Aquel 1 de diciembre una descomunal muchedumbre inundó las calles de Santiago de Compostela. Llovía. No se puede decir que se tratase de una marcha, porque la afluencia de gente impedía prácticamente el movimiento. Fue, eso sí, la señal más insistente de que una carrera política se asomaba al inicio de su final, 52 años después de subirse a un coche oficial en plena dictadura: la de Manuel Fraga Iribarne. La indignación contra los gobiernos desbordaba la ciudad. Los líderes de la oposición gallega en 2002, cuando el Prestige se partió a unas 62 millas de la costa gallega, recuerdan las consecuencias políticas del suceso y el levantamiento social que provocó. “Aprendimos como los responsables de los gobiernos de España y de Galicia fueron capaces de convertir un accidente importante en una catástrofe sin precedentes”, apunta Emilio Pérez Touriño. “El Estado se desmoronó y emergió la nación”, señala, en una de sus formulaciones clásicas, Xosé Manuel Beiras.
El Ejecutivo de Manuel Fraga tampoco atravesaba su mejor etapa. Su cuarta mayoría absoluta consecutiva sería la última: en 2005, una coalición de Partido Socialista y BNG lo desplazaría de la Xunta de Galicia. Y en Madrid se abría la primera grieta en la segunda legislatura de José María Aznar. La seguirían el apoyo incondicional e injustificado a la invasión de Irak y las mentiras gubernamentales en el 11-M, que desembocarían en José Luis Rodríguez Zapatero entrando en la Moncloa. Pero antes fue Galicia. En concreto, un lugar del océano Atlántico frente a la Costa da Morte.
“Una Xunta desaparecida, sin rumbo”
“Una Xunta desaparecida, sin rumbo, un Gobierno central entre el desprecio y la incompetencia y una política antidemocrática de engaño masivo”, resume Touriño, en 2005 sucesor de Fraga en la Presidencia gallega y en el momento del siniestro del petrolero, cabeza de los 17 diputados del PSdeG. Es él quien recuerda como aquel PP mostraba síntomas de debilidad justo antes del desastre marítimo. Y como este lo sumió en una crisis de la que únicamente se repondría cuando Alberto Núñez Feijóo, impulsado por Romay Beccaría, tomó el mando de la derecha gallega e impuso la versión más centralista de la misma.
Todo estalló en un Consello de la Xunta, la reunión semanal del gobierno, ya en enero de 2003. “Hubo una pelea sin precedentes entre el sector regionalista y el centralista” debido a la gestión del barco siniestrado, analiza Pérez Touriño, “de ahí sale un PP no cohesionado. Y el fin del heredero de Fraga”. Se refiera a Xosé Cuíña, entonces conselleiro de Ordenación do Territorio y representante de la rama menos madrileñista de los populares gallegos, destituido porque una empresa de su familia había vendido material de limpieza –trajes de agua y palas– a la compañía pública Tragsa. Las acusaciones quedaron sin probarse judicialmente, pero su carrera política terminó. Ese mismo año Xesús Palmou lo sustituye en la secretaría general de la organización y Núñez Feijóo, en el departamento de obras públicas.
“Aquella batalla significó el doblegamiento del PP gallego ante la línea general de Génova, algo que después estabilizó Feijóo”, resume el ex presidente socialista, “y aunque no creo que la derrota de 2005 fuese su derivada directa, la ruptura interna [con origen en el Prestige] sí debilitó a la derecha”. Xosé Manuel Beiras era entonces portavoz nacional del BNG y, al frente de 17 escaños pero más votos que los socialistas de Touriño, líder de la oposición. También considera que entre lo sucedido –la gestión desastrosa del accidente y la respuesta popular– y el cambio electoral que se llevó a Fraga por delante hubo cierta relación, pero no automática. “La dinámica de la sociedad civil no repercute de manera inmediata en las instituciones políticas”, afirma, “de hecho, creo que el mar de fondo del Prestige no se expresó en las urnas en las municipales de 2003, sino que lo hizo en las autonómicas de 2005”. Entonces, Beiras ya no era el candidato del BNG.
Al echar la vista atrás, Beiras coloca el acento sobre “la increíble reacción popular, que sorprendió a todo el mundo”. Más allá de la histórica –aquí el adjetivo sí es ajustado– manifestación del 1 de diciembre, la protesta contra las administraciones por su manejo de lo sucedido adoptó formas múltiples: de los conciertos expansivos simultáneos a la marcha en Madrid de febrero de 2003 –240.000 personas, según El País–, de la cadena humana en la Costa da Morte a la organización de miles de voluntarios para retirar el chapapote de playas y rocas. “Nada de aquello fue por generación espontánea”, considera, “venía de decenios de luchas campesinas y obreras, solo que el paso de la agitación social a la instancia política siempre había sido incompleto en Galicia”. En todo caso, añade, fue una contribución clave a la liquidación política de Fraga Iribarne.
Las mociones de censura
Pérez Touriño se detiene, sin embargo, en los efectos institucionales que provocó la actuación de los ejecutivos estatal y, sobre todo, autonómico. “El Gobierno de Fraga desapareció, cerró el Parlamento y ni siquiera admitió un pleno extraordinario. Los socialistas percibíamos un riesgo de deslegitimación de la política: un país en la calle y las instituciones que no funcionan”, dice. El PSdeG, entonces tercera fuerza parlamentaria, presentó una moción de censura “junto a un plan de recuperación de 90 páginas”. Solo habían pasado 11 días desde que el Prestige lanzara su primer SOS. El 5 de diciembre, el BNG hacía lo propio. El PP, que contaba con 41 de los 74 escaños de la Cámara gallega, salió aritméticamente indemne del embate. Pero con varios rasguños que se fueron sumando a su maltrecho estado general.
La división entre lo que la prensa dio en llamar boinas y birretes –los sectores regionalista y centralista– tardó en cicatrizar en la derecha. En 2004, la facción ourensana de Xosé Luís Baltar amenazó con una escisión –seis diputados, entre ellos su hijo y hoy presidente de la Deputación de Ourense, se encerraron en un piso para reclamar atención a su provincia–, lo que agrandó la brecha. En realidad, esta solo suturaría cuando el PP ya estaba en la oposición, después de 2005. El Partido Socialista, on Touriño como candidato, subió de 17 a 25 diputados. Y aunque el BNG de Anxo Quintana retrocedió de 17 a 13, ambos sumaron la mayoría absoluta que envió a Fraga Iribarne a la historia. De 2005 a 2011 fue senador, pero cada vez más desvinculado de Galicia. Murió en 2012 a los 89 años.
El paréntesis progresista no duró. En 2006, Alberto Núñez Feijóo, que había acabado la legislatura como vicepresidente de Fraga impulsado por el sector centralista, se hizo con la presidencia del PP de Galicia. En 2009, contra todo pronóstico y por la mínima, recuperó la Xunta de Galicia para la derecha. El Prestige y meses de movilizaciones se diluían en la memoria colectiva. Xosé Manuel Beiras lo vincula, sin embargo, a otros estallidos sociales posteriores, un ciclo que denomina de “rebelión cívica”. Y entiende que sedimenta el futuro. “Vivimos una situación de involución. Solo hay que mirar hacia Brasil: ganó Lula, pero es alucinante y aterrador que Bolsonaro obtenga el 49% de los votos”, concluye, “la respuesta solo podrá existir si hay un viraje profundo, desde abajo, que dependerá, como en Nunca Máis, de la vitalidad de la sociedad civil”.
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