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“Algunas compañeras fueron amenazadas con ser violadas si se mantenían en la resistencia”

La guatemalteca Paula del Cid, de la asociación feminista La Cuerda, está en Galicia junto con la también activista Natalia Atz Sunuc, para explicar el conflicto que los vecinos y vecinas de Barillas sufren por culpa de la central hidroeléctrica que construye la transnacional Hidralia Energia, con sede en A Coruña. El pasado martes participaron en la Casa Museo Casares Quiroga en un coloquio con Isabel Vilalba, secretaria general del Sindicato Labrego Galego, bajo el lema 'Unha mesma situación, unha mesma resistencia. Guatemala e Galicia'.

Las tres contextualizaron el ataque de las transnacionales energéticas, tanto en la región guatemalteca de Barillas como en Corcoesto, destacando la conciencia y coordinación de la sociedad civil para oponerse a este tipo de proyectos. En ambos casos, destacaron, “transnacionales de capital extranjero, con la connivencia y apoyo de los distintos gobiernos, decidieron instalarse en zonas de gran valor ecológico y productivo, ofertando a cambio de esta destrucción la posibilidad de unos pocos puestos de trabajo o, en el caso de Barillas, una ínfima cuantía económica con la que pretenden enterrar la oposición social al proyecto”.

La situación que se está viviendo en Santa Cruz afecta a toda la población, sobre todo a la comunidad indígena, ¿pero al igual que en otros conflictos son las mujeres las que la sufren de manera más violenta?

El caso de Hidralia es un ejemplo muy claro de las políticas extractivas en Guatemala: no sólo proyectos como este de construcción de centrales hidroeléctricas, sino que también sufrimos la presión para sembrar cultivos agrocombustibles y también proyecto petroleros y de minería a cielo abierto. Todo esto supone una presión sobre el territorio que hace que las personas y las colectividades afirmen su rechazo. Las mujeres son parte de la resistencia a las políticas extractivas desde distintos ámbitos. Y sufren las consecuencias: en oposición a un proyecto minero se realizó una huelga pacifica a la entrada de la mina y la líder de este movimiento sufrió un atentado, fue disparada. Más frecuente es el uso de la violencia sexual como estrategia: algunas compañeras fueron amenazadas con ser violadas si se mantenían en la resistencia. Otras mujeres son amenazadas para que no salgan de sus casas, y si lo hacen se hacen correr rumores que dicen que andan con otros hombres. En Guatemala la situación parece la de una guerra muchas veces: hay muertos, desaparecidos y violaciones. También se criminaliza a las personas que participan en los movimientos sociales: por oponerse a estos proyectos son perseguidos y acusados de actos terroristas. También entra en juego la distinta concepción del Bienestar que se tiene en América y aquí en Europa.

¿En qué se diferencia?

En las comunidades indígenas el bienestar no se mide en cuestiones materiales o en dinero, sino en el aire limpio, en el agua limpio y en la capacidad de cultivar la tierra. Ellas cuestionan ese modelo de desarrollo que nos intentan imponer.

¿El papel de la mujer es muy activo en esas comunidades indígenas?

Depende de cada comunidad. Hay mujeres que se limitan a un rol de ama de casa y hay otras que son muy activas políticamente. En Santa Cruz, cuando se declaró el estado de sitio, la situación fue muy parecida al de una guerra: los hombres se marcharon y las mujeres se quedaron solas y con miedo a ser violadas por los soldados que invadieron la región. Después también se dio el caso de 11 activistas que fueron detenidos ilegalmente y muchos de ellos permanecieron varios meses en prisión: las mujeres tuvieron que organizarse para realizar sus tareas y también para ir a visitarlos a la cárcel, que quedaba en la capital, a unos 400 kilómetros.

¿Cuál es el futuro inmediato de este conflicto?

El Gobierno ya le ha dado la licencia la Hidralia. Lo que falta ahora es la licencia de construcción, que depende del municipio. Y el municipio está en medio: entre las presiones de la empresa y la presión de los vecinos. Hay tensión, hay detenciones de activistas... Y esta resistencia es la que ha llevado el Gobierno la semana pasada a decir que va a considerar decretar el estado de sitio en 30 municipios.

No sé si te ha dado tiempo a conocer el conflicto que se vive en Galicia con la mina de Corcoesto, parecido al que se vive en Guatemala, salvando las distancias...

Pude observar varias cosas. Como este sistema mercantilizado obliga aquí y allí a necesitar dinero para sobrevivir y juega con esa necesidad de la gente para crear el mito de que la mina es una fuente de empleo. A nosotros nos acusan de que estar en contra del desarrollo cuando nosotros apostamos por otro tipo de desarrollo. Y también veo que, como sucede allí, los medios de comunicación defienden los intereses de las transnacionales. Estamos en un momento en el que el capitalismo se muestra muy voraz. Y nosotros lo que tenemos que hacer es este trabajo de hormigas y no perder la oportunidad de convencer a la gente de que se puede vivir de otra manera: que se puede vivir de la tierra y de que el planeta no puede soportar esta carrera.

¿Cómo estáis viviendo vuestro paso por Galicia? ¿Notáis comprensión hacia vuestra situación?

Pues la verdad es que en este viaje por Europa para explicar nuestro conflicto hemos pasado ya por Viena, Bruselas, Barcelona, Alicante, Madrid y Bilbao. Y notamos que la reacción puede ser tímida, pero vemos que hay cada vez más gente que quiere vivir en otro sistema. Hay mucho que compartir entre unos y otros. Y creo que el hecho de que en Galicia se sufra la amenaza de esta mina también lleva la que se entienda mejor nuestra situación. Tenemos que creer que somos capaces de cambiar el actual rumbo. No hablo de tomar el poder. Hablo de cambiar la forma de estar en el mundo.