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Un BNG a la cabeza de la oposición a Feijóo llega a su asamblea más optimista

La portavoz nacional del BNG, Ana Pontón, ante el Consello Nacional.

Daniel Salgado

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Hace apenas cinco años el BNG se enfrentaba a su propia implosión. Todavía arrastraba las secuelas de las escisiones de 2012 y las expectativas de En Marea, con la que algunos de sus miembros prominentes abogaban por aliarse, eran elevadísimas y a costa del mismo espacio electoral. Su entonces nueva líder, Ana Pontón, no había acabado de despegar. Pero, contra todo pronóstico, la hemorragia se detuvo. O, más bien, su gravedad no se agudizó. La remontada que comenzó entonces tiene escasos precedentes en la política gallega: el Bloque pasó en las últimas elecciones de seis a 19 escaños y encabeza la oposición a Feijóo. Este domingo, 7 de noviembre, celebra una Asemblea Nacional, la 17, en la que sobre todo busca transmitir la idea de que una presidenta nacionalista en Galicia es posible.

“Mantener lo que funciona, aprovechar las personas y los equipos que han mostrado capacidad y valía en sus puestos y mantener el grueso de un equipo de dirección que ha sido capaz de llevar al BNG desde una situación difícil y compleja al mejor resultado electoral de su historia”, proclamaba la propia Pontón en el último Consello Nacional –máximo órgano entre asambleas de la formación. Ese día, en el que presentó su candidatura para la dirección del Bloque, también aclaró el mensaje en el que ha venido insistiendo durante los últimos meses: “Hoy somos la segunda fuerza política del país en disposición de afrontar con éxito el reto de liderar el Gobierno de Galicia”.

Solo una vez el BNG entró en la Xunta. Fue entre 2005 y 2009, como socio del Partido Socialista de Emilio Pérez Touriño. La vicepresidencia de Anxo Quintana, cuatro consellerías –Cultura, Medio Rural, Industria y Vivenda–, tensiones internas y un final brusco por la inesperada mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijóo convirtieron aquella experiencia en un duelo. Lo recuerda Margarita Ledo Andión, militante histórica de la izquierda nacionalista y catedrática de Comunicación Audiovisual. “Hubo una especie de autoinculpación por el bipartito”, explica, “pero se ha aprendido. Entre otras cosas, a tener diálogos de confianza con fuerzas políticas diferentes, incluso aunque a veces haya diferencias fuertes”. Pese a que las relaciones entre BNG y PSdeG en el Parlamento gallego no atraviesan su momento de mayor complicidad, ambos comparten ejecutivo en tres de las cuatro diputaciones de la comunidad o en ciudades como Lugo y Pontevedra.

Tras el bipartito, y en el contexto de la Gran Recesión, el BNG se rompió. Numerosos contingentes de militantes abandonaron la nave. Xosé Manuel Beiras encabezó la escisión de los sectores que acabarían formando Anova, la pata nacionalista de las confluencias de izquierdas durante la pasada década. La Unión do Pobo Galego (UPG), su partido matriz, definidio como comunista y fundado en 1964, al que pertenece Pontón, se quedó con el timón, el puente de mando y casi toda la tripulación. El Bloque adoptó entonces un discurso más defensivo, asediado en las urnas por las mareas. Eso ha cambiado, opina Afonso Eiré, periodista y director del semanario A Nosa Terra entre 1983 y 2007. “El Bloque ha dejado atrás el pesimismo. Si quieres ilusionar a la gente joven no puedes seguir con el discurso negativo. Y eso Ana Pontón y su dirección lo saben hacer, lo han sabido hacer”, asegura, antes de situar la principal novedad de los nacionalistas en el mismo lugar que su portavoz nacional: “En el BNG hay una determinación de gobernar y la militancia asume que hay que salir a ganar el partido”.

“Nuevas formas de comunicación”

“Ganar” es precisamente el verbo, de reminiscencias a la ya no tan nueva política, que la organización ha elegido para su asamblea. Otras expresiones propias de esa etiqueta, como “disputar la hegemonía”, han entrado en el vocabulario de la cúpula nacionalista. Xosé Manuel Sarille, escritor y autor del crítico A nova presenza do BNG (Medulia Editorial, 2021), observa “nuevas formas de comunicación” y una “renovación de la imagen”. “Es cierto que la testosterona ha descendido y que el BNG emite de un modo diferente”, afirma, pero se muestra escéptico respecto de la profundidad de las novedades. “Hay una cuestión de ADN en el BNG”, asegura, “y que tiene que ver con un sentimiento trágico de Galicia que no se corresponde con la realidad. Ese discurso nervioso y grandilocuente no funciona. Y no tiene que ver con ser más o menos nacionalista, ni más o menos de izquierdas, sino con cómo lo recibe la población”.

Durante su dura travesía por los años diez de este siglo, el núcleo discursivo del Bloque fue modulándose. Algunos analistas se refieren incluso de bandazos. Con Guillerme Vázquez como portavoz, acentuó su izquierdismo. La crisis de 2012 arreciaba. El catedrático de Económicas Xavier Vence tomó su relevo e inclinó la táctica hacia el soberanismo, con el éxito fulgurante de las confluencias –hoy desaparecidas del mapa autonómico– siempre en el retrovisor. Pero Ana Pontón optó por otra vía, se alejó de estridencias y no tuvo reparos en reivindicar el legado de Quintana, quien en su día evitaba ubicar al BNG en el eje derecha–izquierda. Ledo Andión considera que la formación ha ganado en claridad. “Ha simplificado sus mensajes, lo que lleva implícito ese deseo de abarcar públicos más amplios”, dice, “al tiempo que no hay mensajes abstractos. Se implica con los movimientos sociales. Proclama enunciados que movilizan y comprometen al interlocutor”. El feminismo y el ecologismo están más presentes, añade. En consonancia esta vez con otras izquierdas políticas europeas. Uno de los escasos anuncios significativos de cara a la asamblea del domingo ha sido el de la aprobación de un protocolo contra “violencias machistas internas” en la formación.

A nivel institucional, asuntos como la rebaja de los peajes de la autopista AP–9 y la titularidad de la infraestructura –pactados con la coalición del Gobierno central–, la defensa de un concierto económico para Galicia o los precios de la electricidad –para la que reclama una “tarifa gallega”– ocupan a los cargos nacionalistas. Según Pontón ante el Consello Nacional, se trata de “un discurso claro y actualizado, centrado en las preocupaciones de la ciudadanía y ofreciendo alternativas y soluciones a los problemas que impactan de lleno en las familias, en la clase trabajadora, en las personas autónomas, en las pequeñas y medianas empresas”. Sarille no lo ve tan nítido. En A nova presenza do BNG afea a la organización, de la que formó parte en la década de los 80, que “apenas elabore teoría propositiva que alimente su práctica política”. Sobre el concierto, por ejemplo, entiende “imprescindible un amplio aval científico” que, a su juicio, el Bloque todavía no ha aportado.

La renovación de las caras

En lo que coinciden los analistas consultados, en todo caso, es que el nuevo liderazgo ha conllevado novedades. Sarille duda de que Pontón y su equipo consigan “imponer sus intereses” en la interna, y contrapone su estrategia a la representada por Néstor Rego, diputado nacionalista en el Congreso, “una línea esencialista, distante de la que sigue Ana Pontón en el Parlamento gallego”. Hubo quien interpretó su parón de agosto en esta clave, la de reforzar su poder interno ante algunos desacuerdos. Pontón anunció entonces por sorpresa que se tomaba unos meses para reflexionar si continuaba al frente del Bloque. Ella misma deshizo el órdago hace dos semanas, al anunciar que sí, que optaría de nuevo a la portavocía nacional al frente de una candidatura continuista. En ella figuran las personas que Afonso Eiré coloca al frente de las “decisiones importantes” del día a día del BNG: Luís Bará, Xavier Campos, Goretti Sanmartín o Rubén Cela.

“Ha entrado una nueva generación, ya no mandan los de siempre. Mandan los de 40 años, que no tienen esos tics, ni llevan una mochila de agravios a la espalda”, dice. Esta promoción de dirigentes se enfrenta, indica, a las enormes transformaciones que ha vivido la sociedad gallega en las últimas décadas, sobre todo su medio rural, “algo sin parangón en Europa”. A su ver, esa “mudanza estructural” abre vías inéditas en la política gallega, entre ellas una entrada del BNG en el electorado del Partido Popular que, hasta ahora, ningún estudio demoscópico ha registrado de manera significativa. “Antes la gente del rural había experimentado una mejora en su vida, de no haber luz eléctrica a las pensiones, que la convertía en conservadora políticamente. Eso ya no es así”, reflexiona. Que tres de las cuatro diputaciones gallegas estén ahora en manos de gobiernos presididos por el PSOE en alianza con los nacionalistas refuerza, dice, su tesis: “Se ha privado al PP de un resorte de caciquismo”.

Pero es en el ámbito local donde el Bloque todavía no ha confirmado esa segunda posición que sí detenta en el Parlamento de Galicia. Treinta alcaldías y 456 ediles nacionalistas frente a 111 y 1.181 socialistas –entre ellas cinco de las siete ciudades– y a 161 y 1.631 del PP así lo constatan. Y eso que, a decir de Margarita Ledo Andión, es en la praxis municipal en la que los nacionalistas deben apoyarse. “Son ejemplos de buen gobierno, de Barreiros (A Mariña, Lugo) a Tomiño (Baixo Miño, Pontevedra) o al emblemático Allariz (Ourense). Los tres, por cierto, con mujeres en la alcaldía”, sostiene, para refrendar su opinión de que el Bloque debe “perder el miedo” a las instituciones.

40 años de historia en 2022

En 2022, el BNG cumplirá 40 años. Constituido como frente de partidos nacionalistas con el nexo de la defensa del derecho de autodeterminación, inspirado por la estela de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo y con una importante raíz en lo que fue el maoísmo europeo, su historia transcurrió en paralelo a la de la autonomía gallega. Durante 30 años fue agrupando las diferentes corrientes de la izquierda nacionalista, e incluso alguna pequeña formación centrista –Partido Nacionalista Galego, extinto. Casi al mismo tiempo, el grueso del sindicalismo nacionalista inició una trayectoria que desembocó en que, a día de hoy, la Confederación Intersindical Galega (CIG) es la primera central de la comunidad en número de delegados.

Su presencia municipal fue continuada, aunque la crisis desatada por la ruptura de 2012 y la emergencia de las mareas la redujo al mínimo en ciudades como A Coruña o Vigo –en esta última cuenta con un concejal en la oposición, tras un mandato sin representación. Pero en la instancia autonómica, los vaivenes fueron más acusados. Ya había sido segunda fuerza con Beiras como candidato en 1997 y en 2001. Las mareas la relegaron al cuarto puesto. Y se recuperó. Ahora llega con 19 escaños, su máximo histórico, y el liderazgo de la oposición parlamentaria a su Asemblea Nacional más optimista en décadas.

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