Nadie pone en duda que Mérida es uno de los yacimientos arqueológico más notables de Europa. Ya lo apreció Larra cuando en su vista de 1835 significó a la “osamenta pétrea” de Emérita como “un niño dormido en los brazos de un gigante”. Pudo demostrarlo José Ramón Mélida al desenterrar, iniciado el siglo XX y gracias a la ayuda imprescindible del Conde de Romanones, ministro liberal de Instrucción Pública, la colosal ruina del Teatro, un recinto que, al día de hoy, es la primera referencia mundial en el ranking de los teatros antiguos. La apuesta, después, de Margarita Xirgu y Unamuno, consolidó la emoción escénica de un marco teatral “incomparable” que aun latía en el sueño de una pretérita grandeza.
La comba posterior giró entre, por una parte, la defensa de los nobles restos enterrados y los intereses, por otra, de construir sobre ellos, en la comba del desarrollismo constructivo y la ganancia en corto. Es obligado señalar el decreto, con rango de Ley, que en febrero de 1973 tituló a la ciudad como “Conjunto Histórico/Arqueológico” – único con ese carácter – con el propósito de garantizar la salvaguarda del legado bimilenario de una depredación edificatoria. Sorprendentemente, el Ayuntamiento de la época, más cercano a los intereses privados que a los del común, a la vista de lo acaecido, recurrió el decreto hasta perderlo en el Tribunal Supremo, cuestión que valora la voluntad estatal de proteger el subsuelo de Emérita.
Vinieron luego años generosos en recuperar espacios, en rehabilitar recintos, hasta llegar a contemplar, en clave cercana a la sacralización, la mole del gran Museo de Rafael Moneo – 1986 - y la vitola de la declaración – 1993 - del Conjunto como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se puede decir que, entre luces y sombras, en el trayecto hasta hoy, Mérida tiene otra tarjeta diferente hacia el futuro, desde su equipaje de mármoles, granitos y teselas. Son necesarios, no obstante, para la singladura hacia ese futuro, que será esplendoroso, sin duda, nuevos pertrechos, más artes de navegación, reforzando al máximo el velamen y la logística de apoyo.
Las decenas de miles de piezas arqueológicas actuales y las futuras – del Consorcio o del propio Museo – no expuestas y apiñadas en distintos almacenes pueden tener una vida menos anónima y más pedagógica. Sugiero, desde esa intención, que el silo del trigo de Mérida sea un elemento coadyuvante al conjunto de organismos, instituciones y entidades que operan sobre el Conjunto Histórico/Arqueológico de Mérida, desde las siguientes concreciones:
El silo, por un lado, debe ser un anexo del Museo Nacional de Arte Romano, con el doble fin de almacenar piezas - o mosaicos en sus paredes - sin necesidad de abrir ventanas al exterior. Esta dinámica novedosa, desde una vía museística, menos pulida, más primaria por amplia en lo expositivo y menos convencional en la forma, aumentaría enormemente el interés por visitarlo, así como el empleo derivado.
El Consorcio que rige el Conjunto Ciudad Monumental, integrado por el Ministerio de Cultura, la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de Mérida tendrá, igualmente, su sede y todo el operativo material de excavaciones, almacenes y talleres de restauraciones en el mismo silo, compartiendo líneas de carácter facultativo común con el Museo Romano o el Visigodo. Actualmente el Consorcio tiene sus almacenes muy dispersos por distintos enclaves de la ciudad, algo que no redunda en la configuración de un perfil profesional potente, desde la especialización o la acumulación de destrezas, cuestión de gran interés nacional e internacional en el ámbito de la Arqueología y la restauración de piezas y que provocaría un potencial de empleo de alto calado. Todo ello generaría una acumulación de experiencia transferible, hasta convertirlo en un verdadero foro profesional de altísima definición. Esa cadena, de afinamiento de acciones y creación de empleo, vendría dada, paradójicamente, por la centralización de todas las acciones en el compacto excepcional del silo y sus espacios generosos, tanto los edificados como los libres.
La acción operativa conjunta, en favor de la cultura arqueológica como hecho de interés universal, va a provocar sinergias de un alto calado y definirá a Mérida/Extremadura/España como referencias en lo profesional, científico y cultural, por la significación del hecho artístico en las acciones que definieron, durante toda la historia, a los pueblos que cultivaron las Bellas Artes y los Oficios Artísticos, con su resultante efectiva en la actividad, el empleo.
Todo ese universo, entre el rescate, la restauración y la creatividad, podrá ser el soporte práctico de esa Facultad de Bellas Artes, muy especializada en Arqueología, que Mérida debe tener, para beneficio universal.
Es por tanto de todo punto necesario que el Ministerio de Cultura, titular del Museo Nacional de Arte Romano, al tiempo de cotitular del Consorcio de la Ciudad Histórico/Arqueológica de Mérida aporte su parte, junto a la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento, para que el monumental, y arquitectónicamente singular, silo del trigo de Mérida sea un activo de titularidad pública – nunca privada - para los fines expuestos, dentro de su carácter declarado como Bien de Interés Cultural.
Muchos estamos convencidos de que soñar lo que es posible, para beneficio del común, con su rentabilidad social añadida, resulta obligado. De lo contrario la Humanidad como proyecto de dignidad colectiva, como juego generoso en el que compartir la educación, la convivencia y las emociones, no tendría significado, carecería de valor. Por ello creo que muchos coincidiremos en esta sencilla, por funcional, propuesta en favor de un vetusto y monumental edificio – el silo del trigo de Mérida/Extremadura/España – que espera impaciente una nueva andadura, regeneradora, constructiva, ilusionante.