“Los medios hablan de todas las diversidades menos de la de clase: no hay pobres en la televisión”
En mayo de 2009, el canal argentino de televisión América TV emitió un informe sobre Zavaleta, un asentamiento precario de Buenos Aires donde viven unas 50.000 personas, pobres en su inmensa mayoría. “La antesala de la muerte”, decía el reportaje.
Para muchos de sus residentes, las consecuencias de la estigmatización fueron inmediatas: empleadas del servicio doméstico que perdían el trabajo, autobuses municipales que dejaban de pasar y hasta una niña que murió atropellada por un conductor asustado.
Un grupo de vecinos de Zavaleta que llevaba desde 2004 organizándose en asambleas barriales decidió responder. En señal de protesta, se personaron en América TV. “Yo me quiero morir en Zavaleta”, “Me acuerdo de mi abuelita en Zavaleta”, “Yo nací en Zavaleta”, decían las pancartas de los manifestantes frente al canal, en el acomodado barrio de Palermo.
Como se trataba de llamar la atención, cortaron calles, jugaron al fútbol sobre el asfalto y repartieron tortas fritas gratis entre los sorprendidos vecinos. Al día siguiente, ningún canal habló de la protesta que había alterado la jornada de uno de los principales barrios de Buenos Aires.
“Ahí fue cuando decidimos que no podíamos seguir esperando a que los dueños de los medios nos prestaran la caja de resonancia, que construir nuestro propio canal de comunicación era tan urgente como destapar las cloacas, terminar con la impunidad policial o arreglar los tendidos eléctricos”, explica a eldiario.es Ignacio Levy, referente de La Garganta Poderosa, una revista “de cultura villera” que desde entonces lleva ocho años saliendo mensualmente con entrevistas exclusivas a personajes del calibre de Lionel Messi, Joan Manuel Serrat, Pepe Mujica, Diego Armando Maradona, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff.
Invitado por los diputados de Podemos, Levy habló en mayo en el Parlamento Europeo sobre los abusos que las fuerzas policiales cometen en las villas miseria o de emergencia argentinas (donde viven tres millones de personas, según la ONG argentina Techo). También, sobre La Garganta Poderosa y las 79 asambleas barriales que respaldan a la revista y que adoptaron el nombre de Poderosas en honor a la motocicleta con que Ernesto Che Guevara y su amigo Alberto Granado salieron de viaje en 1952 por América para tratar de comprender la opresión que sufren los pobres del continente.
Ustedes denuncian la infrarrepresentación de los pobres en la cobertura mediática tradicional. ¿Cree que tiene que ver con que los principales consumidores de esos medios no son pobres?
Eso es naturalizar la idea de que los medios son para consumidores. Nosotros creemos que los medios son para seres humanos. Para los que tienen cosas para decir y enseñar, y para los que tienen cosas que aprender. Aunque la clase media no sea afectada directamente por la impunidad y el avasallamiento sistemático de las fuerzas de seguridad en la villa, negarle la participación a una villera en un programa de televisión es privar a esa clase media de la información que necesita. De hecho, puede terminar fomentando su propia inseguridad cuando pide mano dura o que se baje la edad de imputabilidad.
Ese pedido viene de creer que el enemigo es un pibe de 14 años, de piel oscura, gorrita y ropa deportiva. Pero a Luciano Arruga (1992-2009, detenido por la policía bonaerense y desaparecido hasta 2014, cuando apareció muerto y enterrado sin identificación) lo torturaron, mataron y desaparecieron los policías cuando tenía 16 años precisamente porque se negaba a robar para ellos. Entonces el que por la desinformación pide más presupuesto para el destacamento policial en verdad está dándole más fuerza y legitimidad a la gente que manda a los chicos a robar.
¿No creen que hay un rechazo a escuchar historias de pobres cuando viven en el barrio de al lado y no en algún país lejano?
Claro que existe y tenemos que preguntarnos por qué existe. En los medios se sigue hablando de pluralidad pero hablan de todas las diversidades menos de la de clase: no hay pobres en la televisión. La clase media toma distancia de la situación más cruda porque el capitalismo no ha retrocedido sino que se ha desarrollado. Si hoy no nos meten en un centro clandestino por decir nuestras verdades ni nos ponen electricidad en los testículos (práctica de tortura habitual durante la dictadura que argentina entre 1976 y 1983) no es porque el capitalismo se haya vuelto más bueno, es porque ya no lo necesita. Sus mecanismos de alienación han permitido convencer a muchos de los que no fueron víctimas directas de sus políticas de exclusión que es posible salvarse solo.
Eso las villeras y villeros lo aprendimos hace mucho tiempo: nadie se salva solo. A nosotros no nos gusta el sistema de concentración y desigualdad porque aliena. Pero no nos podemos enojar con los alienados ni nos debe sorprender el nivel de alienación. Lo que tenemos que hacer es recoger toda esa información y construir un canal contrapuesto que haga aflorar nuestra verdad, de mucha mas potencia que sus mentiras. Si nos organizamos, tal vez podamos ponerlo en evidencia.
Además de innovar en los temas, ¿qué otras características de la revista han pensado desde cero?
Cuando se estaba diseñando el primer número, un chico preguntó por qué el titulo iba en la parte de arriba de la página. Le dijeron que en todos los diarios del mundo se ponía ahí, que las personas leemos de arriba hacia abajo... Esto fue lo que respondió: “Pero nosotros decimos que venimos de abajo para arriba, que el poder tiene que ser construido desde abajo, si el título es importante, tendría que ir abajo”. Así que nuestros títulos van abajo.
Tenemos una columna que se llama “Ahora escúchame vos” en la que respondemos a cualquier comunicador que haya mentido sobre nuestro barrio. Y también aprovechamos la numeración de las páginas. A veces ponemos los números en el idioma originario de alguna comunidad ancestral de nuestra tierra, porque es una información que de otra forma nos cuesta tener, o enumeramos con caritas de Jorge Julio López, desaparecido en democracia (militante peronista desaparecido en septiembre de 2006 en la víspera de un juicio en el que iba a testificar contra represores de la dictadura).
En vez de horóscopos tenemos la sección “Oros pocos”, donde pronosticamos con mucha mayor precisión los futuros inmediatos que nos esperan de acuerdo con las políticas que se van anunciando. Tenemos un fotorreportaje, donde un compañero gesticula frente al entrevistado y los dos van hablando a base de gestos. En la página de atrás, el periodista escribe un texto sobre lo que cree que hablaron y el entrevistado escribe otro con lo que él piensa que se dijeron. Claramente, nunca coincide. Nos sirve para entender cómo juega la infraestructura mental que traemos antes de hacer ese intercambio.
El mismo chico de 12 años que preguntó por los títulos aplica en la forma de sus artículos el concepto del tema que está tocando. En uno que escribió sobre el hacinamiento de una casa en la villa donde 19 personas viven en la misma habitación, no dejó un sólo espacio entra las palabras, por ejemplo. Cosas como esa pasan todo el tiempo, en la medida en que uno no acepta corsés.
¿Cómo es un día normal en la redacción de La Garganta?
La redacción está en la antigua Escuela de Mecánica de la Armada, un centro clandestino de detención en la ciudad de Buenos Aires (usado por la dictadura para esconder y torturar a sus detenidos, reconvertido en museo de la memoria). Los redactores de las distintas villas de la ciudad se encuentran ahí cada día, hablan de lo que pasó en el día, las movilizaciones, los casos de gatillo fácil, los feminicidios, las conquistas... Ahí se decide qué sale en la página web, en las redes, y en la revista mensual de papel. Pero esto no es así en todas las provincias ni en todos los barrios. Hay barrios rurales, otros de comunidades indígenas sin tendidos eléctricos... La dinámica tiene que ver con la diversidad del territorio porque nosotros informamos desde el territorio.
No juzgamos a una cultura desde otra. Por eso nos ha horrorizado comprobar que el Parlamento Europeo tiene una oficina de derechos humanos pero en ella sólo se mira al resto del mundo, nada sobre Europa.
¿En España podría surgir un medio de comunicación similar?
No tenemos duda. Un sistema desigual de tanta crueldad, de tanta opulencia frente a la vulnerabilidad que genera, genera anticuerpos. No hay que irse a Latinoamérica. Basta con llegar a Elche, donde la actividad neurálgica está en la economía sumergida: 7.000 mujeres trabajando de aparadoras cosiendo los zapatos que las grandes marcas salen a vender por el mundo. Y esto no es de los últimos 10 o 20 años. Son mujeres que empezaron a trabajar a los 11 años y hoy tienen más de 70, con malformaciones en los huesos por un diagnóstico que los propios médicos llaman el mal de la aparadora.
Esas mujeres se están empezando a organizar, a buscar herramientas de comunicación popular, a encontrarse con la lucha de los que fueron desalojados de la única vivienda que habían podido tener, con la de los que no son reconocidos en su propia identidad, con la de los migrantes marginados y las minorías castigadas.
La Garganta sale sin firmas para poner freno a los egos y resaltar el esfuerzo colectivo. ¿Por qué empezaron los referentes como usted a hacerse conocidos?
El 24 de septiembre de 2016, las fuerzas de seguridad sometieron a prácticas de tortura tremendas a Iván y a Ezequiel, dos compañeros de la Villa 21-24 que tenían 15 y 18 años y se vieron obligados a poner su rostro para que las denuncias fueran verosímiles y el caso cobrara la dimensión que nosotros creemos que tenía.
Son prácticas que se desarrollan en el más absoluto silencio hoy en los barrios pobres de las grandes ciudades de América Latina. Iván y Ezequiel pusieron la cara, salieron en la tele, y comenzaron un proceso judicial que ya metió a seis prefectos en la cárcel de Marcos Paz. Sentaron en el banquillo de los acusados al Ministerio de Seguridad, dieron la cara, y al día siguiente fueron perseguidos por efectivos de la Prefectura Naval hasta sus casas, literalmente, esto no es una metáfora.
Llegados a esa instancia, con las represalias y las amenazas por la denuncia, los referentes del barrio, los provinciales y los regionales empezamos a aparecer con nombre propio. Del anonimato que nos servía para no entorpecer la construcción colectiva pasamos a la responsabilidad de poner la cara y enfrentar las consecuencias.
Si uno se fija, todos los casos que se viralizaron desde La Garganta no fueron denuncias de portavoces, sino niños y niñas asesinados en nuestros barrios. Cuando no son niños y niñas, dicen que el muerto era un jefe narco, un violento, y al carajo. Cuando matan a niños se hace más difícil decir que se trataba de un jefe narco de nueve años. Nuestras denuncias llegaron en septiembre de 2017 a Ginebra, donde disertamos frente al Comité por los Derechos del Niño de las Naciones Unidas para dar cuenta de que no se trata de un caso aislado.
Cada vez que se oye una bala, los adultos salen a la calle, registran las irregularidades de las fuerzas, las denuncian ante el Ministerio Público Fiscal y los organismos de derechos humanos, sin pasar por las comisarías que son las que administran el delito dentro de nuestro barrio.
Eso implica cierto nivel de exposición, ¿pero cuál es la alternativa? ¿No salir y seguir contando cómo nos matan a niños y niñas? ¿No contarlo porque puedan tratar de demonizar a nuestro movimiento? Estamos haciendo todo lo posible para que sientan la contundencia de una construcción que no puede ser sino colectiva.
¿Teme por su seguridad ahora que se ha convertido en una cara visible de la revista?
Ya aprendimos que es mentira que tenemos que callarnos para sobrevivir, para que no nos maten. Nos siguen matando por todas las veces que agachamos la cabeza, nos siguen matando por todo el tiempo que nos mantenemos callados, y no lo aceptamos más.