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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Soy educadora infantil y me pregunto cómo será dar confianza y cariño a niños y niñas con distancia personal

Investigan la menor incidencia en niños para proteger a los adultos de la COVID-19

Juana Salom Martín

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Este miércoles 1 de julio volvían los niños a las escuelas infantiles públicas de Madrid. Lo hacen los que tienen entre cero y tres años, los más pequeños del sistema educativo español. Volverán porque sus padres y madres necesitan ir a trabajar o porque las escuelas infantiles abren siempre en el mes de julio para aquellas familias que lo necesiten.

Los niños y niñas, en julio, vienen fundamentalmente a jugar, porque el curso escolar propiamente dicho, el programado, con sus actividades educativas, sus informes y sus evaluaciones, ha acabado a la vez que para los niños mayores.

Durante ese tiempo serán atendidos por las educadoras y educadores que conocieron antes del confinamiento. Atendidos quiere decir muchas cosas, quiere decir animarles a entrar, entretenerles, cambiarles, llevarles a hacer pis, darles de comer, cambiarles de ropa cuando hace falta, acostarles y levantarles, ponerles los zapatos y conforme se van haciendo mayorcitos, animarles continuamente a hacer estas actividades de forma cada vez más autónoma.

Porque ese es uno de los objetivos de la educación infantil, fomentar la autonomía y con ello, conseguir la felicidad que sienten los pequeños cuando ven que pueden hacer las cosas sin depender de los demás. Solo así se consigue que tengan la seguridad en sí mismos necesaria para salir al mundo con herramientas para empezar a vivir abiertos al conocimiento. Esto es lo que intentamos conseguir los educadores y educadoras infantiles, utilizando nuestra profesionalidad, nuestra experiencia de años trabajando con los más pequeños, nuestra paciencia, nuestra empatía, nuestra comprensión.

Cuando conocemos a un niño, sabemos cómo hablarle, cuándo sonreírle, cuándo ponerle límites, cuándo abrazarle y cuándo darle alas. En definitiva, cómo establecer esos primeros vínculos que comenzarán a definir la persona adulta que será en un futuro.

A nivel general, la sociedad sabe poco de esta profesión, por eso escribo estas líneas. Hay tanto cariño circulando de los educadores a los niños y de los niños a los educadores, que el ambiente llega a ser mágico. Esta magia hace posible que el pequeño títere que yo manejo les parezca que tiene vida propia, que el cuento que escuchan les haga identificarse con el personaje del que luego hablaran en su casa, que el bailecito que disfrutamos entre todos les produzca tal felicidad, que se dejan caer al suelo cuando acaba, riendo sin parar.

Los niños pequeños en el aula están muy pendientes de los gestos, de la mirada, de los ojos que le dan tanta confianza, del tono de voz de su educadora. Necesitan saber siempre dónde estoy para sentirse seguros, ya que su familia no está. Saben que mi mano siempre está disponible para ser agarrada.

Normalmente, los educadores circulamos por el aula con un séquito de niños y niñas requiriendo nuestra atención: uno pide agua, otra pide ayuda, otro consuelo, otra calmar su rabia. Y así aprenden que esperando un poquito, todos serán atendidos.

Este mes de julio, vamos a trabajar en lo nuestro, como cualquier mes de julio. Eso sí, con mascarilla, gafas de protección, careta transparente y guantes, incluso con bata protectora y, por supuesto, intentando mantener la distancia de seguridad. Me pregunto cómo será hacer el trabajo del que les he hablado en esas condiciones, cómo conseguir que identifiquen mis miradas y mis gestos de complicidad y cómo consolar a una criatura evitando acercarme.

Cómo decirle el primer día, después de más de tres meses: “Ven aquí, mírame a los ojos (que es lo único que puedes ver de mí) y comprueba que soy la misma”. Probaré a enseñarle a distancia el títere que tanto le gustaba y pondré su voz de muñeco travieso, a ver si consigo que recuerde, que una el presente, a sus vivencias anteriores al mes de marzo.

Hoy más que nunca pienso en aquello que nunca hay que olvidar a la hora de educar a los pequeños: no aprenden lo que dices, aprenden lo que haces. Si quieren, el 31 de julio, les cuento lo que hice para hacer bien mi trabajo, porque hoy aún no lo sé.

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