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Análisis

Brasil se juega la estabilidad de su democracia en una ajustada segunda vuelta

Luiz Inácio Lula da Silva  y Jair Bolsonaro en la televisión Bandeirantes en São Paulo el pasado 16 de octubre.

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“No sé cuál es el estado psicológico del presidente, pero hay incompetencias de parte de su equipo. Creo que están un poco desesperados al percibir que tienen posibilidades de perder las elecciones”, dijo este jueves Luiz Inácio Lula da Silva, durante una de las últimas entrevistas concedidas a diarios y emisoras de radio de Brasilia antes de las elecciones del domingo. “Él encarga y estudia las encuestas y sabe que va a perder”, apuntó.

El líder del Partido de los Trabajadores, que se presenta para volver al poder, achacó el nerviosismo del presidente actual, Jair Messias Bolsonaro, al último episodio protagonizado por su cuartel general, que presentó una demanda al Tribunal Superior Electoral (TSE) por “irregularidades” en las transmisiones de radio y televisivas obligatorias y gratuitas de propaganda electoral. Para Bolsonaro, ese trato desigual podrá tener repercusiones en los votos recibidos por cada uno. Y ese hecho justificaría una suspensión temporal del escrutinio. 

La idea de suspender las elecciones marca la incertidumbre con la que se llega a la segunda vuelta por la presidencia de Brasil. Incertidumbre y ansiedad en las vísperas de unas elecciones decisivas y que marcarán el futuro del país más grande de América del Sur. 

Las encuestas dan como ganador a Lula. Pero la última, publicada por Datafolha, indica un margen más ajustado que en anteriores sondeos para un posible victoria del expresidente: un 49% de intención de voto para Lula y un 45%, para Bolsonaro.

¿Una tercera vuelta?

Más allá de los modelos económicos en pugna, de la violencia diaria, de la inflación, del desempleo, de la pobreza y del futuro de la Amazonia, lo que está en juego es la democracia. Este domingo, más de 150 millones de personas votarán entre dos opciones muy diferentes. Una es una alianza socialdemócrata que rodea a Lula da Silva con sectores políticos que incluso fueron adversarios en otros tiempos. Por otro lado, una extrema derecha encabezada por Bolsonaro con simpatías claras por los regímenes militares y que hizo de la crueldad una marca. Solo hace falta recordar cómo el actual presidente durante la pandemia se burlaba imitando en público a quienes morían asfixiados por falta de oxígeno por la COVID-19.

Por eso, hay pocas elecciones como estas en términos de lo que se juega. De ahí también la duda sobre qué hará el actual presidente ante una posible derrota. En el último tramo de campaña, Bolsonaro pidió a la justicia electoral que investigara el caso de las irregularidades en las publicidades electorales. El magistrado Alexandre de Moraes, presidente del TSE, rechazó la solicitud. Y este miércoles, todos los jueces de esa instancia respaldaron la resolución. 

Los analistas políticos sugieren que Bolsonaro trata de encontrar, estos días, un elemento que le permita revertir la ventaja de su oponente. Apostaría así a crear las condiciones de lo que la prensa ha definido aquí como “una tercera vuelta”. Sería algo parecido a lo que ocurrió en Estados Unidos el 6 de enero de 2021, cuando partidarios de Trump asaltaron el Capitolio durante la certificación formal de la victoria de Joe Biden en las elecciones de noviembre de 2020. 

El expresidente Lula da Silva ante la inestabilidad que representa su adversario, se presenta como la posibilidad de un Gobierno predecible, algo que logró en su anterior mandato. Con la educación como pilar central y la no discriminación en el acceso al sistema educativo de los más vulnerables como motor de una movilidad social que sacó a millones de la pobreza. 

“Por su cuenta y riesgo”

Ante los intentos de una tercera vuelta, son los aliados de Bolsonaro quienes aluden a la “inutilidad” de ese tipo de acciones. Señalan que el actual presidente no sólo no consiguió algo “bueno” para conquistar más espacio, sino que su campaña está manchada “con acontecimientos muy negativos”. Como, por ejemplo, lo ocurrido el pasado domingo, cuando el ex parlamentario Roberto Jefferson, un aliado íntimo, se enfrentó con ráfagas de ametralladora y granadas de mano a una patrulla de la Policía Federal que fue a detenerlo por atentar contra el orden democrático. 

Es esa percepción la que llevó a los políticos asociados a su campaña a pedirle al presidente que frene sus actitudes de cuestionamiento a la legitimidad de las elecciones. Esta nueva crisis entre el Poder Ejecutivo y los máximos niveles de la Justicia fue interpretada por la Corte como un “factor creado artificialmente” con el objetivo de favorecer la impugnación de los resultados del domingo, en caso de derrota del mandatario. El abogado de Bolsonaro, Tarcísio Vieira, indicó al diario Folha de Sao Paulo que todavía estudia “posibles nuevas medidas” al respecto, pero “desde un punto de vista estrictamente jurídico”. 

No obstante, el gobernante no cuenta con el apoyo de todos sus aliados. Muchos de ellos, como el presidente de la Cámara de Diputados Arthur Lira, le pidieron que desista de crear situaciones de ruptura: “Si Bolsonaro apuesta a pedir el atraso de la segunda vuelta, será por su cuenta y riesgo”.

En estas horas que quedan de campaña, crece la sensación de derrota inminente entre los partidarios de Bolsonaro. Lula, que presidió el país entre 2003 y 2010, obtuvo el miércoles un respaldo fuerte del también expresidente Fernando Henrique Cardoso. En un vídeo difundido a través de las redes sociales, el fundador del Partido Socialdemócrata de Brasil pidió: “Amigos y amigas, ustedes que mejoraron su vida con el Plan Real y cree en Brasil, vote en el número 13 (el de Lula)”. Estas son las circunstancias que rodean unas elecciones trascendentales para Brasil y también para América Latina.  

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