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Momentos estelares del baltarismo, la dinastía caciquil por excelencia del PP gallego

José Luis Baltar (izquierda) y su hijo José Manuel, en el congreso del PP de Ourense de 2010

Daniel Salgado

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La sucesión de hechos, colocados uno detrás de otro y en el correspondiente contexto político e histórico, resulta explosiva. Son cuatro décadas de salvaje política clientelar, corruptelas que a menudo acabaron en los juzgados, cargos heredados y un árbol genealógico del enchufismo, aplastantes mayorías absolutas, medios de comunicación adocenados, una provincia a la cola en los índices socioeconómicos, guerras intestinas y, siempre finalmente, uno de los cimientos más sólidos de la hegemonía del Partido Popular en Galicia. José Luis Baltar Pumar y su hijo José Manuel Baltar Blanco convirtieron la Deputación de Ourense en su finca particular, el lugar desde el que hicieron y deshicieron y repartieron a cambio de votos y prebendas. Solo la temeridad al volante del vástago, O Fillo, cazado a 215 por hora en un coche del ente provincial el año pasado, clausuró la dinastía caciquil por excelencia de los conservadores gallegos. Os Baltar (Morgante, 2024) es el libro que los periodistas Cristina Huete y Primitivo Carbajo dedican a explorar y sintetizar esta historia que es también la historia de cómo la derecha ha dominado la comunidad.

“No hubo inversiones. Y los enchufados eran tantos que las academias de la ciudad de Ourense no preparaban oposiciones a la Diputación, los puestos estaban dados”, relata a elDiario.es Cristina Huete. Sus informaciones publicadas en Faro de Vigo, La Voz de Galicia y, sobre todo, en El País son la base sobre la que se levanta Os Baltar. Y que le valieron numerosísimas demandas e imputaciones, incluso por vía penal, procedentes de la familia “y sus esbirros”. La denunciaban por una cosa y por la otra: recuerda que acabó en el banquillo por mencionar un nombre en un reportaje sobre la colección de coches deportivos y de época que almacenó Baltar Pumar. Le pedía 20.000 euros de fianza. Salió absuelta. “Me señalaban en redes sociales, me amenazaban... En un sitio pequeño como Ourense no es cómodo”, dice, “pero estaba segura de que era lo que tenía que hacer”.

Con Primitivo Carbajo coincidió en la desaparecida edición gallega de El País. La mirada de este sobre lo que sucedía en Ourense, más exterior, presenta ángulos complementarios. “El gran peligro es que el baltarismo quede como algo pintoresco”, argumenta, “cuando en realidad condicionaba la política gallega y era la clave para que el PP mantuviese la Xunta”. Más allá de la cabalística obsesión de O Fillo por el número siete -“en su libro Falemos de ourensanía menciona que Galicia y Ourense tienen siete letras”, ríe Carbajo- o del trombón del padre -“si no eres del PP, jódete, jódete”, acompañaba con el instrumento en las otrora gloriosas noches electorales-, los Baltar establecieron un sistema de control político, demediaron los procedimientos democráticos, violentaron los mecanismos de acceso al trabajo público y obtuvieron poder y beneficios materiales a cambio. Y sostuvieron primero a Fraga Iribarne y después a Núñez Feijóo en el Gobierno gallego. Mientras, la provincia chapoteaba en los furgones de cola de casi todos los medidores económicos y sociales. “Boinas y birretes eran el mismo perro con distinto collar”, resume Huete. Se refiere a los dos bandos que, durante años, dividieron al PP gallego: el sector rural, celoso de cierta autonomía respecto de Madrid, caracterizado como un reino de caciques, y el urbanita, neocón primero, después neoliberal y ahora en parte seducido por el trumpismo, centralista y españolizado.

De Falange a Coalición Galega y la absorción por el PP

El caso es que el Partido Popular de Ourense tiene su propia trayectoria, al margen de Alianza Popular. La reconstruyen Huete y Carbajo. En el principio fueron Falange, de cuyo Frente de Juventudes fue miembro destacado Baltar Pumar -es una de las revelaciones del libro-, y Eulogio Gómez Franqueira, el creador de Coren, procurador por el Tercio Familiar en las Cortes franquistas. La conjunción de las granjas cooperativas avícolas, la financiación de Caixa Ourense y las sucesivas marcas partidarias más o menos centristas fundadas tras la caída de la dictadura formaron un ecosistema político único. Acción Política Orensana, la primera de todas ellas, sería uno de los afluentes gallegos de UCD. De su descomposición nació Centristas de Ourense, núcleo al poco tiempo de Coalición Galega, la más acabada expresión de un nacionalismo gallego conservador. El partido llegó a enviar un diputado al Congreso en 1986, el primero nacionalista de Galicia desde la II República, y 11 al Parlamento autonómico. En 1987, prácticamente de la noche a la mañana, se desintegró. Pero esa es otra historia, aunque relacionada.

Baltar Pumar sería uno de los supervivientes del naufragio, a bordo de Centristas de Galicia, la formación con la que Victorino Núñez recuperó el viejo proyecto de Franqueira. Se encontraba impedido tras sufrir un ictus y Núñez había alcanzado la presidencia de la Diputación. Baltar fue su vicepresidente. Este magma autodenominado centrista y con veleidades autonomistas acabó absorbido por el PP de Fraga Iribarne. Y facilitó su primera mayoría absoluta, la de 1989, fruto de lo que algunos han denominado pucherazo. En la circunscripción de Ourense, precisamente. Lo menciona Os Baltar, claro: 5.000 votos sin escrutar y unas misteriosas sacas halladas dos meses después en una oficina de Correos. Victorino Nuñez pasó a ocupar la presidencia del Parlamento de Galicia en 1990 y Baltar Pumar ascendió a la presidencia de la Diputación. Solo se bajaría en 2012, y para cederle el sillón a su hijo, O Fillo.

De Baltar Pumar a Baltar Blanco y final a 215 por hora

“En la diputación y sus organismos ya se sientan enchufados hijos de los enchufados”, explica Huete. El relato de como la tela de araña del PP baltarista se fue extendiendo por la provincia es el núcleo de Os Baltar. “Más del 40% de los presupuestos de la Diputación se destinaba a pagar los salarios de los enchufados”, añade. Eso y la proliferación de corruptelas de menor o mayor tamaño. Carbajo, en todo caso, ironiza sobre la materia. “Dentro de las ilegalidades y las alegalidades del funcionamiento del baltarismo”, relata entre risas, “por lo menos repartían entre muchos. Los birretes son otra cosa. Mire Feijóo, su hermana, su cuñado su prima, todo muy próximo”. En el hospital Santa María Nai, dependiente del ente provincial -hasta que Fraga lo integró en el Sergas en una batalla intestina perdida por el PP ourensano-, Baltar Pumar llegó a colocar a más de 300 vecinos de Esgos y Nogueira de Ramuín, los ayuntamientos donde respectivamente había nacido en 1940 y donde fue alcalde entre 1976 y 1995.

Pero Baltar O Fillo no es Baltar, como decía la canción de O Sonoro Maxín que Huete y Carbajo usan como estribillo en la segunda parte del libro. En 2012, Baltar Blanco sucedió a Baltar Pumar al frente de la Diputación de Ourense. La bonhomía saltarina con la que Baltar padre adornaba su voluntad irrefrenable de poder político y económico no la había heredado su vástago. De mirada fría y gesto adusto, Carbajo asegura que tiene “ideas absolutamente peregrinas”. Su obsesión por el número siete o “idioteces” como la idea de elecciones provinciales entre ellas. Cristina Huete coincide. Lo resume con las etiquetas que, durante años, sintetizaron la fractura que recorrería la derecha gallega: “Es un birrete nacido de un boina”. Que además dilapidó el legado político de su padre. En abril de 2023, la Guardia Civil cazó a José Manuel Baltar Blanco a 215 kilómetros por hora al volante de un coche oficial de la Diputación. Fue el principio del fin de la dinastía caciquil por excelencia del PP gallego.

Baltar Blanco es ahora senador y el Supremo le ha abierto juicio por su temeridad como conductor. Alfonso Rueda, birrete e indudable exponente del sector centralista de los conservadores, aprovechó la circunstancia y logró lo que Feijóo no había logrado -lo intentara en 2011 y fracasó: deshacerse de Os Baltar. Ahora gobierna la Diputación Luis Menor, birrete, también del PP, por supuesto. “El PP de Ourense tiene una estructura rural muy fuerte” sobre la que los dos Baltares cimentaron su dominación, dice Huete, “pero si no la cuidan acabará por desaparecer”. En cualquier caso, ni ella ni su colega Carbajo perciben diferencias de fondo entre los declinantes boinas y los triunfantes birretes: “Se retroalimentaron. Mantuvieron el caciquismo. Feijóo intentó apartarlo y perdió y ya nunca le volvió a chistar”. Huete concluye, en todo caso, con una tesis arriesgada: el verdadero heredero de Baltar es Gonzalo Pérez Jácome, alcalde de Ourense, populista de derechas, y que “se ha atrincherado para hacer lo que no hizo el hijo, trapichear con los votos”. La provincia, entre tanto, no sale de la depresión.

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