Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

De este tiempo de encierro y vorágine no quiero perder todo cuando termine

Foto: Pexels

Zaida Sánchez Terrer

0

Anoche eran las tres y seguía despierta, sin sueño alguno. Recordé que había que enviar varias tareas de mi hijo a su tutora y lo hice. Luego terminé un pedido de un profesor que necesitaba unos documentos escaneados de la Biblioteca Nacional Francesa. Intenté dormir, pero pensaba en mis padres; todo sigue bien, menos mal. Mañana haré un puchero, y hay que ir a comprar por la tarde, recuerdo la lista un rato.

Dormí unas cuatro horas y me levanté a preparar desayuno del crío que tiene clase online a las 9:30. Un café fuerte y al ordenador para empezar la jornada. Buenos días al chat de las compañeras y al tajo. Varios descansos escalonados en la mañana: para poner una lavadora, recoger el lavaplatos, mi hijo me llama varias veces para dudas con las tareas, llamo a mi hermana y a mi madre, preparo la comida, pienso la cena, tiendo la ropa.

Mientras tanto, he localizado varios artículos de revista y enviado a los profesores que los necesitaban, he asistido a un webinar y contestado correos resolviendo dudas y cuestiones sobre el servicio o demandas de información. A las 12 parada para llamar a una abuela que vive sola y a la que acompaño por teléfono como voluntaria en el confinamiento. Una videoconferencia con el servicio de la Biblioteca para dudas e instrucciones.

Sigo localizando artículos y enviándolos, varios sobre la COVID-19. A las tres paro para comer y descansar un rato. Luego, preparo la merienda y reviso un poco las tareas de mi hijo o repaso con él contenidos. Tramito alguna petición pendiente que llega al correo. Jugamos un rato a bádminton o ajedrez. Tengo que ir a comprar y luego limpiar todo, es largo y pesado. Vuelvo y preparo cena, lo acuesto y cuento un cuento o canción.

Miro la tele sin enterarme mucho, leo artículos sobre el virus y contesto al WhatsApp, entro a Facebook, todo a la vez. Ha llegado una consulta, contesto al profesor y me lo agradece. Son las 11, 12, la una, las dos. Sigo leyendo, contestando correos, pensando en la comida de mañana, he conseguido un artículo en Ausburgo y gratis, amable bibliotecaria, tengo ganas de ver a mis padres. No tengo sueño. No me siento cansada. Sigo despierta. Llegó la hora del orfidal.

De este tiempo de encierro y vorágine no quiero perder todo cuando termine. La sensación de compromiso con los otros, con mis vecinos, con mi familia, con los desconocidos del supermercado. Una nueva solidaridad basada en la contención y el deseo de que pronto termine esta gana de volver a ver a nuestros seres queridos. Sueño que abrazo. Son abrazos largos y sentidos. Mi hijo me da muchos cada día, todos los que le faltan de sus abuelos, de sus primos y amigos. Estamos muy cerca.

Está siendo muy intenso esto y no quisiera perderlo cuando el tiempo vuelva a llenarse de prisa y obligaciones. Y de este confinamiento, a pesar del orfidal, del agobio de sus tareas y las mías, del miedo a que enfermen nuestros mayores, de la tristeza que está causando esta pandemia, me quedo con sus abrazos.

Sobre este blog

En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Etiquetas
stats