El universal poeta y dramaturgo de Fuentevaqueros, don Federico García Lorca, nació en el fatídico año de 1898, en plena convulsión social y política por los “desastres” de nuestras últimas colonias. Parece que la fecha de nacimiento a veces pueda señalar el destino de cada cual, dotándole de genio y también de vicisitudes y desgracias, a partes iguales. Y normalmente, en las épocas de mayor crisis social y económica suelen emerger grandes figuras y genios, como lo fue Lorca.
Murió con 38 años, como los que tiene el que escribe este artículo, mi humilde homenaje. Mañana transcurren 79 años de su asesinato, triste onomástica para un genio universal de nuestra literatura, liberal, humanista, un artista irrepetible. Fue asesinado en la madrugada del 18 de agosto de 1936, fusilado junto a un olivo en la carretera que une las localidades de Víznar y Alfacar, junto al maestro de escuela Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, fruto del odio de la España conservadora a todo lo que representaban. La escena formaría parte, sin él saberlo, de la postrera obra de teatro que lo haría inmortal, eterno y amado por toda la Humanidad más de lo que ya lo era en aquel tiempo. Al amanecer, como escribió Antonio Machado, se le vio caminar entre fusiles, fue su último paseo y el que definitivamente selló un eterno recuerdo de su memoria.
La muerte de Lorca fue denunciada en todo el globo, y cantada también por poetas y músicos. Así lo recogía el diario ABC, cuando aún defendía los valores de la II República Española, en su edición del 8 de septiembre de 1936, al conocerse con certeza la noticia:
“Federico García Lorca ha caído bajo los mismos fusiles que mataron de perfil a su Antoñito Camborio. Fusiles de esos hombres que por tener ”almas de chacal“ no han sido dignos de identificarse con el pueblo…. Inútil trazar su semblanza, enumerar sus obras... La figura de García Lorca y la labor que desarrolló, están presentes en la memoria de sus admiradores; que es toda la España actual, toda la España de hoy que, fusil en mano, combate para aniquilar a los mismos que le han asesinado.”
Federico García Lorca no soportaba la política partidaria, era un hombre que no militaba en ningún partido político -“yo soy del partido de los pobres”, dijo. La popularidad de Lorca y sus numerosas declaraciones a la prensa sobre la injusticia social, le convirtieron en un personaje incómodo para la derecha: “El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. (…) El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad.” [Entrevista en La Voz, Madrid, 7 de abril de 1936].
La muerte de Lorca ha cobrado vigencia en la actualidad por iniciativa entre otros de su biógrafo, el hispanista Ian Gibson. En su figura confluían todas las circunstancias para ser una presa de alto valor para los fascistas que impusieron el terror en Granada a partir de julio del 36: era de izquierdas, tenía gran éxito como escritor y era homosexual.
La muerte de Federico está llena de incógnitas e interrogantes, claroscuros y horas agónicas que impiden conocer toda la verdad que la rodea. Es muy común, a mi entender, la falta de presentimiento de la muerte en aquellas personas que son realmente libres y buenas, tanto en sus ideas como en sus actos, y Federico lo era. Muchas veces he pensado porqué se fue a Granada, en vez de intuir el inminente peligro tras la sublevación militar de 1936 y exiliarse; quizás pensó, ingenuamente, que contra él no vendrían, que él no era político, o que allí estaría más protegido por su amistad con el jefe local de la Falange. Lo cierto es que fue a Granada a morir trágicamente, como nunca hubiera pensado que fuese a terminar su vida, y se cortó así de raíz una de las vidas más fecundas del siglo XX literariamente hablando. Como sentenció Fernando de los Ríos, su mentor y amigo: “Los facciosos mataron con él la poesía”.
Una vez percatado del peligro, García Lorca no quiso arriesgarse a cruzar las líneas enemigas, para pasar a la zona republicana, y prefirió ampararse en el domicilio familiar de los Rosales, en el número 1 de la calle Angulo. Allí le llegó la noticia, el día 16 de agosto, de la ejecución de su cuñado José Fernández-Montesinos, alcalde socialista de la ciudad.
El crimen de Federico García Lorca pesó sobre la dictadura durante sus cuatro décadas, pero el régimen nunca reconoció oficialmente que hubiese tenido alguna responsabilidad en el fusilamiento del poeta. Aunque la mayor parte de los historiadores reconocen que todos los indicios hacen concluir que se trató de un asesinato político, la versión del régimen franquista sobre su muerte aparecía en el libro 'Palabras del Caudillo': “En esos momentos primeros de la revolución en Granada, ese escritor murió mezclado con los revoltosos; son los accidentes naturales de la guerra”.
Casi 30 años después del crimen, el asesinato se recoge en un informe redactado en 1965 por la Jefatura Superior de Policía de Granada, que define a Lorca como “socialista” y “masón”, y le tilda de “prácticas de homosexualismo”. Este informe, que ha sido desclasificado muy recientemente, constituye el primer documento oficial sobre el asesinato, y pondría en entredicho la versión oficial del régimen franquista, de ahí que haya estado “durmiendo” en un cajón durante tantos años, incluidos bastantes de la actual democracia. El mismo se cursó por la petición de la hispanista francesa Marcelle Auclair, a través del embajador en Francia, que preparaba una biografía sobre Lorca, pero posteriormente se decidió ocultar por el gobierno franquista.
En dicho informe se cita expresamente la orden de detención contra Federico; en el cuartel de Falange, instalado en la calle San Jerónimo, se hallaban el jefe de bandera don Miguel Rosales Camacho cuando en él se presentaron el diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, su “compadre” Juan Trescastro, Federico Martín Lagos y algún otro que no ha podido precisarse, con una orden de detención dimanante del Gobierno Civil contra Federico García Lorca. Según Ian Gibson, fue una operación de envergadura: “Se rodeó de guardias y policías la manzana donde estaba ubicada la casa de los Rosales, y hasta se apostaron hombres armados en los tejados colindantes para impedir que por aquella vía tan inverosímil pudiera escaparse la víctima” [Federico García Lorca, vol. II, p. 469]
Lorca fue trasladado al Gobierno Civil de Granada, donde quedó bajo la custodia del comandante José Valdés Guzmán. Entre los cargos contra el poeta –según una supuesta denuncia, hoy perdida y firmada supuestamente por Ruiz Alonso– figuraban el “ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual” [Federico García Lorca, vol. II, p. 476]. Fueron infructuosos los varios intentos de salvar al poeta por parte de la familia Rosales y, más tarde, por Manuel de Falla, siendo este último amenazado con correr la misma suerte. Hay indicios de que, antes de dar la orden de matar a Lorca, Valdés se puso en contacto con el general Queipo de Llano, jefe supremo de los sublevados de Andalucía. Quien contestó que le “diesen café, mucho café”.
La noche del 18 de agosto comenzaba el fatal desenlace del drama de su muerte. Salió esposado junto al maestro de la localidad de Pulianas, cual escena surrealista. Escoltado por guardias y falangistas de la “Escuadra Negra”, fueron empujados hacia el interior de un coche. Se cree que durante los días en que Lorca esperaba la muerte fue duramente torturado, hasta que en la madrugada del 17 al 18 de agosto de aquel 1936, fue conducido a una cuneta del camino de Alfacar, cerca de la Fuente Grande o “Fuente de las lágrimas”. Allí fusilaron a Federico, al maestro y a los banderilleros, enterrándolos como tantos en una fosa común, cuya ubicación es desconocida hasta el día de hoy. Como suele ocurrir con los inocentes que defienden la libertad y sus ideas hasta las últimas consecuencias, pasó a formar parte del imaginario popular y su figura alcanzó la eternidad, el efecto contrario al deseado por sus asesinos.
Lorca cantó a los negros de Nueva York, a gitanos ajusticiados por guardias civiles, a mujeres asfixiadas por su servidumbre. Toda su vida fue un canto a la libertad, el autor de “Bodas de Sangre” y el “Romancero Gitano” había muerto físicamente.
Nunca olvidaremos a Federico, siempre residirá en nuestros corazones. Antes de su asesinato, el alba se quedó muda, miró a izquierda y derecha y se despidió de sus compañeros, y esperando el cadalso junto al maestro y los banderilleros, don Federico recordó los versos de su “Muerte de Antoñito el Camborio” y los hizo suyos una última vez:
“Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir. ¡Ay Federico García, llama a la Guardia Civil! Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz”.