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Si cada año hay menos incendios y arden menos hectáreas, ¿por qué los expertos están más preocupados que nunca?

Terreno calcinado por un incendio forestal en Castrillo de los Polvazares (León)

Luís Pardo

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Dicen que los vecinos de San Francisco viven preocupados por cada temblor de tierras por si ése es “el grande”. Algo similar es lo que les sucede a los expertos en incendios forestales, especialmente en los últimos años. Incluso tras veranos tranquilos como el que está a punto de despedirse –en el que en España ha ardido la mitad de la superficie media de la última década–, saben que en realidad se encuentran en una cuenta atrás hasta la llegada del próximo fuego incontrolable. Las condiciones son cada vez más complicadas: la combinación de los dos elementos que necesitan las llamas para alimentarse, el climático y el del territorio, nunca le fueron tan favorables.

“Cuando el fuego arranca en condiciones climatológicas adversas y con territorio con mucho combustible disponible, no lo para nadie”. Juan Picos, investigador de la Escola de Enxeñaría Forestal de la Universidade de Vigo, no habla de incendios inextinguibles, sino temporalmente incontrolables. “Nunca quedó uno por apagar, pero ¿cuánto tiempo tenemos la situación fuera de control?. Mientras duran estas crisis, el riesgo de sufrir daños gravísimos es enorme y hay que estar preparados para que no se lleven por delante cosas irremplazables”. 

“Es una cuestión estadística”, asegura, con una mentalidad más científica que fatalista. “En Galicia, por ejemplo, el número de incendios ha bajado radicalmente –de 15.000 a un millar por ejercicio–, pero son mil veces las que tiramos los dados cada año. Y tenemos que estar preparados el día en que nos salga el resultado que no queremos”.

Desde la Escola, ubicada en el Campus de Pontevedra, han estudiado 31.642 incendios registrados en la comunidad entre 2010 y 2020, que quemaron un total de 229.235 hectáreas. Una tercera parte, 81.665, fueron arrasadas por sólo 34 fuegos –los que superaron las mil hectáreas–, y que suponen apenas un 0,1 por ciento del total. Si les sumamos otros 32 –los que calcinaron entre 500 y mil ha–, la cifra supera las 105.000: prácticamente la mitad del conjunto. “En 30.000 tiradas de dados, nos han salido 66 veces. Esto es lo que es difícil de planificar”.

Esos 66 fuegos entran en la categoría de los GIF (Gran Incendio Forestal), todos los que superan las 500 ha. Sin embargo, Picos prefiere centrar el foco en los fuegos con un comportamiento extremo: aquéllos que están en unas condiciones que impiden su control. “En el Xurés, en invierno, pueden arder 500 hectáreas en un fuego de baja intensidad y no ser un gran problema; en verano, al lado de la playa, con mil personas que evacuar, 50 hectáreas bastarían para un drama”.

Combatir fuego con fuego

“Vivimos en la esquizofrenia entre la persecución del fuego y su utilidad”. Aunque el total de superficie calcinada también cae –no tan en picado como el número de siniestros–, ahora unos cuantos incendios grandes suman casi tanto como los muchísimos pequeños focos de décadas pasadas. “De 2006 en adelante” –cuando se registraron casi 2.000 fuegos, más de 80.000 hectáreas quemadas y cuatro víctimas mortales en sólo dos semanas de agosto– “baja el número de incendios, porque hay mayor persecución, más control de las quemas pero, también, más abandono de las actividades que las generaban”. Y como ya no está en el campo aquel “que quemaba un par de veces al año, el material se va acumulando”.

Por eso, Picos cree que escribir sobre el conjunto de hectáreas quemadas “nos hace errar la percepción”. Y eso que admite que va a ser prácticamente imposible dejar de utilizar este método. “Siempre va a ser nuestra referencia, pero hay que entender que no todo está en la hectárea, importa saber en qué condiciones. Es como contar personas en paro: cuentas desempleados, pero también analizas edad, sexo, duración... Eso es lo que tenemos que hacer aquí”.

Y eso es así porque es necesario un cambio en la mentalidad de los propios servicios de extinción. “Era muy eficaz en los 90 con su método: llegar muy rápido y apagar muy pronto. Fuimos los mejores, pero para eso gastamos mucho y utilizamos mucha gente”. Hoy, las condiciones son otras. “Cuando vemos que, ahora, aunque lleguemos pronto, no somos capaces de apagarlo, cambia la estrategia”. Ahora hay que aprender a combatir incendios incendios sin saber cuántos días durarán.

Es fácil caer en los símiles militares en la confrontación con el fuego. Por eso, el ejército preparado para operaciones relámpago ahora tiene que aprender a sitiar al enemigo. “Antes decías: 'vete con todo y apágalo'. Ahora, si vas con todo, puede ser que no tengas a nadie para dar el relevo a las ocho horas, o helicópteros para sustituir a los que tienen que ir a repostar...”.

Picos recuerda dos años en los que se produjeron esas situaciones. En 2017, la simultaneidad de los fuegos impedía ir con todo a ninguno de ellos; en 2022 –un ciclo de cinco años habitual entre dos campañas malas– la descarga de rayos de las múltiples tormentas repitió la situación. “No puedes ir a todos con todo, y a los que no puedes ir se consolidan y aumentan. La cuestión es evitar que lleguen a esos puntos de no retorno en que pueden pasar a ser incontrolables durante mucho tiempo”.

En esos ataques relámpago, las brigadas –al menos, en Galicia– solían estar cerca de su casa. Sin embargo, en las nuevas campañas largas, se impone la logística: buscarles donde dormir, avituallamiento... “Normalmente, eso es lo que mata a los ejércitos: da igual tener muchos tanques si no tienes combustible para ellos”.

Si no puedes cambiar el clima, céntrate en el combustible

“Es probable que estas tendencias continúen, ya que las proyecciones del cambio climático sugieren disminuciones globales de la humedad relativa y aumentos de la temperatura que pueden aumentar el riesgo de incendios futuros donde los combustibles siguen siendo abundantes”. Esta conclusión del artículo Observed increases in extreme fire weather driven by atmospheric humidity and temperature, publicado en noviembre de 2021 en Nature coincide con las palabras de Picos.

“Pasa prácticamente en todo el mundo. Significa que esos dos patrones –el climático y el territorial– se repiten en muchos otros sitios. El climático, porque sólo hay una atmósfera; el territorial, sobre todo en los países avanzados, tiene que ver mucho con la sociedad, con el abandono del campo... aquí, en California y en cualquier parte”, relata.

“Son dos megatendencias que no dependen de los gobiernos ni de las administraciones”, sobre los que sí recae la responsabilidad de responder a ellas. “Se sabe que ese sorteo nos va a acabar tocando en cinco, en siete, en nueve años... pero el cargo político tiende a confiar en que no sea durante los cuatro que dura su mandato, para que parezca que la responsabilidad es del siguiente”.

Y si todo indica que en cinco o siete años volveremos a vivir un 2017 o un 2022 ¿cómo nos preparamos para el día en que ocurra?. Para Picos, está claro. Aunque los cada vez más afinados análisis meteorológicos pueden ayudar a predecir el comportamiento de un incendio, no se puede intervenir en el clima a corto plazo. “Nuestros hijos dirán si hemos hecho algo para frenar el cambio climático”. Así que lo que queda es seguir trabajando sobre el territorio para tratar de que el fuego encuentre la menor cantidad de combustible posible.

Otra paradoja: “Cuanto menos arda, más hay que invertir en prevención”. Aunque un fuego extremo “quema cualquier cosa”, su capacidad será menor si tiene menos alimento. Para eso está la gestión del territorio: quemas selectivas, desbroces, uso de ganado... Y otra vez, la estrategia casi militar: diseñar zonas “donde hacernos fuertes y controlarlo allí, buscar la oportunidad de emboscarlo”.

Eso obliga a un cambio de concepto. Ya no basta con multiplicar los combatientes temporales, sino que es necesario “un servicio profesionalizado, formado para trabajar en otras condiciones durante todo el año”, y no sólo en los meses de un verano que cada vez se interna más en el otoño.

Apostar contra el fuego

Picos es uno de los investigadores del proyecto europeo FIREPOCTEP+, que busca fortalecer los sistemas de prevención y extinción de incendios forestales en la región transfronteriza entre España y Portugal conocida como A Raia. “Intentamos adelantarnos, ver dónde tendría más sentido actuar, dónde evitar que el premio sea más gordo”. Y eso incluye apostar. “Has hecho quemas pero los incendios no han afectado, este año, a tu franja de protección. ¿Tiraste el dinero? No hemos perdido dinero, hemos apostado”.

Y se apuesta porque es imposible cubrir todo el territorio. “Antes, eso, lo hacía gratis un paisano con sus cabras; ahora hay que mandar una brigada”. Así que toca elegir. “Si puedes cubrir sólo un 10% del total, hay que saber dónde apostar, para que no elijas lo fácil sino lo que puede ser más eficaz”.

Con un año malísimo la presión de la población es la contraria: “quiero un avión más grande, cuando justo es al revés. El político va a decir que salga el avión porque la gente lo tiene que ver. Nos lleva a aumentar el problema. Sólo hace presión con el incendio gordo, y después ya no hace falta. Y acabas cayendo en tu propia trampa”. 

Picos tiene claro que “peleamos contra la percepción”. Después de cada año malo, la presión de la población pide “un avión más grande y el político va a decir que despegue porque la gente lo tiene que ver”. Sin embargo, la necesidad es “justo la contraria”.

En Héroes en el Infierno (Only the brave, 2017), el jefe de bomberos forestales que interpreta Josh Brolin sube a su pelotón de novatos hasta una loma desde la que se ve el valle cubierto de vegetación. “Miradlo bien ahora”, les dice, “porque después de vuestro primer incendio, cuando lo miréis ya sólo veréis una cosa: combustible”. Ésa es la loma a la que los científicos tratan de que se asome la administración. Y de que lo haga antes de que nos toque el sorteo porque, mientras tanto, no dejamos de lanzar los dados...

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