En el antiguo barrio judío de Marrakech, las grietas más profundas del terremoto caen en el olvido
La Medina de Marrakech es un laberinto. Entre sus estrechas calles, tienes que sortear las motos que corren y esquivan a gran velocidad a turistas, puestos del zoco y hasta a animales. Un deporte de riesgo.
La plaza Jemaa el Fna, donde se registraron algunos destrozos tras el terremoto del pasado 8 de septiembre, es el corazón de la ciudad. Allí, quedan pocos restos de la tragedia. En cambio, en otros puntos del casco histórico, el tiempo parece hacerse quedado paralizado.
En Mellah, también conocido como el barrio judío, varias montañas de escombros se amontonan en las esquinas de las minúsculas callejuelas. Un grupo de mujeres acampan en la plaza Tinsmiths. No pueden volver a casa y tampoco han sido realojadas en algunos de los campamentos para desplazados a las afueras de la ciudad.
El barrio olvidado entre los atractivos turísticos
Un par de mantas anudadas entre sí las cubre del sol durante del día y del frío en la madrugada. Mohamed mira la fachada de su casa. A un lado, se levanta una de las dos sinagogas que quedan en todo Marrakech, al otro, su mujer recuerda con terror la noche del terremoto.
En la pantalla de su móvil, muestra un vídeo difundido por la televisión Sky News Arabia, que fue grabado por la cámara de seguridad que permanece intacta en la esquina entre la sinagoga y su casa. En el vídeo se puede ver como la joven sale corriendo de su casa en los primeros segundos del temblor. Justo después, cae una parte de la fachada de la vivienda y otra parte del piso más alto. “Me he salvado, gracias a Dios”, dice a elDiario.es.
Mohamed y su mujer siguen viviendo en esa casa, donde unas grietas cruzan horizontalmente algunas habitaciones, incluso en la que todavía duermen. “No tenemos adonde ir, esta es nuestra casa. Tampoco viene nadie a ayudarnos ni a darnos otra alternativa”, añade disgustado Mohamed.
Una ambulancia está aparcada en el acceso de Mellah. Su conductor apoya los pies en el salpicadero mientras que discute con alguien al otro lado del teléfono. Cerca, un grupo de personas se agolpan a las puertas de una comisaría de Policía. El barrullo deja entrever un malestar que se arrastra desde hace más de una semana.
Sentado en un taburete, un hombre mayor enseña sus manos agrietadas, ensangrentadas y con algunas heridas mal curadas, cubiertas de pus. Son la imagen del olvido. “Hemos estado seis días levantando escombros con nuestras propias manos. Los equipos de recogida no pasaron hasta el miércoles y aún hoy queda mucho trabajo por hacer”, cuenta a elDiario.es el octogenario.
A sus espaldas se puede ver uno de los edificios del barrio cuya tercera planta se derrumbó por completo. El hombre parece ignorar el peligro y comenta que en ese lugar “una madre y su hijo murieron mientras dormían”. Hasta el momento, las autoridades han cifrado en casi 3.000 el total de muertos a causa del seísmo más fuerte del país y del norte de África.
Aunque la mayoría ha fallecido en la región de Al-Hauz, al suroeste de Marrakech y en los montes del Atlas, los últimos registros en esta ciudad recogen 16 fallecidos, una parte de ellos en este barrio olvidado.
Varios edificios están sujetos por andamios metálicos y palos de madera, como la fachada de la casa de Mohamed. La mediocridad de las soluciones ha suscitado la indignación de los locales, que no lo piensan ni dos veces a la hora de criticar al Gobierno marroquí.
El pasado 10 de septiembre, dos días después del temblor, una decena de personas se manifestaron en la plaza Tinsmiths, la más concurrida del barrio, pidiendo respuestas institucionales y de los equipos de rescate. De poco ha servido.
Los más afectados por el terremoto
En Marrakech, la geografía social de la Medina se ha polarizado con el paso de los años. Con el aumento de los turistas y la apertura de riads (casas tradicionales transformadas en hoteles), restaurantes y cafeterías con toques occidentales -regentados mayoritariamente por franceses-, otras zonas de la ciudad han quedado marginalizadas y sobrepobladas.
Es el caso de Mellah. Desde los años 70, la antigua judería recibe a los marroquíes más vulnerables que se trasladan desde el campo a la urbe. En comparación con el resto de la Medina de Marrakech, la densidad de población es tres veces mayor y alrededor de tres cuartas partes de las familias viven con menos de 1.000 dirhams al mes (alrededor de 100 euros).
Algo similar ocurre en lo más alto de las montañas del país, donde el temblor también se sintió con fuerza. Hoy son las consecuencias del terremoto, pero tradicionalmente las comunidades amazigh (bereberes) han vivido aisladas de los servicios públicos y marginadas por la gestión de las autoridades nacionales.
En las zonas más pobres del Atlas faltan infraestructuras, centros sanitarios, escuelas y, en muchos casos, suministro eléctrico o alcantarillado. Durante los meses de invierno, muchos pueblos quedan totalmente aislados por las grandes nevadas, congelados por el frío.
El barrio judío de Marrakech nació como un gueto en el siglo XVI, cuando el sultán quiso separar a los judíos del resto de la población musulmana. Con el establecimiento del Estado de Israel en 1948, muchos decidieron emigrar. En los años 60 del siglo pasado, alrededor de 35.000 fieles de esta comunidad vivían aún en él, siendo la judería más poblada de todo el país.
Desde entonces, y según los datos más recientes de 2020, el éxodo ha hecho que solamente 250 judíos convivan con los otros residentes en estas calles. Dos sinagogas, el cementerio o Miâara y el zoco de las especias son algunos de los restos históricos, culturales y religiosos que aún se encuentran en Mellah.
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