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ANÁLISIS

Trump, contra la inteligencia: se aferra al odio a China como salvavidas político

Donald Trump durante una rueda de prensa en la Casa Blanca.

Carlos Hernández-Echevarría

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Trump está en serios problemas. A pesar de las mentiras, del discurso patriotero y de sus promesas de curas milagrosas, los hechos son tozudos: cuando había 15 casos de coronavirus, el presidente dijo que “bajarían a cero” y ahora hay un millón. También dijo que tenía la epidemia “totalmente bajo control” y ya han muerto más de 60.000 estadounidenses y otros 30 millones se han apuntado al paro. Quedan seis meses para las elecciones y por mucho que repita que “ha hecho un gran trabajo”, el coronavirus amenaza con llevárselo por delante sin siquiera infectarlo. Pero tiene un plan para evitarlo. Un plan chino.

Un enemigo exterior es una maravilla para cualquier gobernante en apuros, ya que ayuda a distraer la atención de los errores cometidos, pero es que China es ahora mismo el villano perfecto: el punto de origen de la epidemia y el probable ganador de una recesión global, además de una dictadura en la que resulta difícil confiar. Los estrategas republicanos saben que en la política estadounidense nadie ha perdido jamás por pasarse de duro con China y este es un momento particularmente propicio.

Trump cae en las encuestas, pero China cae más. El gigante asiático jamás ha tenido tan mala imagen en EEUU: apenas uno de cada tres estadounidenses tiene ahora mismo una buena opinión de China. La cifra ha caído 20 puntos porcentuales en solo dos años y, según Gallup, ya está por debajo de donde estaba tras la masacre de Tiananmen. Los republicanos están avivando ese fuego porque creen que puede salvarles en las próximas elecciones.

Culpar a China y a los demócratas

El presidente empezó hablando del “virus chino” y ha acabado acusando directamente a China de haber creado la COVID-19 en un laboratorio. El presidente dice que “ha visto” pruebas de que así fue, pero no está muy claro qué pruebas son porque tanto la Organización Mundial de la Salud como las propios servicios de inteligencia estadounidense lo niegan. La Casa Blanca presionó a sus espías para que apoyaran esa teoría, pero los servicios de información han emitido un comunicado aclarando que el virus “no es de creación humana ni ha sido modificado genéticamente”. Trump no se ha retractado, por supuesto.

El presidente, por otro lado, sabe que no basta con culpar a los chinos. Para que esta estrategia electoral funcione, hay que atacar también a los demócratas. Trump dice que “China haría cualquier cosa” con tal de hacerle perder las elecciones y que el demócrata Joe Biden es “el candidato soñado” de Beijing. Su campaña está recaudando donaciones diciendo que servirán para “exigir responsabilidades” a China y un grupo favorable al presidente se acaba de gastar 9 millones de euros en anuncios de televisión que proclaman que “para parar a China, hay que parar a Joe Biden”.

La estrategia china de Trump tiene sentido. En esos anuncios se habla del coronavirus, pero también se incide en temas que fueron clave para su éxito electoral en 2016: los empleos “robados”, el desmantelamiento de la industria... China es el enemigo perfecto para repetir la campaña del miedo a la globalización y las promesas de proteccionismo que tan bien le han funcionado. Además encaja a la perfección con la medida favorita de Trump, la que ha aplicado contra el coronavirus y contra cada problema que se ha encontrado, el cierre de fronteras y de la llegada de inmigrantes. Para millones de votantes, Trump tiene toda la credibilidad del mundo cuando ataca China porque lleva décadas haciéndolo.

Lo único que podría hacer que el presidente se replanteara la estrategia es la posibilidad de alcanzar un gran acuerdo comercial con Beijing. Después de media vida atacando a los “negociadores estúpidos” como Biden que han dejado que China “time” a EEUU, Trump había puesto muchas esperanzas en la firma de un tratado con su “amigo” Xi Jinping. Quería así reforzar de cara a las elecciones esa imagen de habilidoso negociante que ha cultivado durante toda su vida y que está en el centro de su atractivo político. Las conversaciones llevan mucho tiempo y ya se ha firmado una “primera fase”, pero el cruce de acusaciones por el coronavirus puede haberlas hecho descarrilar para siempre.

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