En un giro de guion inesperado, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, condicionó este lunes la entrada de Suecia a la OTAN a la reactivación del proceso de adhesión de Turquía a la Unión Europea. “Turquía ha estado esperando en la puerta de la UE durante 50 años y prácticamente todos los Estados miembro de la OTAN son miembros de la UE”, dijo. Tras levantar el veto, Ankara rascó un compromiso por escrito de Estocolmo: “Suecia apoyará activamente los esfuerzos para revitalizar el proceso de adhesión de Turquía a la UE, incluyendo la modernización de la Unión Aduanera UE-Turquía y la liberalización de visados”.
Durante un año entero, Erdogan había justificado el bloqueo por sus discrepancias con la política antiterrorista de Suecia, forzando varios cambios legislativos en el país nórdico. El Gobierno sueco también se vio forzado a levantar un embargo de armas a Turquía impuesto en 2019 tras su operación contra las milicias kurdas en el norte de Siria. La entrada en la UE estuvo fuera del debate público hasta el último día de las negociaciones.
“Realmente se trata de una estratagema o subterfugio. Turquía no tiene ninguna posibilidad de entrar en la UE y Erdogan lo sabe”, indica a elDiario.es Henri Barkey, investigador principal del think tank Council on Foreign Relations. “Tiene dos objetivos. En primer lugar, quiere alguna declaración de apoyo del secretario general de la OTAN para mostrar a su público nacional que ha conseguido concesiones. En segundo lugar, lo que realmente busca es ampliar la unión aduanera porque Turquía se encuentra al borde de una grave crisis económica que requerirá grandes cantidades de ayuda financiera, inversión extranjera directa y un mejor acceso al mercado para sus exportaciones del sector manufacturero. La profundización del acuerdo aduanero ayudaría indudablemente a las exportaciones turcas, ya que más de la mitad van a Europa”, añade Barkey, que lleva décadas siguiendo la política turca.
Timur Kuran, profesor de Estudios Islámicos en la Universidad de Duke especializado en política turca, decía en redes sociales que “los movimientos de ErdoÄan para devolver a Turquía al redil occidental” le recuerdan “a la decisión de Anwar Sadat en el verano de 1972 de poner fin a la presencia militar soviética en Egipto”.
“En 72 horas ErdoÄan ha respaldado la adhesión de Ucrania a la OTAN, ha permitido que Zelenski se lleve a casa a los 'comandantes de Azov' después de asegurar a Rusia que se quedarían en Turquía, ha levantado su veto a la entrada de Suecia en la OTAN, ha autorizado a Francia a monitorear un reactor nuclear que Rusia está construyendo en Turquía y ha pedido la reanudación de las conversaciones de adhesión a la UE”, enumera. “Este cambio puede ser táctico, ya que su hostilidad visceral hacia Occidente es bien conocida, pero, al igual que con la memorable decisión de Sadat en 1972, el pivote actual de Erdogan puede perdurar. Si trae más inversión occidental, él y su equipo pueden sentirse seducidos por la asociación con Occidente”, analiza.
Bülent Kenes es uno de esos “terroristas” que Suecia está protegiendo, según ha denunciado Erdogan. El presidente turco incluso mencionó directamente su nombre en una rueda de prensa conjunta con el primer ministro sueco en noviembre del año pasado. “Deportar a este terrorista a Turquía es muy importante para nosotros”, sostuvo. El periodista y doctor en Relaciones Internacionales cree que la maniobra de Erdogan va dirigida a un público doméstico. “Tomó una posición muy rígida con el veto a Suecia y ahora que ha tenido que cambiar utiliza la integración en la UE para justificar ese giro a nivel interno”, dice a elDiario.es.
“Ahora Erdogan y Turquía están mucho más lejos de los estándares de la UE que en 1999 [cuando se le concedió el estatus de candidato]. No hay opción de abrir la vía de la integración”, opina Kenes. “Erdogan no tiene un interés real por aproximarse a Europa, pero tácticamente cambia sus políticas sí pueden mejorar la inversión extranjera, que ha caído mucho. Ahora parece ansioso por recomponer las relaciones con la UE y ha vuelto la mirada al mundo occidental por los problemas económicos”, añade.
60 años llamando a las puertas de Europa
Turquía solicitó por primera vez un acuerdo de asociación con la Comunidad Económica Europea en 1959 y en el 63, hace justo 60 años, se convirtió en Estado asociado. Aquel documento más económico que político confirmaba y aprobaba, según el entonces ministro de Exteriores turco, “el deseo de Turquía de ser parte de Europa”. El diálogo político y el acuerdo se congelaron después del golpe de Estado militar de 1980 pero en el 87, con la democracia restituida, Turquía pidió convertirse en Estado miembro de pleno derecho. Aunque la Comisión Europea confirmó su elegibilidad dos años después, tardó otros 10 años en concederle oficialmente el estatus de candidato. Ese estatus, reconocido en 1999, le dio a Turquía acceso a fondos en forma de asistencia para la adhesión.
Erdogan fundó su partido en 2001 y, al año siguiente, obtuvo una mayoría absoluta que le permitió impulsar las ansiadas reformas para cumplir con los criterios de adhesión de Copenhague. Entre ellos estaba reducir la influencia del ejército en la política interna, que interesaba especialmente a Erdogan tras décadas de persecución al islamismo político.
La Comisión concluyó en 2004 que Turquía cumplía todos los requisitos y determinó que se podían abrir las negociaciones para su integración en la UE. El proceso iba especialmente lento. Ese mismo año, la UE admitió a 10 nuevos miembros y todos ellos habían iniciado el proceso después de Turquía. Entre ellos estaba la República de Chipre, que poco antes había rechazado en referéndum la integración en un solo Estado con la República Turca del Norte de Chipre (nacida de la invasión turca de 1974). La resolución del conflicto en Chipre era percibida en Turquía como un paso importante para la integración, pero el rechazo del referéndum redujo sus opciones de convertirse en Estado miembro.
Las negociaciones estaban divididas en 35 capítulos, desde libertad de movimiento de bienes hasta la protección intelectual. Sin embargo, varios socios europeos dejaron claro desde un principio que no apoyaban el ingreso de Turquía. En 2005 los democristianos alemanes de Angela Merkel ganaron las elecciones apostando por una “asociación privilegiada” con Ankara en lugar de su ingreso en el bloque comunitario. Dos años más tarde, Nicolas Sarkozy ganó en Francia y solo tardó unos días en anunciar un veto a la apertura de nuevos capítulos en la negociación. “Entre el ingreso y la asociación [especial], que Turquía dice que no acepta, podemos encontrar un equilibrio”, dijo en 2011 mostrando públicamente su negativa.
Ante las reticencias evidentes de algunos Estados miembro, solo se llegaron a abrir 16 capítulos y únicamente se cerró uno: el de ciencia e investigación. El intento de golpe de Estado en el verano de 2016 –con su posterior ola represiva y deriva autoritaria– supuso el remate final a un proceso que ya estaba gravemente debilitado. “El Consejo señala que Turquía se ha estado alejando de la UE”, afirmaba el Consejo de la Unión Europea en un informe de 2018. “Por lo tanto, las negociaciones de adhesión de Turquía se han paralizado y no se puede considerar la apertura o el cierre de ningún otro capítulo”, indicaba. El proceso quedaba oficialmente congelado.
“Ni siquiera Erdogan cree que el acceso a la UE sea posible para Turquía en este momento y ni Suecia ni EEUU son capaces de lograrlo”, asegura Howard Essenstat, profesor en la Universidad St. Lawrence e investigador en el Middle East Institute especializado en Turquía. “El discurso sobre la adhesión a la UE simplemente pretende camuflar el hecho de que la arriesgada política de Erdogan [con el veto a Suecia] ha resultado ser más un farol que una amenaza. Los costes de un mayor retraso habrían sido muy elevados, sobre todo en términos de las relaciones entre EEUU y Turquía”, concluye.