El barco de migrantes como animal mitológico: una historia de las trabajadoras gallegas en Reino Unido
Un juego de té de porcelana no es únicamente un juego de té de porcelana. Los objetos acumulan historia, funcionan como metáforas, despliegan significados en múltiples direcciones. A partir de esa idea, el escritor Xesús Fraga ha comisariado la exposición As xeracións do Montserrat, que investiga en la memoria emocional de más de 240.000 trabajadoras y trabajadores gallegos emigrados en el Reino Unido entre 1960 y 1974 a partir de objetos y fotografías. Al frente de todo este material aparece un barco, el Montserrat, “como un animal mitológico”, que junto a su gemelo el Begoña se encargó durante décadas de cubrir la ruta entre Galicia y Gran Bretaña. El juego de té de porcelana, por cierto, es el núcleo de una de las 12 historias que vertebran la muestra, organizada por el Consello da Cultura Galega, con diseño de Pepe Barro y abierta en el Kiosco Alfonso de A Coruña hasta enero del año que viene.
Las piezas de vajilla conformaban la dote que una mujer de Betanzos (A Coruña) preparó para su boda. Lo hizo desde Londres, a donde había emigrado mientras su prometido hacía la mili, dos años en aquella España del final de la dictadura. La correspondencia que cruzan sirve como espejo del impacto del desplazamiento. “Una de las cosas que cuenta a su novio es que nunca había estado en un edificio con calefacción central. También cómo la impresiona la liberación de la mujer”, explica Fraga. En Reino Unido demandaban mujeres y las gallegas, a menudo, emigraban solas, “sin estar subordinadas a un hombre”. Cuando él acaba el servicio militar, ella le pide que se mude a Inglaterra. “No, si nos casamos, vuelves tú a Galicia”, le responde. Y volvió, con el juego de té de porcelana, adquirido en la metrópolis británica, como dote.
La separación es, precisamente, uno de los ejes de As xeracións do Montserrat. “Percibo esa travesía marítima, la que recorrían los emigrantes a bordo del Montserrat o Begoña, como un tránsito, un espacio liminal. No estás en el lugar natal ni estás en el de llegada”, dice Fraga. Algo así es la emigración, de la que el propio comisario de la exposición es producto: nació en Londres en 1971, aunque su familia procede de Betanzos. Virtudes (e misterios) (Galaxia, 2020; en castellano, Xordica), que le valió el Premio Nacional de Narrativa, lo narra en una suerte de novela documental sobre las voces bajas de la emigración gallega. “Para mí, pensar en mi abuela y en Londres era lo mismo”, afirma en relación a Virtudes, que se fue a trabajar a Reino Unido con 27 años y dejó tres hijas en Galicia, “pero nunca me había preguntado cómo llegara, sobre la situación sociopolítica”. De esa curiosidad nacieron el libro y, tres años más tarde, la muestra.
Objetos que adquieren la condición de metáforas
A Fraga le interesaban, en todo caso, nuevas perspectivas sobre el fenómeno migratorio gallego. “La demografía, la economía, las cifras del movimiento están más estudiadas”, señala, “yo quiero centrarme en su memoria emocional”. Más de dos millones cruzaron el Atlántico en dirección a América entre 1836 y 1960, según el historiador Antonio Eiras Roel. Medio millón lo hicieron a Europa ya en la segunda mitad del siglo XX. Sus emociones, entiende el escritor, las almacenan las cartas, las fotografías, los objetos de la vida cotidiana. También los más humildes. “En un yacimiento arqueológico lo que eran desperdicios se convierten en una mina de oro para los investigadores. Con los objetos pasa lo mismo, adquieren la condición de metáforas, de símbolos”. Sucede con el juego de té de porcelana, con los elepés de The Beatles o con dos volúmenes de Agatha Christie, uno en inglés y otro en castellano, que leía otro emigrante para aprender el idioma del país de acogida mientras navegaba en el Monserrat.
“Los emigrantes a Reino Unido no podían llevar hijos pequeños. Debían firmar un papel conforme a que no lo hacían. Una pareja dejó en Galicia a su hija recién nacida. En Londres compraron una cámara de fotos, que gastaban en el verano con la niña. Hasta que no pudieron soportar más la separación, regresaron y le regalaron la cámara a la hija”, cuenta. Se puede ver en una de la docena de mesas vitrina que estructuran la exposición, dedicadas a una persona, pareja o familia. Contienen fotos y objetos y un código qr mediante el que se puede acceder a un audio del propio Fraga en el que amplía detalles de cada historia. Entre ellas la del último capitán del Montserrat, Carlos Peña, un santanderino que todavía vive en Madrid. Tiene 89 años. El escritor llegó a contactar con el último jefe de máquinas, Tomás Rodríguez Mosquera, que lo llevó al desguace a Castellón, pero murió antes de la inauguración de As xeracións do Monserrat.
Fraga llevó el nombre del barco al título de la muestra en un eco de la Generación Windrush, la de los primeros migrantes caribeños en el Londres de los 50, bautizada como el navío que, en 1948, transportó a 492 ciudadanos del Caribe al puerto inglés de Tilbury. “El Montserrat o el Begoña son como animales de otra era. Representan, además, esa bisagra en la que varía el rumbo de la emigración gallega”, dice. A mediados del pasado siglo, los trabajadores gallegos cambian América por el capitalismo pujante de la posguerra europea. En el norte hace falta mano de obra y allá se dirigen. La huella de esta epopeya todavía no se ha borrado. “Las migraciones son siempre intercambio de objetos e ideas. En los años, Reino Unido ensayaba lo que iba a ser una sociedad cultural, y los gallegos y gallegas formaron parte de ese puzzle”, indica Fraga, “en dos generaciones, Galicia pasó de pagar los foros en ferrados [medida de volumen] de trigo a ir a la universidad, y eso se lo debemos a que mi abuela, y otras miles como ella, emigraron”.
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