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Un caso de racismo cotidiano en Alemania

Anuncio en la estación de metro de Alexanderplatz en Berlín en el que se busca personal de limpieza: el modelo rasgos mediterráneos, no teutones. / Àngel Ferrero

Àngel Ferrero

“Cuando tres alemanes se encuentran, lo primero que hacen es fundar un club”, asegura un popular dicho en Alemania. Que se lo digan a Mithak Gedik. Hijo de inmigrantes turcos, Gedik, de 33 años, vive con su esposa y sus cuatro hijos en Sönnern, un pequeño pueblo de Westfalia de 867 habitantes. Gedik trabaja para la sucursal de una gran empresa y, como el alemán del dicho, forma parte de un club. Concretamente del St.-Georg-Schützenbrüderschaft, dedicado a la caza. Y si hubiera fallado el disparo hace un mes, su nombre seguiría siendo desconocido para el resto del país.

El pasado 18 de julio, Mithak Gedik ganó el primer premio de una competición de caza. Cuando se enteró la federación que agrupa estos clubes, el Bund der Historischen Deutschen Schützenbrüderschaften (BDHS), pidió que se le retirase el título de campeón. El motivo: Mithak Gedik es musulmán. Según el páragrafo segundo del reglamento del BDHS, estos clubes de caza son “una asociación de cristianos”, y Gedik no lo es. Es decir, que a Gedik no sólo le correspondería devolver el título, sino que nunca debería habérsele permitido afiliarse. La explicación del portavoz del BDHS, Rolf Nieborg, sólo vino a empeorar las cosas: “Nadie le preguntó por su confesión porque estaba muy bien integrado”. Efectivamente, como un columnista del diario Bild aireó recientemente en un descuido, lo que Nieborg vino a decir es que el islam es un obstáculo a la integración. “No puedo comprender que en pleno siglo XXI se discutan este tipo de cosas”, declaró Gedik a los medios. Algunos de los miembros del club incluso le sugerieron que se convirtiese al cristianismo para mantener su título.

Finalmente, el BDHS cedió a la presión pública, hizo una excepción y permitió a Gedik mantener su título y afiliación. El reglamento, sin embargo, sigue siendo el mismo. Y por cierto, desde 1933 –el año de la llegada de los nazis al poder– los judíos tienen prohibido afiliarse a estos clubes de caza, una prohibición que sigue vigente y a la que nadie parece molestar.

El racismo es banal. La xenofobia tiende a identificarse en demasiadas ocasiones con las agresiones físicas o verbales. Pero, como dijo en una ocasión Maya Angelou, el racismo “entra en nuestras mentes de manera tan sigilosa e invisible como los microbios que flotan en el aire entran en nuestros cuerpos y encuentran acomodo para el resto de su vida en nuestro torrente sanguíneo”. La Fundación para la Integración y la Migración (SVR) de Berlín realizó recientemente un curioso experimento: envió 3.500 currículos a ofertas para un puesto de formación. Cada empresa recibía dos currículos falsos: uno, el de un joven turco, el otro, el de un joven alemán. A pesar de que los dos tenían la misma calificación, los candidatos de nombre alemán tenían más posibilidades de ser entrevistados que los de nombre turco. “Tobias y Dennis eran contratados para realizar unas prácticas, Serkan y Fatih no”, dijo el semanario Der Spiegel. Una muestra de esta discriminación cotidiana puede verse estos días en la estación de metro de Alexanderplatz en Berlín. Se trata de un anuncio que busca personal de limpieza. El modelo elegido para la fotografía tiene rasgos mediterráneos. Quienes lo hicieron no se detuvieron a pensar, ni por un momento, que el candidato para un empleo mal remunerado y socialmente poco considerado fuera a ser un alemán, y menos aún uno rubio y de ojos azules.

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