El legendario piloto brasileño Alberto Santos-Dumont da nombre a una colección de relojes de Cartier y también al aeropuerto nacional de Río de Janeiro, que por ubicación y longitud de pistas, de tan solo 1.300 metros, parece un portaaviones amarrado al centro de la ciudad, por el que pasan nueve millones de pasajeros al año. La mayor parte de estos son los clientes del puente aéreo Rio-São Paulo, que al despegar por la pista 02 o aterrizar por la 20, pasan prácticamente sobre la Ilha das Cobras, un inmenso arsenal donde todas las embarcaciones de la Marinha do Brasil reciben mejoras técnicas y son reparadas.
Entre los buques pintados de gris, destaca por sus dimensiones otro portaaviones, aunque esta vez real: es el A-12 Sao Paulo. Sobre el papel está considerado el buque insignia de la Armada nacional y único de su clase en un país del hemisferio sur; una verdadera rara avis latinoamericana adquirida a Francia en el año 2000, de segunda mano, cuando el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso quiso dar un salto cualitativo en su poder militar.
La compra hubo de justificarse por parte del Ministerio de Defensa con alambicadas explicaciones, indicando que a pesar de que Brasil no tenía conflictos ni enemigos en el mundo, un nae (o navío aeródromo, como se define este tipo de buques en portugués) era de gran valor estratégico para el país, incluyéndose en esta filosofía ejercicios aeronavales conjuntos con Argentina.
Como el mercado de segunda mano de este tipo de buques era lógicamente limitado, la Armada francesa fue la primera y prácticamente única opción que se tuvo en cuenta para adquirir uno a buen precio. A finales de los 90 el Gobierno de Lionel Jospin tenía previsto retirar y desguazar el veterano portaaviones Foch, de 257 metros de eslora, tras casi cuatro décadas de servicio pero surgió este comprador inesperado. Gracias al pago de 12 millones de dólares, despojado de armamento y tecnología, la bandera francesa se arrió para izar la de Brasil en la popa del buque, que zarpó de Brest rumbo a Río.
Lejos de resultar el orgullo nacional esperado, el A-12 se convirtió enseguida en un costoso quebradero de cabeza: en diez años se han invertido algo más de 90 millones de dólares en su modernización, así como en la adquisición de algunos aviones usados y helicópteros aptos para aterrizar en su cubierta. Pero como suele pasar en una máquina comprada de segunda mano y sin garantía, el São Paulo ha generado más preocupaciones y noticias negativas que maniobras o días de mar. Ha tenido averías continuas, pérdidas de gobierno e incluso un enfado presidencial monumental cuando el entonces presidente, Lula da Silva, organizo un gran evento a bordo con centenares de invitados para navegar hasta una nueva zona de extracción de crudo de Petrobras, un viaje que hubo que cancelar a última hora al no arrancar los motores.
El peor incidente vivido por el São Paulo ocurrió en 2005, cuando una explosión a bordo con varios muertos lo dejó inoperativo prácticamente durante un lustro, solo saliendo al mar para exhibirlo en algunos desfiles. Hace unos meses, se produjo un nuevo incendio en plena navegación, de nuevo con muertos y heridos graves. Por otro lado, a finales de 2011 se consiguió que las pocas aeronaves asignadas al buque pudiesen, por fin, operar de noche, algo que no es un detalle menor para un buque de guerra.
En un informe reciente, el Ministerio de Defensa ha reconocido que la operatividad del buque es muy limitada y como media, desde que enarbola la bandera de Brasil, la nave solo ha estado en activo unas pocas semanas al año. También se habla ya de su jubilación en 2020, cuando un nuevo portaaviones lo sustituya. De nuevo Francia es la mejor posicionada el contrato de construcción, aunque en este caso aportando tecnología, ya que lo pretendido es que sea armado en un astillero brasileño.
El A-12 ha tenido que regresar muchas veces a puerto asistido por potentes remolcadores que lo acaban depositando siempre en el arsenal de Río para revisar su maquinaria. Al verlo navegar así, resulta irónico saber que el lema del portaviones São Paulo, es “Non ducor, duco”, esto es “no soy conducido, conduzco”.