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365 días de horror en Gaza: “Mucha gente prefiere morir. Los que mueren descansan”
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365 días de horror en Gaza: “Mucha gente prefiere morir porque los que mueren descansan”

Ghada y Osama Abu Sultan en su casa de Belén, donde siguen las noticias de sus familiares bajo las bombas en Gaza.

Francesca Cicardi

Belén (Cisjordania) —

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La casa de Osama y Ghada Abu Sultan en Belén parece un santuario: en cada rincón hay fotos y objetos que recuerdan a su hijo, Amyad, asesinado por Israel en 2021. Es uno de los muchos “mártires” adolescentes, casi niños, que hay en Cisjordania, donde más de 150 menores han muerto desde el comienzo de la guerra en Gaza hace un año. La violencia ha aumentado en este territorio palestino ocupado al mismo tiempo que la ofensiva israelí se ha prolongado.

Abu Amyad y Umm Amyad (el padre y la padre de Amyad) están acostumbrados a convivir con el dolor y la pérdida. Ella viste rigurosamente de negro y sus ojos claros transmiten una tristeza profunda. “Toda mi familia está en Gaza, mis hermanos, mis hermanas, mis tíos, todos”, dice Ghada. “Cada día me levanto y miro las noticias, y compruebo si siguen vivos”, explica, y ellos le contestan simplemente eso: “Estamos vivos, no dicen nada más, sólo eso”.

La mujer de 49 años cuenta aliviada que ahora la comunicación con la Franja es mucho mejor que al comienzo de la guerra y, especialmente, del momento en el que el Ejército israelí irrumpió por tierra, a finales de octubre de 2023. “Nos pasamos días y semanas sin poder comunicar con ellos”, recuerda.

“Me gustaría ir y ver a mi familia, pero con la guerra es imposible. Toda mi vida viví en Gaza, es mi tierra, donde nací. Toda mi familia está allí, mis amigos, mis estudios, mi trabajo…”, relata Ghada, que vive en Belén porque su marido lleva toda la vida afincado en la localidad cisjordana. La mujer no tiene esperanzas de poder regresar algún día, pero sí desea que la guerra acabe, “ahora mismo” si es posible.

Su marido no comparte la misma opinión, cree que la guerra continuará y asegura que lo supo desde el ataque de Hamás del 7 de octubre. Osama no para de hablar y de fumar, parece querer ocultar su sufrimiento con esa verborrea. “Sabía que la reacción de Israel iba a ser así, no me sorprendió la campaña de bombardeos y las matanzas, es su forma de actuar”, afirma.

Él también tiene familiares directos en Gaza, donde vivió diez años, aparte de su familia política. “Por supuesto, estaba preocupado por ellos, porque era más consciente de lo que iba a pasar” desde fuera.

Relata cómo fue la primera vez que su familia fue alcanzada por las bombas que caen indiscriminadamente sobre Gaza. “Estaban en su casa y se fueron a una escuela de la ONU, porque pensaron que iban a estar protegidos. Yo sabía que el Ejército israelí no iba a respetar ni la ONU ni a los civiles, y estuve llamando a mis tíos para que se fueran de ese lugar”. No los pudo convencer.

“Poco después, bombardearon la escuela y murieron mi tío, su hijo y su hija, la mujer de otro tío mío, en total seis personas de la familia. Además, otros diez al menos fueron heridos, algunos perdieron un ojo, una mano… todo en un instante”, lamenta. 

“No los pudieron enterrar al principio, los enterraron en un lugar temporal —en un terreno de su propiedad, no en una fosa común—”, aclara Osama mientras enciende un cigarro tras otro y sorbe su café árabe. “Uno de mis tíos que estaba herido se lo llevó la ambulancia, pero no había comunicaciones y nos pasamos tres días sin saber dónde estaba. Luego, por casualidad, lo vi en un reportaje de Al Jazeera desde el Hospital Indonesio”, agrega con sorpresa. Esa televisión qatarí es la que se puede ver en una gran pantalla en el salón de la casa de los Abu Sultan, encendida a todas horas. “Sólo cuando lo vi en la televisión supe que no había muerto”.

Osama dice que los propios parientes dentro de Gaza no tenían forma de comunicarse entre ellos y no sabían cómo estaban, ni dónde estaban. “A través de Al Jazeera supimos que los pacientes del Hospital Indonesio fueron trasladados al Hospital Europeo en Jan Yunis, después de que Israel lo asediara”. Afortunadamente, en esa ciudad del sur de Gaza, la conexión telefónica era mejor y pudieron hablar con su tío, y saber que estaba bien aunque había perdido una mano en el bombardeo. Otros miembros de la familia que estaban en el norte de la Franja no lo sabían, continúa Osama, diciendo entre risas que su casa de Belén se convirtió en un “centro” de comunicaciones en las primeras semanas de la guerra.

Al Jazeera se ha convertido en los ojos no sólo de los palestinos, que desde fuera de la Franja miran con aprensión lo que sucede a sus hermanos, primos, tíos o sobrinos, sino también del resto del mundo, ya que la prensa internacional no ha podido acceder a Gaza en este año.

Osama, de 50 años, afirma que “no se puede describir” lo que han sentido ellos en Belén durante los pasados doce meses, en los que se han acostumbrado de alguna forma a la muerte en masa, después de haber pasado el luto por su hijo. Él y su esposa se sienten afortunados por haber perdido sólo una parte de sus familias en Gaza y no toda.

“Es una guerra rara”, dice el hombre, porque toda la población se ha visto afectada. “Ha habido guerras en las que han muerto muchas más personas, pero nunca se ha visto una guerra en la que encierras a las personas y las matas. ¡No pueden escapar!”, agrega con indignación.

En los primeros meses de la ofensiva, decenas de miles de palestinos pudieron salir de la Franja a través del paso fronterizo con Egipto, pero desde que Israel tomó el control de esa zona a principios de mayo, sólo unas decenas de niños heridos o enfermos han sido evacuados a otros países. Incluso antes de la guerra, Gaza era calificada la prisión a cielo abierto más grande del mundo.

La mayor parte de los parientes de Osama se encuentran en la localidad de Deir al Balah, en el sur de la Franja, donde se han refugiado buena parte de los gazatíes, y ahora viven en tiendas de campaña. Deir al Balah está incluida en la denominada “zona humanitaria” designada por el Ejército israelí, junto a la de Al Mawai, aunque no se ha librado de los bombardeos.

“Los que no han muerto viven en una tienda, en la costa junto al mar. ¿Qué comen, cómo cocinan, cómo van al baño?”, se pregunta Osama desde su casa de Belén. “Lo único que les queda de su vida es algo de ropa y un poco de harina para comer, y viven bajo el fuego” de los aviones y los tanques israelíes.

“He hablado con mucha gente que me ha dicho que prefiere morir, porque los que mueren descansan”, afirma. Y añade que los que mueren ahora, en medio de la devastación en la Franja, no reciben un sepelio honroso ni pueden ser enterrados junto a sus familias: “Ni siquiera saben si sus familiares están muertos ni dónde están sus tumbas”.

Osama y Ghada ya vivieron esa situación, cuando no pudieron enterrar a su hijo, hasta que el Ejército israelí les devolvió su cuerpo, congelado. El padre muestra una foto del rostro de Amyad cubierto de escarcha para demostrar que es cierto lo que cuenta, pero prosigue diciendo que al menos pudieron celebrar el funeral y despedirse de él, algo que otros progenitores en Cisjordania no han podido hacer.

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