Una década con Feijóo paseando por las heridas de la izquierda gallega
El 28 de febrero de 2009 se celebró una reunión de destacados dirigentes del PSdeG de la que salió un acuerdo. Si, como apuntaban algunas encuestas, en las elecciones del día siguiente el PP de Alberto Núñez Feijóo lograba la mayoría absoluta en el Parlamento de Galicia en su primer intento, quien en 2005 había relevado a Manuel Fraga en la presidencia de la Xunta, el socialista Emilio Pérez Touriño, sería sustituido de inmediato como secretario general del partido. Su lugar lo ocuparía Pachi Vázquez, barón ourensano de la formación y conselleiro de Medio Ambiente en el Gobierno de coalición de PSdeG y BNG.
El augurio demoscópico se cumplió y el guión marcado en aquel encuentro de dirigentes del PSOE y del PSdeG, también. Touriño, quien desde 1998 había conseguido hilar, no sin esfuerzo, lo más parecido al ansiado proyecto en clave gallega del partido, dimitió como líder al día siguiente de los comicios. Apenas mes y medio después, el 25 de abril, Vázquez ascendió a la secretaría general en un Congreso Nacional extraordinario sin rivales.
Vázquez, que revalidó el liderazgo por 33 votos cuatro años después, anunció hace pocos días su baja como militante socialista. Tras fracasar en los intentos por ser candidato a la alcaldía de Ourense en 2014 y líder del partido en la provincia en 2017, se ha marchado cargando contra los actuales dirigentes y negando los rumores que lo situaban en la órbita de Ciudadanos.
El exconselleiro y antiguo alcalde de O Carballiño ha cerrado así un círculo que bien podría servir como metáfora de las heridas abiertas en la izquierda gallega de la última década. Desde aquella primera mayoría absoluta del PP de Feijóo no ha habido ningún momento de dificultades para el PP que no haya coincidido con una crisis interna en una o varias de las formaciones de la izquierda.
Así, por ejemplo, los conflictos internos de los tiempos de Vázquez como secretario general llevaron en 2012 a Feijóo a adelantar las elecciones gallegas que tocaría celebrar en marzo de 2013. En las filas populares se popularizó la chanza “salvar al soldado Pachi”; se trataba de ir a las urnas antes de que al PSdeG le diera tiempo a celebrar primarias y así sucedió.
Escisiones en el BNG y en AGE
Pocos meses antes del adelanto electoral de 2012, a finales de enero, los enfrentamientos acumulados en el seno del BNG, organización que había construido gran parte de su potencial político aglutinando múltiples fuerzas del nacionalismo gallego, implosionaba en una Asamblea Nacional dramática. El Mercado Nacional de Ganado de Amio, en Santiago, fue el escenario del choque definitivo que pocas semanas después derivaría en la escisión del Bloque, con marchas como la del sector liderado por Xosé Manuel Beiras, Encontro Irmandiño. El BNG iniciaba así todo un calvario político mientras, poco después, el grupo de Beiras y otras pequeñas formaciones soberanistas ajenas al Bloque constituían Anova.
Mientras los gobiernos de Feijóo y Mariano Rajoy aplicaban sus primeros paquetes de recortes sociales, la izquierda gallega se deconstruía o intentaba reconstruirse. A las elecciones adelantadas por Feijóo la recién nacida Anova concurrió coaligada con Esquerda Unida y formaciones con menor implantación. Nacía Alternativa Galega de Esquerda (AGE), con un entonces desconocido Pablo Iglesias entre sus asesores de campaña. Sus 11 escaños fueron la gran sorpresa de la noche electoral que sirvió a Feijóo para ensanchar su mayoría absoluta a pesar de haber perdido votos.
Pero aquel fulgurante y novedoso fenómeno electoral no tardó en transitar por los caminos tradicionales del enfrentamiento intestino. El grupo de AGE terminó la legislatura escindido en tres sectores a pesar de haber servido en gran medida, por el camino, como semilla de las después exitosas mareas municipales.
Del éxito de las mareas a la crisis de En Marea
Las mareas, precisamente, fueron observadas durante algo más de un año como una vía posible para desbancar al PP del poder de la Xunta. Los éxitos de estas confluencias de izquierda en las municipales de 2015, con alcaldías como A Coruña, Santiago y Ferrol --además de varias villas-- y el mantenimiento del poder de PSdeG y BNG en varios de sus feudos esbozaron las que podrían ser las bases de una eventual alianza de la izquierda a tres bandas frente a un PP en horas bajas, debilitado por los recortes de la crisis y los casos de corrupción. Incluso los populares llegaron a temer por el poder.
Pero la expectativa duró menos de medio año y desapareció en los agitados meses que transcurrieron entre las elecciones generales de diciembre de 2015 y las repetidas en junio del año siguiente. Anova, Podemos y EU habían concurrido a ambas como En Marea, coalición que, con 300.000 votos el 20-D, logró el sorpasso al PSOE y se convirtió en segunda fuerza política gallega creciendo en caladeros electorales de los socialistas y también del BNG, que se quedó sin representación en el Congreso.
Entre las primeras y las segundas generales, en las que En Marea perdió un escaño y la segunda posición, las costuras de la poliédrica alianza comenzaron a tensarse con debates sobre liderazgos, modelo organizativo y modo de concurrir a las elecciones gallegas de 2016. Para la candidatura en esa cita sonaba con fuerza un nombre, el de Luís Villares, magistrado progresista y uno de los referenes de Jueces para la Democracia en Galicia, abiertamente galleguista y conocido por sus reflexiones académicas sobre la lengua gallega y los derechos sociales.
Los contactos con Villares cristalizaron definitivamente en agosto, apenas mes y medio antes de la cita electoral, a la que En Marea se iba a presentar cómo “partido instrumental”. El proceso de conformación de listas fue apenas un adelanto de lo que estaba por venir. La integración de Podemos fue especialmente conflictiva y no fue resuelta literalmente hasta última hora con la influencia directa de Pablo Iglesias, cuyas intervenciones centrales en aquella campaña, de precaria estructura, habían quedado eclipsadas por su entonces abierto enfrentamiento con el sector de Íñigo Errejón.
Más de un año de interinidad en el PSdeG
La campaña de En Marea en 2016 fue precaria, pero la del PSdeG no lo fue menos. Los socialistas se habían visto obligados a cambiar de líder en marzo de aquel año, cuando la jueza de Lugo Pilar de Lara imputó por partida doble a su secretario general, José Ramón Gómez Besteiro, por asuntos vinculados a su etapa de concejal en Lugo justo cuando iba a dar el salto definitivo a la política autonómica y lanzar su candidatura a la Xunta.
En ausencia de Besteiro, que aún espera en 2018 por la resolución de aquellos casos, el PSdeG se quedó en manos de una gestora y eligió la candidatura a la Xunta en unas primarias que volvieron a mostrar a la opinión pública las múltiples formas de pelear entre compañeros de partido. El vencedor del proceso fue Xoaquín Fernández Leiceaga, que tras una campaña con más voluntad que medios logró empatar a 14 escaños con En Marea a pesar de quedarse por detrás en votos. Feijóo logró sin problemas su tercera mayoría absoluta consecutiva mientras en la oposición sólo se reubicaban las piezas.
‘Efecto Pontón’, sorpresa Caballero y guerra total de En Marea
Paradójicamente, la mayor satisfacción relativa de la noche electoral gallega de 2016 fue en la formación que consiguió menor representación parlamentaria, el BNG. Tras los años más duros de su historia y un breve período con el economista Xavier Vence al frente, la formación soberanista había elegido como líder a Ana Pontón, diputada desde 2005 que tuvo que enfrentarse a un panorama demoscópico que situaba al Bloque al bordo de la desaparición parlamentaria.
El buen papel de Pontón en el debate central de la campaña --un inédito encuentro a cinco bandas en la TVG-- dio ánimos a la militancia del BNG, que al partir de unas bajísimas expectativas electorales leyó con alivio, incluso con alegría, los 6 escaños obtenidos, uno menos que en 2012 y seis menos que en 2009. Pontón y la, en gran medida, nueva generación de dirigentes que la acompañaban habían conseguido sacar el barco de las rocas tras el duro tránsito del anterior ciclo electoral.
Pero, otra vez, la calma nunca llega a todas las ramas de la izquierda gallega al mismo tiempo. Con el Bloque en aguas tranquilas, los sucesivos pasos de En Marea para organizarse internamente han ido acompañados de sus respectivas tempestades, que dieron lugar a dos bloques internos con geometrías variables. No tardó en hablarse de ‘villarismo’ y sector crítico y el consenso entre la dirección encabezada por Villares y grupos como Podemos, EU, parte de Anova y algunas de las principales mareas fue prácticamente inexistente.
Mientras Villares intentaba reivindicar el liderazgo de la oposición otorgado por las urnas, en el PSdeG procuraban poner fin al vacío de poder. En la estela del regreso de Pedro Sánchez, en las primarias de 2017 venció entre la militancia el vigués Gonzalo Caballero, conocido durante años por su perfil de militante crítico en Vigo, donde mantuvo abiertos desacuerdos con el alcalde y líder local, su tío, Abel Caballero.
No sin tensiones internas Caballero apostó por hacer coincidir las primarias municipales con las autonómicas. Aunque las elecciones gallegas no están previstas hasta 2020, en noviembre de 2018 logró sin rivales ser elegido aspirante socialista a la Xunta y trabaja ya en la construcción de su perfil de candidato. Su modelo es, en gran medida, el que a finales de los 90 comenzó a tejer Touriño.
PSdeG y BNG tienen, de este modo y salvo sorpresa, despejados sus procesos internos hacia las elecciones de 2020, que estarán inevitablemente condicionadas por el convulso panorama estatal y por los resultados municipales, prueba trascendental para las mareas. La cercanía de las municipales, precisamente, es uno de los elementos aludidos por las pocas voces que, en el seno de En Marea, reclaman apaciguar la guerra abierta que la formación vive en las últimas semanas.
Las elecciones internas que se presentaban como probable batalla definitiva entre los dos sectores de En Marea en el primer fin de semana de diciembre dieron un giro inesperado pocas horas antes de comenzar. La comisión de garantías, dependiente de la actual dirección, anunció la suspensión del proceso tras alertar de que había detectado accesos irregulares al censo por parte del comité electoral, con mayoría del sector crítico como resultado de las votaciones del plenario de la formación.
La candidatura de Villares (Coidando a Casa) y la lista de los críticos (Entre Todas, encabezada por el exdiputado David Bruzos) no tardaron en intercambiar acusaciones más o menos abiertas de fraude y esta semana el responsable legal del censo, miembro de la dirección, anunciaba el envío de lo sucedido a la Fiscalía al considerar que ha podido existir un delito contra la legislación en materia de protección de datos. El proceso se retomará en cuanto haya “garantías”, señala la coordinadora, mientras que la candidatura crítica niega irregularidades y dice temer que la única intención sea la de dilatar las votaciones todo lo posible. Una reunión del Consello das Mareas a la que el sector crítico declinó asistir abordó los detalles este sábado y, de nuevo entre acusaciones mutuas, el horizonte de la votación se sitúa en los últimos días del año.
A medio año de las municipales los de Feijóo vuelven a encontrarse, con indisimulada satisfacción, otra herida en la izquierda por la que pasear. Otro camino en el que los méritos propios se reflejan en los espejos cóncavos de los enfrentamientos ajenos.