Reclinada sobre un confortable silloÌn de orejas beige, Basma bint Saud asemeja una maÌs de las miles de mujeres emprendedoras que habitan los barrios acomodados de Londres. Morena, de mirada profunda y rasgos equilibrados, maneja diversas inversiones y desde hace unos meses brega por establecer una cadena de restaurantes en el centro de una de las principales capitales financieras de Europa. Apenas exhibe joyas, maÌs allaÌ de un par de anillos de oro y un amplio brazalete repujado, y solo un elegante pantaloÌn y una camisa de alta costura certifican un estatus social elevado. Hace maÌs de una hora que el mediodiÌa se ha descolgado en los relojes, y en el amplio ventanal de su adosado, recieÌn adquirido en el barrio occidental de Acton, un manojo de rayos de sol quiebra la pluÌmbea monotoniÌa matutina.
“Perdone que le haya hecho esperar”, dice a modo de saludo mientras deposita el teleÌfono moÌvil sobre una mesilla tara ceada y alarga un pequenÌo cuenco con daÌtiles. “Como debe saber, hoy es viernes y acudimos a rezar a la mezquita. Son saudiÌes, los mejores daÌtiles del mundo”, explica. Su sencillez —ajena a cualquier tipo de protocolo—, la cercaniÌa y la afabili dad en el trato sorprenden. MaÌs cuando quien comparte con ella un pedazo de su ajetreado tiempo sabe que se trata de una alteza real, la uÌltima hija del segundo monarca de Arabia SaudiÌ y actual azote, aunque moderado, del reÌgimen que dirige su tiÌo, el rey AbdulaÌ ibn Abdulaziz. “Es verdad que tenemos muy mala imagen”, admite entre risas. “AlliÌ donde vayas, la gente tiene una idea completamente diferente de coÌmo son los saudiÌes. Creo que, al contrario de otros como Qatar, carecemos de una buena estrategia de marketing y promocioÌn de marca. Ellos tienen su imagen, tiene a Al Yazira con el que muestran la idea de aquiÌ esta mos los aÌrabes modernos, no somos terroristas... pero en reali dad compartimos los mismos problemas, no es maÌs que una cuestioÌn de propaganda”, afirma la princesa, fundadora de la organizacioÌn humanitaria Lanterns United Global, con la que difunde su lucha por la igualdad de geÌnero, la educacioÌn y los derechos en todos los rincones del mundo. Su activismo la ha llevado incluso a asomarse a la frontera entre TurquiÌa y Siria para enviar ayuda meÌdica a este uÌltimo paiÌs, en el que habitoÌ durante anÌos.
Columnista, ademaÌs de activa bloguera y empresaria, su natural empatiÌa la impulsa a preguntar por la criÌtica situacioÌn de Europa, y de EspanÌa en particular, antes de iniciar una caÌlida conversacioÌn en torno al llamado “nuevo despertar aÌrabe” y a las posibles repercusiones que este incipiente movimiento de protesta social pueda tener en Oriente Medio. Desde su perspectiva, la ola de inestabilidad y cambios que agita la zona desde 2011 es, en realidad, uno de los muchos tentaÌculos de un problema global que tiene su raiÌz en el hundimiento del actual sistema capitalista y en la marginacioÌn de los principios humanistas, y que en Arabia SaudiÌ se ha visto acuciado, ademaÌs, por la pervivencia de un sistema educativo precario, insolidario y obsoleto. “Nadie es inmune a los vientos de cambio que soplan en las naciones aÌrabes”, afirma, elevando por un instante su educado tono de voz. “A lo largo de la historia, ha habido muchos reyes que han fracasado, muchos imperios que han desaparecido. ¿Por queÌ?”, se pregunta. “Porque sus suÌbditos dejaron de quererles, porque perdieron el contacto con la rea lidad, no cambiaron, no evolucionaron junto a la gente que viviÌa a su alrededor. Los otomanos, el califato islaÌmico, los cristianos, los romanos, los fenicios... todos cayeron porque no se adaptaron, porque se encerraron en sus mundos”, se res ponde a siÌ misma antes de subrayar que, en su opinioÌn —com partida por numerosos expertos en la zona—, la agitacioÌn que estalloÌ en 2011 en buena parte de los paiÌses aÌrabes no fue en verdad una primavera, “sino maÌs bien un toÌrrido verano” de consecuencias impredecibles. “Es un problema global, un momento de cambio en la historia que debe ser aprovechado. Todo el planeta hace frente a los mismos problemas aunque de manera diferente. El mundo aÌrabe debe cambiar sus sistemas porque esos sistemas ya no funcionan. En Europa los sistemas funcionan, pero no sus pueblos, y Estados Unidos, que soliÌa ser el paiÌs democraÌtico por excelencia, es ahora el maÌs hipoÌcrita”, argumenta. “El mundo entero se colapsa por un solo y uÌnico error, el sistema monetario. Esa es la leccioÌn que debemos aprender, eso es lo que nos debe llevar a reciclar la historia, pero no solo en Arabia SaudiÌ. Formamos parte del mundo a pesar de que nos vistamos de forma diferente o nos gobernemos de manera diferente”, insiste.
La calculada franqueza de su discurso, que difunde a traveÌs de sus artiÌculos en distintos medios de comunicacioÌn aÌrabes, su extensa actividad en las redes sociales —tiene maÌs de 25.000 se guidores en Facebook—, y su estilo de vida —extremadamente liberal para los usos de la sociedad saudiÌ, donde la mujer sigue relegada a un papel secundario— le han granjeado la animad versioÌn de la clase poliÌtica y la reprobacioÌn de la casta religiosa. Divorciada, con 47 anÌos de edad y cinco hijos, la nieta del fundador de Arabia SaudiÌ denuncia sin tapujos la corrupcioÌn y las distintas violaciones de los derechos humanos que se cometen a diario en su paiÌs, uno de los maÌs retroÌgrados y hermeÌticos de la tierra. Critica con sanÌa la pobreza y las desigualdades socia les, que achaca a la ineficaz gestioÌn de los responsables de rango medio —“el problema proviene de los ministros y los funcionarios que son incapaces de cumplir con lo que se les ordena”—, y ataca con voracidad el extremismo, que considera fruto de la mediocridad e incluso de la ignorancia de los cleÌrigos, “esos que pretenden practicar el islam a traveÌs del terrorismo hacen una interpretacioÌn erroÌnea y ese ejeÌrcito de religiosos lo estaÌ utilizando de una manera completamen te distorsionada [...] El CoraÌn nos enviÌa un mensaje de cono cimiento y ¿queÌ hacemos con eso? Lo que yo percibo es un mensaje completamente diferente y opuesto a lo que el islam representa. Habla de misericordia, habla de igualdad, habla de soluciones negociadas, habla de tolerancia, habla de hu manismo, y lo que yo percibo de esa legioÌn de religiosos, no de los religiosos en el poder, es un mensaje totalmente diferente”, denuncia.
Su censura solo se atempera cuando el anaÌlisis aborda la eventual responsabilidad de la familia real, y en particular la de sus tiÌos, el propio rey AbdulaÌ y el que fuera priÌncipe here dero, Nayef (muerto escasos meses despueÌs de la entrevista), a los que se afana en defender. Niega que sea una rebelde y que su estancia en Londres, donde pasoÌ parte de su adoles cencia, sea fruto de un exilio sugerido. “Cuando comenceÌ a hablar, todo el mundo se enfadoÌ —admite—. Pero entonces les respondiÌ: hablo porque amo a mi paiÌs, hablo porque, siÌ, soy una princesa y todo el mundo cree que debo permanecer callada, pero no, mi deber es contar lo que estaÌ ocurriendo, tratar de arrojar luz sobre los problemas, y si puedo contribuir a la respuesta, entonces, por queÌ no. Puedo ponerme un velo, puedo cubrirme la cabeza, puedo vestirme como usted quiera, pero ese no es el problema. El problema es que en el Gobierno deben estar las personas que aman el paiÌs, y no los hipoÌcritas... deseo que el reino tenga estabilidad, que esteÌ unido, pero tambieÌn quiero igualdad y todo lo demaÌs para mi paiÌs... habraÌ ricos, pobres, clase media, habraÌ cientiÌficos, hombres de negocios, y todos deberaÌn ser iguales en derechos. Yo soy princesa, tuÌ eres un ciudadano, eÌl seraÌ lo que sea... pero todos iguales ante la ley, con igualdad y transparencia”, asegura antes de abogar por la educacioÌn como uÌnico antiÌdoto para curar la crisis social y espiritual que padecen tanto Arabia SaudiÌ como el resto del mundo aÌrabe desde que arrancoÌ la presente centuria.
En la tierra de Alá
Cinco mil kiloÌmetros maÌs al este, en la tierra que AlaÌ bendijo con el sello de los profetas y la cornucopia del petroÌleo, simila res llamadas a la reforma —aunque con mayor acritud— surcan de nuevo las bituminosas arenas desde que en diciembre de 2010 un movimiento de protesta popular, hijo de la indigna cioÌn y el desespero, derriboÌ en TuÌnez una de las dictaduras maÌs crueles del norte de AÌfrica. Un cataclismo poliÌtico inusitado, nacido del hartazgo y el coraje, que prendioÌ la mecha de una rebelioÌn viÌrica, larvada desde el inicio del siglo XXI en la mayo riÌa de los paiÌses aÌrabes, y que en cuestioÌn de meses se ha propagado con celeridad y diferente impacto a lo largo de Oriente Medio y el Magreb. La precipitada e inesperada huida del presidente tunecino Zine al Abidin bin AliÌ, quien halloÌ refugio precisamente en territorio saudiÌ, y la agoÌnica y humillante caiÌda de su colega egipcio Hosni Mubarak, derrocado frente a las caÌmaras de televisioÌn por su propio EjeÌrcito —que supo aprovechar la inercia generada por la algarada tunecina para enmascarar una asonada en la que trabajaba desde haciÌa anÌos— espolearon tambieÌn a los joÌvenes y a los grupos liberales sau diÌes que, al igual que sus colegas de otros estados de la regioÌn, luchan desde hace al menos una deÌcada por cambiar las dinaÌmicas de sus anquilosadas y represivas sociedades. Un combate dispar en el que han tenido que hacer frente a dos enemigos igualmente feroces y enconados: sus propios regiÌmenes policiales y el silencio de los Gobiernos occidentales, maÌs preocupados por conservar sus intereses y el statu quo en la zona que de respaldar sin ambages un proceso de transformacioÌn que ahora dicen aplaudir, aunque sin grandes alharacas y siÌ con muchas reticencias. “Arabia SaudiÌ ha quedado de momento casi indemne gracias a una eficaz combinacioÌn de potencial eco noÌmico y represioÌn cruel y efectiva, pero los problemas estructurales siguen ahiÌ, y son los mismos que padecen naciones como Egipto o TuÌnez”, explica Haizam Mohsin, periodista saudiÌ y uno de los muchos blogueros que ejercen la oposicioÌn bajo pseudoÌnimo en la red para preservar su seguridad.
“Pobreza, paro, inseguridad, extremismo, brechas sociales y frustracioÌn, sobre todo mucha frustracioÌn entre una poblacioÌn joven y mejor educada, que se multiplica diÌa a diÌa, y que debe hacer frente a una casta dirigente envejecida y corrupta, a la que cada vez le cuesta maÌs contactar con sus suÌbditos. Una auteÌntica bomba de relojeriÌa que puede estallar en cualquier momento”, resume.
Y es que, 80 anÌos despueÌs de su fundacioÌn, Arabia SaudiÌ, uno de los estados maÌs influyentes y peor conocidos de Oriente Medio, se halla atrapado en una encrucijada que atormenta su presente y proyecta negras sombras sobre su futuro. Situado en el centro geograÌfico del golfo PeÌrsico, es auÌn el principal productor y exportador de crudo del mundo. Bajo su subsuelo, los expertos creen que se esconden las mayores reservas probadas de petroÌleo mundiales. Algunos de sus priÌncipes y princesas, que suman unos 15.000 seguÌn censos no oficiales, especulan con ingentes cantidades de dinero en las bolsas de Nueva York y Londres, y hacen gala de una vida de excesos que les otorga poder e influencia en numerosas cancilleriÌas y en los principales centros de negocios del planeta. Sus dirigentes se desplazan por todo el mundo en lujosas caravanas que mueven millones de doÌlares y en casi todos los rincones les reciben con alfombras rojas, pese a que su paiÌs aparece en los primeros puestos de las listas de estados que violan sistemaÌticamente los derechos humanos. Igual pasean su aire prepotente en los jardines de la Casa Blanca como se acomodan en las austeras paredes de Downing Street o las regias estancias del Palacio de la Zarzuela. Invierten mucho, gastan maÌs y hacen acto de contricioÌn financiando la construccioÌn por todo el orbe de mezquitas que predican el wahabismo, una de las interpretaciones maÌs intransigentes, regresivas y fanaÌticas del islam. Nadie osa molestarles pese a que en su paiÌs estaÌ prohibido levantar iglesias y erigir cruces.
La oposicioÌn estaÌ silenciada y las caÌrceles, plagadas de activistas de todo tipo sometidos a torturas. Agentes armados con porras apalean en plena calle a aquellos que no estaÌn en la mezquita a la hora del rezo y molestan a las mujeres que a sus ojos se comportan de forma indecente. Hombres y mujeres estaÌn segregados por razoÌn de sexo en la vida puÌblica e incluso pueden ser detenidos si interactuÌan “de manera sospechosa” en la calle o un centro comercial. La censura estaÌ extendida y las mujeres ni siquiera tienen derecho a decidir por siÌ mismas si quieren salir solas de casa, viajar al extranjero o conducir. El robo a mano armada, la violacioÌn, el asesinato y la brujeriÌa estaÌn penados con la muerte por decapitacioÌn. Delitos menores se castigan con la amputacioÌn de extremidades. Como en tiempos de la RevolucioÌn francesa, casi cada semana decenas de personas se congregan en torno a un patiÌbulo para disfrutar de la pericia del verdugo con la espada. En ciertas escuelas y mezquitas, cleÌrigos de luengas barbas ensenÌan una versioÌn retroÌgrada e intransigente del islam. De algunas de sus aulas, y de las de las cientos de madrasas que han subvencionado en Oriente Medio, Asia Central y las regiones del oceÌano IÌndico, han salido decenas de suicidas y de apoÌstoles de la intolerancia. Quince de los diecinueve terroris tas que supuestamente perpetraron la masacre del 11 de septiem bre de 2001 en Washington y Nueva York portaban pasaporte saudiÌ. Otros muchos han segado cientos de vidas en Oriente Medio, PakistaÌn, AfganistaÌn, Chechenia o el Sahel en nombre de ideologiÌas surgidas del wahabismo maÌs extremo, una doctrina que algunos musulmanes consideran rayana con la herejiÌa.
A esta tenebrosa pintura se ha sumado, en la uÌltima deÌcada, el surgimiento de problemas sociales y econoÌmicos nuevos, propios de una sociedad dinaÌmica y capitalista, pero reheÌn del petroÌleo, las contradicciones sociales y los rigorismos religiosos, que no ha sido capaz de asumir con naturalidad su vertiginoso traÌnsito a la modernidad. En apenas siete deÌcadas, este pedazo del desierto incrustado en la exuberancia de Oriente Medio ha evolucionado desde un modelo de explotacioÌn elemental, asido a la espartana vida del desierto y a una economiÌa de subsistencia vinculada a la limitada produccioÌn agriÌcola de los oasis, el pastoreo y el comercio baÌsico, hasta un esquema de sociedad urbanizada y consumista, de grandes negocios y centros comerciales que ha agudizado las diferencias econoÌmicas y ha creado millones de parias. Donde hace apenas 60 anÌos habiÌa explotaciones datileras, caminos empolvados y austeras casas de adobe ahora descuellan imponentes rascacielos, espectaculares autopistas plagadas de miles de vehiÌculos y centros financieros en los que se cierran millonarias transacciones con todos los rincones de la Tierra. Los sobrios mercados que los primeros viajeros occidentales describen en sus escritos han sido devorados por grandes superficies comerciales, profusamente surtidas, en las que los nuevos saudiÌes, criados en la era de la abundancia, pueden abocarse al consumo abusivo como se hace en el resto del planeta. Incluso el pausado ritmo que impone el desierto ha sido alterado por la freneÌtica ansiedad de una sociedad con siÌntomas de esquizofrenia, atrapada en la titaÌnica tarea de conciliar su arraigada tradicioÌn religiosa y la ineludible evolucioÌn que ha transformado sus estructuras, pero que todaviÌa no ha sido capaz de cambiar las mentalidades.
La celeridad y el dramatismo del cambio en un periodo tan estrecho de tiempo han dejado un reguero de cadaÌveres sobre el terreno. Al igual que en Occidente, a la sombra de los cicloÌpeos edificios y las desmesuradas fortunas han surgido tambieÌn barrios chabolistas, aldeas de adobe y plaÌstico pobladas por campesinos y ganaderos olvidados, depauperados, que han emigrado a las grandes urbes en busca de un futuro que se les niega en sus lugares de procedencia. A escasos kiloÌmetros de los suntuosos palacetes y las vistosas urbanizaciones para extranjeros —en los que la vida se arrellana en una burbuja de confort— existen kiloÌmetros de arrabal en los que el asfalto es un suenÌo y la luz y el agua, un lujo al alcance de los maÌs privilegiados en un paiÌs escaso de ciertos recursos, que depende en gran parte de costosas desalinizadoras. Internet es alliÌ una quimera acunada en destartalados cafeÌs permanentemente vigilados por la mutawanna, la peculiar y anacroÌnica policiÌa saudiÌ encargada de defender —e imponer— la estricta moral que defiende la gerontocracia religiosa del reino.
La imagen es la de una piraÌmide descompensada, cuya base estaÌ formada por un ampliÌsimo sustrato de familias de las clases maÌs bajas, muchas de las cuales viven con un punÌado de doÌlares al diÌa. Un tronco estrecho y delgado integrado por una burguesiÌa media asfixiada, pero mejor instruida y con mayores ambiciones sociales que sus antepasados, que soporta los embates de la crisis y paga con esfuerzo y sin recompensa las gabelas del sistema capitalista. Y un piramidoÌn dorado, que descansa su tonelaje sobre el resto de la estructura y se nutre de ella, compuesto por una plutocracia oligaÌrquica que en el mejor de los casos vive de espaldas a aquellos que en realidad la sostienen. “La gente pobre tiene problemas maÌs acuciantes, como por ejemplo buscar comida, que conectarse a Internet, manejar Facebook, etc. Toda esa actividad que vemos (en la red) no alcanza siquiera el 30 por ciento de la poblacioÌn”, explica la princesa Basma, antes de desmontar el mito de unas sociedades aÌrabes altamente avanzadas, tecnoloÌgicamente vanguardistas y poliÌticamente concienciadas que un revoltijo de activistas y opositores ha logrado infiltrar en Occidente a traveÌs de la gran malla mundial. Es cierto que existe un vibrante movimiento reformador, pero como en el resto de paiÌses de la regioÌn se limita a un sector restringido —y en la mayoriÌa de los casos minoritario— de la poblacioÌn. “El resto de la gente no estaÌ en esta cuestioÌn, no estaÌ en las redes sociales, no estaÌ en el activismo, no estaÌ en Internet, ni siquiera estaÌ en el mundo. UÌnicamente pueden luchar cada diÌa por ganarse la vida, ganarse el pan y poder vivir de una manera respetable o intentando buscar trabajo. No tienen tiempo para saber coÌmo se maneja [Internet] y ni siquiera tienen televisioÌn”, explica frente a una antiguo bauÌl convertido en am plia mesa de madera.
“La pintura no es tan negativa”, sonriÌe al otro lado de la pantalla Haizam Mohsin. “Se han dado pasos hacia la reforma, es verdad que insuficientes y en gran parte cosmeÌticos, pero al menos algo se mueve en un reÌgimen tan anciano” que tiene que hacer frente a problemas tan variopintos como la explosioÌn de la natalidad, el cambio de modelo energeÌtico, la debilidad de su sistema educativo y la revolucioÌn poliÌtica e ideoloÌgica que experimenta la regioÌn. En algunos avanza con eÌxito: en los uÌltimos anÌos, Arabia SaudiÌ ha emprendido un plan para invertir 100.000 millones de doÌlares en energiÌas renovables y convertirse asiÌ en el mayor centro de produccioÌn y distribucioÌn de penales fotovoltaÌicos. En un paiÌs con 365 diÌas de inclemente sol, el objetivo es generar, antes de 2030, unos 14.000 megawatios solares (el equivalente a 14 reactores nucleares) para reducir el consumo interno de petroÌleo, destinar maÌs crudo al mercado exterior y satisfacer la creciente demanda de la poblacioÌn. AdemaÌs, ha diversificado sus inversiones, promovido la industria nacional para mermar la dependencia externa y ampliado su cartera de clientes, con China por vez primera como su mayor comprador de oro negro, por delante de Estados Unidos. En otros, sin embargo, planea el fracaso. El incontrolado crecimiento demograÌfico —en apenas 20 anÌos ha pasado de 10 a 27 millones de habitantes— ha disparado las desigualdades sociales y menoscabado la capacidad del estado para combatir problemas como el paro y la falta de recursos y alicientes de una sociedad joven y con un intenso sentimiento de frustracioÌn. En la misma liÌnea, las dramaÌticas transformaciones poliÌticas en paiÌses hermanos como Egipto, TuÌnez e incluso Siria han sembrado mayor incertidumbre en el seno de una familia real que esconde sus profundas discrepancias, consciente de que su legitimidad auÌn reside en el apoyo que le brinda la casta clerical y en su marchamo de brunÌidor de la unidad del reino. Al borde de un cambio generacional que se perfila tan complejo como crucial, su mayor preocupacioÌn es que esas divergencias terminen de saltar la barrera del palacio, se asienten en el debate puÌblico y desencadenen una divisioÌn que mine su autoridad y segmente el paiÌs. “Naturalmente, es posible que una combinacioÌn de incompetencia real, intrigas domeÌsticas, presioÌn externa, sentimientos populares y fracasos econoÌmicos puedan acabar con la monarquiÌa, como muchos criÌticos predicen con frecuencia, pero no hay razoÌn alguna para asumir que vaya a ocurrir”, explica el periodista norteamericano Thomas W. Lippman, antiguo director de la corresponsaliÌa de The Washington Post en Oriente Medio. “Sus dirigentes son ricos, fuertes, haÌbiles y estaÌn bien protegidos por Estados Unidos. Hacen frente a inmensos retos sociales y econoÌmicos, pero ha sido asiÌ desde que el reino se fundara. Para lo bueno y lo malo, el mundo debe asumir que la Casa de Al Saud permaneceraÌ —siempre que los ingresos del petroÌleo sigan fluyendo hacia sus cofres—”, agrega. Una afirmacioÌn que, dada la actual agitacioÌn regional, quizaÌ merezca ser matizada.