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Construir mejor, hacer cumplir las normas y educar: así han aprendido Chile y México a evitar muertes en terremotos

Dos hombres observan un puente destruido tras el terremoto, en Concepción, Chile, en febrero de 2010.

María García Arenales

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En la madrugada del pasado 6 de febrero la tierra tembló en el sureste de Turquía y norte de Siria como no lo había hecho en décadas, provocando la muerte de más de 46.000 personas y dejando decenas de miles de heridos. La elevada intensidad de ambos terremotos, su localización y la potencia de las réplicas explican en gran medida la devastación generada, pero la calidad de las construcciones también ha sido un factor clave.

A pesar de que Turquía incorporó medidas más estrictas de seguridad tras el último gran seísmo de 1999, en el que murieron 17.000 personas, muchos expertos han denunciado que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha concedido durante años amnistías de construcción a empresas que no cumplían con las normativas requeridas. Ahora, mientras se recupera del nuevo temblor, de menor magnitud, que el lunes volvió a sacudir partes ya devastadas, Turquía afronta ahora una ingente tarea de reconstrucción.

Por lo general, los países situados en zonas sísmicas activas adaptan sus normas de construcción con cada terremoto de gran magnitud tras estudiar qué ha funcionado y qué debe mejorarse, pero solo algunos han logrado reducir significativamente las víctimas mortales y evitar mayores destrozos. Es el caso de Chile –que cuenta con un mayor PIB per cápita que Turquía y Siria y está clasificado como país de altos ingresos por el Banco Mundial– y México. Además de aplicar códigos de construcción más estrictos, han educado a su población para responder mejor ante estos desastres naturales a través de simulacros y planes de emergencia.

“Chile ha aprendido de cada terremoto”

Cristian Farías, geofísico y director del departamento de Obras Civiles y Geología de la Universidad Católica de Temuco en Chile, tiene claro que el factor más importante para evitar muertes tras un seísmo “es la calidad de las construcciones” y asegura que en su país “han aprendido a palos”. Los últimos cambios en diseño estructural y protección sísmica se incorporaron tras el último gran terremoto de 2010, que incluyó un temblor de 8,8 de magnitud y después un tsunami que dejó 525 muertos y una veintena de desaparecidos. 

Chile, donde la mayoría de los sismos están relacionados con el movimiento convergente de la placa de Nazca y la Sudamericana, ha aprendido de cada terremoto y ha diseñado normas para que los edificios se construyan con una estructura más resistente, a partir de hormigón armado, y con la capacidad de amortiguar el efecto del sismo en el caso de los más modernos”, explica Farías a elDiario.es. La idea es que los edificios “sean flexibles, que puedan vibrar, pero que no colapsen, por eso cada vez se buscan diseños más eficientes que puedan soportar mejor las cargas que los terremotos traspasan a los edificios”. 

Otro factor crucial a la hora de construir para evitar daños y víctimas en caso de terremotos, añade el experto, es el tipo de suelo. En el caso chileno, las ciudades suelen estar construidas en suelos gruesos que aguantan mejor los seísmos, mientras que los suelos blandos, con más presencia de fluidos, tienden a “aumentar la amplitud de ondas y, por tanto, traspasan cargas más grandes a las construcciones que se encuentran en ellos”. “Es fundamental construir de acuerdo al nivel del suelo correspondiente, entendiendo cómo se comporta ante un terremoto”, sostiene.

En Chile, un país que se extiende a lo largo de 4.200 kilómetros, la zona de mayor riesgo es la más cercana a la costa. Sin embargo, las muertes provocadas por terremotos, aclara Farías, “están más relacionadas con temas de planificación territorial”, debido a los tsunamis que se producen después de que la tierra tiemble. “Se está construyendo mucho en zonas de inundación y no se toman medidas para mitigar esos impactos. Aunque estamos bien preparados para los terremotos, nos cuesta más enfrentarnos a otro tipo de amenazas, por lo que debemos seguir trabajando para ver dónde construir y dónde no”. 

El ejemplo de México

En el caso de México, fue tras el terremoto de 1985 –el más mortífero de su historia con más de 10.000 fallecidos– y el de 2017, que provocó 369 muertes, cuando se introdujeron normas más estrictas en las regulaciones de construcción. En esa última reforma de hace seis años “se incorporaron dispositivos para el diseño dinámico como amortiguadores, contraventeos restringidos al pandeo –elementos que se destruyen con el movimiento sísmico pero que salvan el edificio– o aisladores de base, lo más avanzado en cuestión de sismorresistencia”, explica a este medio Jesús Valdez, CEO de Miyamoto International en México, compañía dedicada a la ingeniería estructural.

Los aisladores sísmicos de base son el sistema “más eficaz a nivel mundial”, señala el ingeniero constructor, aunque su coste también es muy elevado. “Es como montar un edificio sobre ruedas y, mientras el suelo sufre aceleraciones, el edificio se mantiene en su posición original. Logra aislar las fuerzas sísmicas del suelo de forma que no se transmiten a las estructuras”, dice.

Pero más allá de las normas en papel, recuerda el experto mexicano, también debe haber un control en la revisión de las construcciones. Pese al endurecimiento de las leyes, asegura Valdez, en México ha habido durante años “malas prácticas de corrupción con ingenieros que firmaban sin haber visitado los lugares de trabajo”, lo que suponía un riesgo muy grave.

Ahora, sin embargo, en lugares como Ciudad de México “está bastante regulado”, asegura el ingeniero constructor, ya que existen controles más estrictos que obligan a que el edificio sea avalado por un director de obras “y tienen responsabilidad penal en caso de que salga mal”, aclara, aunque las denuncias tras el seísmo de 2017 sobre edificios mal construidos siguen siendo frecuentes en el país. 

Otro punto clave para que los efectos de un terremoto sean menos devastadores es reforzar lo que ya está construido y expuesto al riesgo, porque existe la falsa percepción de que si un edificio ha aguantado varios terremotos ya es sismorresistente “y no siempre es así”, advierte Valdez.

“Los seísmos causan daños imperceptibles y, a medida que se van acumulando, pueden provocar un derrumbe”, explica, pero al tratarse de casas privadas es complicado llevar a cabo esos arreglos. “Aquí en México no hay una norma que obligue a propietarios a reforzar las estructuras de los edificios y están en riesgo y a veces hasta que no aparecen grietas u otros problemas graves no se toman medidas”, lamenta.

México, a diferencia de otros países con gran actividad telúrica, cuenta con un sistema de alerta sísmica, un mecanismo que comenzó a funcionar en 1991 en la capital y que a través de sensores vigila las zonas de peligro sísmico. No es un sistema infalible y, de hecho, a veces llega tarde, pero el sonido de las alarmas en las calles ha servido a muchas personas para salir de sus casas a tiempo y ponerse a salvo. Es sobre todo eficaz, explica Valdez, cuando el lugar donde ocurre el terremoto está lejos del epicentro, por lo que en el caso de Turquía, por ejemplo, “no habría funcionado”, asegura.

Además de Ciudad de México, otros siete estados de los 32 que conforman el país cuentan también con alarma antisísmica. 

Una población que sabe responder

Por mucho que la población chilena y mexicana estén familiarizadas con los terremotos, el miedo nunca desaparece. La diferencia está en que saben mejor cómo mantener la calma y actuar y eso también ayuda a que haya más probabilidad de supervivencia.

Alejarse de ventanas y objetos pesados que puedan caer, dejar las puertas abiertas para no quedarse encerrado o evitar los ascensores son algunas de las pautas que aprenden desde una edad temprana, ya que en los colegios se realizan simulacros de evacuación. Además, tanto edificios como centros de trabajo también cuentan con carteles informativos de qué hacer en caso de seísmo. 

No obstante, tanto Farías como Valdez también advierten de que con el paso del tiempo la población va olvidando, por eso reclaman más simulacros en sus respectivos países. “No podemos tener un control sobre el terremoto, no sabemos cuándo va a ocurrir, pero sí es importante el control de qué vamos a hacer, cómo reaccionamos y nos preparamos”, concluye Farías.

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