las señoras empiezan a vestir con abrigo con la entrada en la nueva sociedad burguesa de la Restauración, de cara a Europa.

Lo mismo hacía Mesonero Romanos en su artículo “El sombrerito y la  mantilla” en el que señalaba otra transformación de la sociedad española. Aquellas dos mujeres que se encontraban, sorprendiéndose, la una con la clásica mantilla tradicional y la otra con el sombrerito de moda, eran dos  prototipos de un nacionalismo a ultranza y de un europeísmo parisién, del que Mesonero desconfiaba. “¿Hemos ganado, hemos perdido en el cambio? Hay quien dice que presta gracia al semblante, y quien supone que oculta lo mejor de él; quien sostiene que las bonitas están más bonitas, y quien asegura que las feas están más feas; quien cree que es moda de niñas, y otros que la acomodan a las viejas; los maridos la encuentran cara; las mujeres sostienen que es económica, unos piensan que es moda de invierno; las madrileñas la han adoptado en verano; cuáles están por las flores, cuáles por la paja; éstas, por el terciopelo; aquéllas, por el raso. ¡Terrible extenuativa; profunda y dificilísima cuestión!”

No estaría mal pararnos a pensar qué hay detrás de las modas, de las apariencias y del verbo de una tela. No estaría mal preguntarnos si este cambio de sombrero se debe a la transformación social propia del progreso o son los sombreros los que nos obligan a pertenecer a un momento concreto y estático determinado por el costumbrismo neoliberal actual y cotidiano. Hay un intento de feminismo Counter-Couture  (cruce de contracultura y alta costura) que permite que un movimiento que cada ocho de marzo recuerda a las mujeres obreras quemadas en las fábricas entre telas moradas sean relegadas por otras prendas moradas Prêt-à-porter más a la altura del interés del poder.