Manuel Rivas: “Creo que todo escritor o escritora tiene que ser anarquista en el momento en que escribe”
Manuel Rivas (A Coruña, 1957) llega al recogido café donde ha citado a elDiario.es recién salido del océano. En concreto del Atlántico, en la zona de O Parrote, puerto de A Coruña. Aunque la mañana de septiembre es gris, no resulta especialmente fría. El escritor, en todo caso, parece ilustrar esa condición anfibia con la que ha caracterizado en no pocas ocasiones a Galicia y sus habitantes. Lo vuelve a hacer con algún personaje de su nueva obra, Tras do Ceo (Xerais, 2024), ubicada en la comarca que le da nombre y que en realidad es un trasunto. “Sus límites los establecen los nombres de una pareja de cuervos”, explica: Xallas, un río en la Costa da Morte, y Navia, una localidad de la sierra oriental de Os Ancares. Es decir, Galicia. Tras do Ceo juega con las fronteras entre la realidad y la imaginación, entre la novela negra y el humorismo lírico, entre lo terrible y las posibilidades de escapar, entre la deriva psicogeográfica y la narración popular. “La imaginación no es una fuga de la realidad, como a veces se interpreta”, asegura, “sino una herramienta para descubrirla”.
La historia arranca en una montaña inundada por la niebla. Una cuadrilla de cazadores persigue a O Solitario, un jabalí legendario que se defiende hasta las últimas consecuencias. Hacia adelante y hacia atrás, el narrador, que participa en la batida, irá acercando al lector a una secuencia de crímenes de varia condición y numerosas víctimas no solo humanas. “Es además una novela en la que se habla mucho de extinciones: sería una novela negra de la naturaleza”, considera. Pero la conversación con Rivas no tarda en salir de un libro en el que menudean sutiles homenajes a colegas admirados -Juan Rulfo, Flanery O'Connor. La literatura como puente hacia lo real y viceversa. “El mundo tiene el corazón central roto”, entiende, “vivimos en un estado de estupor intelectual provocado por el descaro ultra y reaccionario”. Quizás el autor en lengua gallega de mayor proyección internacional, la traducción al castellano de Tras do Ceo, a cargo de él mismo, saldrá el 24 de octubre en Alfaguara. “La he escrito con toda libertad, sin miedo al desequilibrio”, dice antes siquiera de encender la grabadora. Insistirá en la idea durante la entrevista. Manuel Rivas reclama la tradición anarquista y desconfía de la etiqueta realismo mágico. Prefiere la de realismo incierto.
Es interesante lo que dice sobre la libertad a la hora de escribir. La contraportada de Tras do Ceo califica la obra de “novela negra radical” y sí, hay crimen, pero el libro escapa del corsé genérico.
No responde al canon de la novela negra, aunque sí es negra en el sentido de infernal. Hay varios andares simultáneos en esta historia que a veces se cruzan. Uno es el andar simultáneo entre lo infernal y lo humorístico. Es además una novela en la que se habla mucho de extinciones: sería una novela negra de la naturaleza. El propio perseguido, el héroe, no deja de ser un jabalí.
Una especie de Moby Dick del monte.
Efectivamente, consciente o inconscientemente. Tiene algo de tótem, es un maldito, un perseguido. En algún momento hablan de él como un guerrillero. Y la principal historia de amor del libro es la de la pareja de cuervos, una historia de amor trágica.
En una comarca imaginaria. O no tanto.
Hay una psicogeografía. Tras do Ceo es una comarca de comarcas, un trasunto de Galicia, cuyos límites establecen los nombres de la pareja de cuervos, Navia y Xallas.
La narración es demorada, con un fondo mítico por momentos, y memoriosa. La denominación de novela negra casi parece una provocación, porque se dedica a subvertirla.
Dispensando la comparación, en algún momento pensé en las novelas de caballerías y en el Quijote. Hay esa presencia del noir porque hay un crimen misterioso. Hay varios crímenes pero el nuclear es el de la mujer. Sabemos que muere pero tenemos dudas, a pesar de la versión del narrador principal. Pero ese personaje narrador es una mezcla de inocencia y astucia.
Es un narrador poco fiable.
Es perturbador. Se mueve en una inocencia entendida al modo popular, como si fuese el tonto. Pero sabemos, por su cabeza, que es más complejo y tiene un punto de desequilibrio. Que es el desequilibrio de la novela. Cuando hablo de libertad hablo de eso que pasa a veces cuando estás escribiendo y te parece que vas a descarrilar. Dices “hostia, ¿a dónde voy?” y no descarrilas. Es un momento de felicidad narrativa. Ese desequilibrio forma parte de la felicidad de escribir. Para mí es una novela diferente, en la que la imaginación actúa como una herramienta de la realidad y no al contrario, que es lo que nos suelen decir. Y en la que es fundamental la manera de hablar de cada personaje.
Hay mucho diálogo.
Me sentí con libertad escribiendo, sin miedo al desequilibrio. Hay un trabajo previo a esta novela, que fue limpiar el miedo.
¿A qué se refiere?
Cuando empiezo esta novela, estoy trabajando por lo menos en otras dos obras, con mucho avanzado.
¿También novelas?
También novelas, sí. En mi imaginación había mucho campo abierto por delante. Se trata de historias que se entrelazan, pero en épocas distintas. Es cierto lo que dice en la contraportada, Tras do Ceo forma parte de un proyecto más grande. No quería usar la palabra trilogía, que me parece como un chiste de escritor, pero sí forma parte de un proyecto. Llegó un momento en que era la historia interminable, más de 2.000 páginas. Me sentía como aquel personaje de Eça de Queiroz que era escritor e iba de noche por los cafés y le preguntaban “¿cómo va la obra?” y él respondía: “Va a ser la Biblia”. Yo ya le llamaba de coña la Biblia. Tras do Ceo es la parte más contemporánea.
La abre una cita de Paco Ignacio Taibo: la novela negra “comienza contando un crimen y acaba contando cómo es esa sociedad”. ¿Cómo es la sociedad que cuenta Tras do Ceo?
Hablé antes de la convivencia de lo infernal y el humor. Soy de natural optimista, no me sale ser pesimista, y escribiendo creo que se nota. Pero esta vez me llevé unas cuantas palizas del pesimista que tengo dentro. Vivimos en una crisis existencial, un gran retroceso, que afecta a nuestro resorte idealista. El mundo tiene el corazón central roto. Lo que está pasando en Gaza tiene un carácter real y simbólico que ha quebrado el corazón del mundo. Venimos de más allá del terror que fue el Holocausto.
Esa es una frase que escribe en la novela, “un terror más allá del terror”.
Sí, cuando unos personajes hablan de Colombia y de una escuela que se convierte en un taller de descuartizamiento humano. Es una vivencia real. Como periodista, estuve allí en tiempo de guerra haciendo un reportaje, y conocí un lugar así: una escuela de torturas por descuartizamiento en lo que anteriormente había sido un colegio de niñas y niños. Pero hablamos de una crisis existencial que tiene que ver también con la propia supervivencia del medio natural. Decía hace poco uno de los pioneros en denunciar el cambio climático, Chris Rapley, que fue director del Museo de Ciencias de Londres y dimitió por no aceptar patrocinios de empresas contaminantes, que en diez años nos jugamos muchísimas cosas.
El mismo plazo lo dio esta semana en Santiago de Compostela el premio Nobel de Física Klaus von Klitzing.
Somos testigos de muchas extinciones, extinciones de especies, de medios naturales. Lo que sucede en Galicia: ese proyecto de macrocelulosa [en referencia a los planes de Altri para Palas de Rei] es también romper el corazón natural de Galicia. Pero lo asombroso es que esa crisis se extrema por el capitalismo impaciente, esa aceleración en la codicia y en la estupidez humana. El retroceso se debe a la derrota del idealismo. El idealismo puede ser más o menos realizable, pero lo que nunca es es estúpido. Si pensamos en la necesidad del decrecimiento, por ejemplo, el idealismo acompaña al decrecimiento con una nueva abundancia. Frente a esta crisis deberíamos hablar no de una renuncia sino de una nueva abundancia, una abundancia erótica, en el ocio, en la cultura, en el medio natural.
El paso del reino de la necesidad al reino de la libertad, en palabras de Marx.
Lo decía hasta en el Manifiesto Comunista, un texto extraordinario que adelanta el monstruo descontrolado y nos advierte de lo que está pasando ahora. Hablamos de novela negra y lo de Altri es una novela negra. Una novela no, una realidad negra, esta codicia envuelta en imbecilidad. El hecho de que el Consello da Cultura -organismo del que formé parte y del que me marché porque, lo confieso [ríe], era demasiado moderado- hace un informe de 181 páginas, que yo sí que he leído, y estos tipos, este gobierno, lo ponen a parir, acusan a los autores de partidistas y luego dicen que ni lo han leído.
Lo desprecian.
Un neotuzarismo telladista. Este personaje, Miguel Tellado, es un paradigma del neotuzarismo, la escuela dominante.
Hay algún neotúzaro en la novela también.
Hay, sí. Tienen esa cualidad del descaro. En parte la derrota del idealismo, de la búsqueda de la utopía, tiene que ver con que vivimos en un estado de estupor intelectual provocado por la bestialidad, por el descaro ultra y reaccionario. Un gran liberal, Karl Popper, el teórico de la sociedad abierta, advertía sobre el papel de los media. Explicaba cómo se iban transformando en herramientas de propaganda del poder. Le llamaba al proceso la ley de especias picantes. Y esta ley es que cada día tienes que echarle más picante, responder a la adicción. Estamos viviendo en esa ley: cada día hay que decir una burrada más grande. Hablo del paradigma Tellado, pero puedo hablar del paradigma Ayuso, del paradigma Trump, Milei. Personajes que sabemos que son tontos, la conjura de los tontos.
El candidato a vicepresidente de los Estados Unidos por el Partido Demócrata usa con Trump el adjetivo “weird”, algo así como raro.
Sí, claro, es un espécimen raro relacionado con el cambio climático. El cambio climático afecta al pensamiento. La crisis existencial de la que hablábamos afecta evidentemente al medio, pero ese calentamiento global, ese echar humo por la cabeza, afecta también al pensamiento, al lenguaje. Hay una forma de hablar cada vez más apodíctica, no espera respuesta, es imperativa. En la novela está muy presente.
En los diálogos, por ejemplo.
En los diálogos y en cómo el narrador, alguien que vive en un estado de temor, define a los demás personajes.
Aseguraba hace un momento que el pesimista que lleva dentro le dio esta vez algunas palizas, pero en la novela siempre hay, pese a todo, una especie de asombro ante la maravilla del mundo.
Yo creo en aquello que decía Kafka, que el mejor sitio para estar en el mundo es abrazar el mundo. Es un asombro permanente, pero a menudo desasosegado. En el libro hay un capítulo que se titula Zonas de sombra pero creo que en la escritura no puede haber zonas de sombra. Y contiene un humor muy popular, incluso escatológico, que me ayudó mucho a escribir. Está representado sobre todo por el personaje de O Outro, un humor que, además, juega con la muerte.
Existe en Tras do Ceo un aire de familia con cierto Cunqueiro.
Desde luego, incluso en ese tratamiento de lo mítico. Hay ese realismo brutal, contemporáneo, pero también un realismo incierto que tiene un aire de Cunqueiro. Sobre todo cuando lucha contra la extinción del humor en Os outros feirantes (1979) o en Escola de menciñeiros (1960). Cunqueiro posee la capacidad -que no explicitó teóricamente- de hacer que la imaginación ayude a ver la realidad. Me sumo a ello, dispensando, que no me pase como a aquel que hablaba de sus escritores favoritos y salió uno y le dijo “qué culpa tienen ellos de lo que usted escribe”. Un humor resistente. El humor es una especie amenazada porque contradice esa dinámica de la codicia y el poder, desvía esa maquinaria pesada, la interrumpe.
Un mecanismo de autodefensa.
Y de ver otra realidad. Se contrapone a esa habla bélica, imperativa. El humor es lo contrario de lo imperativo. Está claro que hay esa extinción del humor y O Outro es un personaje que resiste. Y conecta mucho con la cultura popular, O Outro es un Falstaff popular. Los mil años de risa de los que hablaba Mijaíl Bajtín. El personaje que está en la feria, fríe un huevo en el sombrero...
Resulta además intemporal.
Sí, de hecho no sabemos si muere. Se esfumó, se fue por la línea del horizonte con su bicicleta.
Decía que la imaginación también puede producir la realidad, pero en esta novela hay elementos, incluso tramas, en las que se vislumbra la realidad directamente, sin mediación. La historia del prostíbulo recuerda a lo sucedido en Lugo.
Sí, la Operación Carioca.
¿Cómo actúa el escritor, uno que además fue periodista, ante esa relación con lo real?
El periodismo es una toma de tierra. A lo mejor sin esa mirada de periodista tendría más dificultad para cruzar esos mundos. Por ejemplo ese proceso de realidad irónica por el que el Edén [un prostíbulo, uno de los escenarios de Tras do Ceo], que comienza siendo un espacio de esclavitud, se va convirtiendo en el espacio más utópico de la novela. Se va liberando, emancipando. El periodismo me aporta una exigencia de verosimilitud. Pero para mí la imaginación no es una fuga de la realidad, como a veces se interpreta, sino una herramienta para descubrirla. A veces no hay otros medios para llegar a ella.
Antes afirmaba que en la escritura no debe haber zonas de sombra, pero su obra sí las ha explorado: el narcotráfico, la trata, el fascismo... ¿Qué le interesa de ellas?
Me interesa mucho la cuestión del poder. Y de los micropoderes. Todo poder que se ejerce sobre una persona, sobre un animal...
Aflora el alma anarquista de Rivas.
Me duele que en este proceso de contaminación del lenguaje se utilice mal la palabra libertario, me duele que se secuestre de tal manera, me da asco. Porque posiblemente la mejor herramienta de la que se ha dotado históricamente el ser humano sea la condición libertaria. Yo no me pondría el carnet de escritor de novela negra, en cambio el de libertario sí. Creo que todo escritor o escritora tiene que ser anarquista en el momento en que escribe. Tienes que limpiar el miedo y escuchar crecer la hierba. Pero lo de las etiquetas...
¿...reducen?
Cuando se publicó en Alemania En salvaxe compaña (1994) hubo una reseña, muy elogiosa, que se titulaba Realismo mágico gallego. Contra eso sí que me reboto. Mago es O Outro, que fríe un huevo en una boina, pero yo no soy mago. No me gusta, me parece más apropiado hablar de capitalismo mágico, el de la droga.
El narco como ideal absoluto del capitalismo, sin ninguna regulación externa ni intervención del Estado.
Estoy de acuerdo. El componente de violencia que tiene hace que el precio suba, es una mercancía que cuesta trabajo. Precisamente Marx tiene esa parte cómica en la Contribución a a la crítica de la economía política (1859) en que habla de la historia del capitalismo y de cómo el delito está en la base: es el producto más rentable, hace que se creen sistemas de seguridad, cerraduras, policía, las formas del dinero...
Publicó As voces baixas, un libro que se podría adscribir a eso que la crítica denomina autoficción, en 2012. Entonces esa etiqueta no era tendencia. Ahora que sí lo es, publica una novela digamos opuesta, de personajes, realista pero, como usted dice, incierta.
Sí que es diferente, me doy cuenta. No es literatura à la page, pero sí está en ella el tiempo que vivimos. Hice la novela que quería hacer, con mucha libertad, y haciendo frente a esa sensación de estupor que nos deja la expansión del pensamiento bruto, ultra y reaccionario.
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