Las mezquitas son nuestros barracones,
las cúpulas, nuestros cascos,
los minaretes, nuestras bayonetas
y los creyentes, nuestros soldados
El joven alcalde de Estambul, Recep Tayyip Erdogan, aficionado a la poesía, recitó estos versos durante un mitin en la ciudad en 1997. El clima político era tenso. A principios de año, el Ejército, autoerigido como garante de un laicismo sagrado impuesto por el padre de la patria, Mustafá Kemal Ataturk, había forzado la dimisión del primer ministro Necmettin Erbakan, que había puesto patas arriba el establishment al ganar las elecciones y convertirse en el primer dirigente islamista en llegar al poder.
Erdogan era el pupilo de Erbakan –que había fundado el Partido Bienestar en 1983 como sucesor de otra formación ilegalizada tras otro golpe militar en 1980– y también inquietaba a la élite militar. Había retomado un polémico proyecto para construir una mezquita en el corazón de la ciudad, había prohibido el alcohol en los locales municipales y había dicho cosas como “el laicismo se nos va de las manos. Por supuesto que desaparecerá cuando la gente quiera. No se puede impedir” o “el mundo islámico está esperando a que se levante la nación musulmana turca. Nos levantaremos. La resurrección empezará”.
Aquel poema le costó una pena de prisión de varios meses por incitar al odio religioso y, en 1999, miles de personas le acompañaron como un héroe hasta las puertas de la cárcel. Erdogan se había convertido en una figura nacional. Aquel poema es un buen símbolo para entender los orígenes y la evolución del dirigente turco, que ha liderado el país ininterrumpidamente durante dos décadas sin perder una sola votación.
Tras ganar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del pasado 14 de mayo sin llegar al 50%, Erdogan llega como favorito a la segunda vuelta contra Kemal Kilicdaroglu, que se celebra este domingo. Además, el tercer candidato más votado –descalificado en la segunda ronda–, que recibió un 5% que podría ser decisivo, ha pedido el voto por el presidente. “En un sistema presidencialista, es crucial para la estabilidad que el Parlamento y la presidencia estén bajo la misma alianza de Gobierno”, ha dicho.
La transformación islamista
El padre de Erdogan lo matriculó en las denostadas escuelas religiosas imam hatip, cuyos estudiantes estaban vetados de la universidad salvo para estudiar Teología. El joven estudiante empezó a seguir los pasos de Erbakan en los años 70 y en 1981, cuando nació su segundo hijo, le llamó Necmettin en honor a su principal referente político. Su mentor proponía un estilo de confrontación con Occidente y alcanzó su punto dulce de poder en los 90. “Otros partidos tienen miembros, nosotros tenemos creyentes”, presumía.
Los sucesivos golpes militares, diferencias con Erbakan y su paso por prisión convencieron a Erdogan de que el estilo de confrontación no era el mejor modelo para llegar al poder. En el 98, la justicia había ilegalizado el Partido Bienestar de Erbakan y sus herederos fundaron el Partido de la Virtud, que también fue prohibido. La línea dura creó entonces el Partido Felicidad y los reformistas, liderados por Erdogan, fundaron el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). “Nuestro partido no es islámico. No se basa en la religión. Los medios nos han intentado colocar en esa categoría”, decía entonces un Erdogan transformado cuya prioridad había pasado a ser la adhesión a la UE y las reformas económicas y democráticas. Decía que no iba a crear nuevas escuelas religiosas y apoyaba los derechos del pueblo kurdo. Con su nueva estrategia, había conseguido aplacar los miedos dentro y fuera de Turquía.
El AKP ganó las elecciones de 2002, pero Erdogan todavía tenía un veto político que arrastraba desde aquel poema recitado en su época de alcalde y no se convirtió en primer ministro hasta el año siguiente. Cuando asumió el cargo, logró reducir la inflación a la mitad en tres años, la esperanza de vida pasó de 70 años en el 2000 a los 75,3 en 2014 y varios índices en materia de libertades mejoraron. Además, su objetivo de someter el Ejército al poder civil fue apoyado por Occidente y por la izquierda turca.
La deriva autoritaria
Con el paso de los años, la tendencia volvió a revertirse y Erdogan se deslizaba, poco a poco, hacia un marcado autoritarismo, pero elección tras elección, mantenía su mayoría absoluta. “Ambas formas de Gobierno [la moderada y la autoritaria] reflejan la preferencia de Erdogan por la maniobra táctica y su deseo de poder. Su moderación fue útil para obtener apoyo extranjero contra los militares y para construir una amplia coalición en los primeros años del AKP en el poder”, dice a elDiario.es Howard Eissenstat, profesor en St. Lawrence University e investigador en el Middle East Institute especializado en Turquía. “Su giro hacia el autoritarismo fue tanto una reacción a las protestas como su propia predilección por centralizar el poder en sus propias manos. Hasta ahora ha sido capaz de mantener las elecciones al tiempo que cimentaba su propio gobierno personalista”.
2007 fue una prueba clara del poder creciente de Erdogan. El primer ministro nombró a Abdullah Gül como candidato del AKP a la presidencia del país. La elección preocupó a las élites secularistas por su pasado islamista y por el símbolo evidente de que su mujer utilizaba el velo. Entonces el Ejército emitió un comunicado que se interpretó como una amenaza al Gobierno en el marco de sus históricas injerencias en política. “El problema de la elección presidencial está centrado en argumentos sobre el secularismo. Las fuerzas armadas son parte de esas discusiones y un defensor absoluto del secularismo”. Pero Erdogan mantuvo su apuesta y aquello se vendió como la primera vez que un Gobierno resistía a las presiones militares.
Otro momento clave en esa fase de consolidación de poder frente a las fuerzas armadas fueron los juicios de Ergenekon. Acusados de conspiración para derrocar al Gobierno de Erdogan, el proceso acabó con centenares de personas detenidas y condenadas, entre ellos periodistas, políticos y buena parte de la cúpula militar, incluido el jefe del Estado mayor, que fue castigado con cadena perpetua. En 2016, la justicia revocó las condenas, señalando que el grupo Ergenekon no había existido. Se falsearon pruebas –por ejemplo documentos de Word detallando planes del golpe que supuestamente eran del año 2002 se habían creado con una versión de Word de 2007– y otras se obtuvieron de manera ilegal.
“Entre 2002 y 2011, el AKP pasó de un amplio movimiento conservador de centroderecha a un partido islamista dirigido por islamistas hasta convertirse en una estructura al estilo politburó dominada por los leales a Erdogan”, escribe Soner Cagaptay en su libro The new sultan: Erdogan and the crisis of modern Turkey. La represión de las protestas de Gezi en 2013 fue otro de los puntos de inflexión en su deriva autoritaria. Con el Ejército debilitado, el presidente alargó su mano de hierro sobre la oposición, los medios de comunicación y el poder judicial.
Tras el intento de golpe de Estado de 2016, del que acusó al Movimiento Gülen (un antiguo socio en la lucha contra el estricto secularismo del país), el atropello de derechos humanos y la persecución a sus rivales alcanzó un nivel sin precedentes. Entre 2004 y 2020, la población encarcelada se multiplicó por 4,6 e incluso el presidente tuvo que liberar a más de 30.000 presos para dejar espacio para la entrada de nuevos reos. En 2017, el presidente ganó un referéndum muy ajustado para cambiar de un sistema parlamentario a presidencialista que le garantizaba aún más poderes.
Turquía pasó del puesto 98 en el índice de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras en 2005 al 165 (de 180) en 2023. En 2012 y 2013, el Comité de Protección de Periodistas nombró a Turquía como el mayor carcelero de periodistas, por delante de China e Irán. La ONG Freedom House señala que Turquía es el quinto país que más ha retrocedido en libertades civiles y políticas en la última década, solo por detrás de Libia, Nicaragua, Sudán del Sur y Tanzania.
Un Ataturk anti-Ataturk
“Erdogan está, justo con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, entre los inventores del populismo nativista. Su modelo lo han copiado otros líderes del mundo y consiste principalmente en afirmar que solo los que votan al gran líder son los hijos verdaderos del país”, dice Cagaptay a elDiario.es. “Solo ellos son buenos turcos y buenos musulmanes porque quieren hacer grande a Turquía de nuevo y, por tanto, los que no le votan, no son buenos ciudadanos”.
Calmados los miedos sobre el islamismo político y con el Ejército bajo control, Erdogan impulsó su agenda conservadora, totalmente opuesta a la que prometía cuando fundó el partido. En 2008, existían 456 escuelas imam hatip. Sin embargo, en una década la cifra se disparó hasta 5.138 centros.
Uno de los objetivos declarados de Erdogan es crear una “generación devota” que “trabaje en la construcción de una nueva civilización”. “La historia de las escuelas imam hatip es la historia de lo correcto, de la justicia y de la lucha por la independencia de nuestro pueblo. El camino de estas escuelas se abrió cuando se levantó la sombra del régimen custodio sobre la voluntad nacional. Durante los periodos de golpe y dictadura, nuestro pueblo, al igual que las escuelas imam hatip, fue oprimido”, dijo el presidente durante un evento en 2021 en el que destacó también que los alumnos de estas escuelas habían tenido “que posponer sus sueños universitarios” durante años. “Cuando llegamos al poder, el número de alumnos matriculados en las escuelas imam hatip era de unas 64.000 y esta cifra ha alcanzado 1.415.000 hoy”. El ministro de Educación, Mahmut Özer, añadió: “Esto es una de las revoluciones silenciosas más importantes que hemos logrado en los últimos 20 años”.
“Es un Atatürk anti-Atatürk. Tiene valores opuestos a Atatürk, es decir, que Turquía debía ser europea, laica y occidental. Erdogan apuesta por una sociedad islamista al estilo de Oriente Medio y socialmente conservadora”, dice Cagaptay a elDiario.es. “Pero al mismo tiempo es un Atatürk porque comparte su modelo jacobino de ingeniería social de arriba a abajo. Para ello, en los últimos 10 años y especialmente desde que consolidó su poder, ha utilizado la política pública educativa y las instituciones para moldear a generaciones a su propia imagen, pero ha tenido un éxito parcial”.
Eissenstat coincide. “Si el objetivo de Erdogan era rehacer la sociedad, está claro que ha fracasado. La llegada de las redes sociales y la continua globalización han permitido a la sociedad civil mantenerse viva. Si gana la oposición, creo que muchos de los cambios de las dos últimas décadas pueden deshacerse. Pero si gana el Gobierno, el lugar para la disidencia será, inevitablemente, más restringido”.
Este viraje autoritario ha ido acompañado de una creciente confrontación, a veces poco disimulada, con EEUU y Occidente. Mustafá Aydin, presidente del Consejo de Relaciones Internacionales de Turquía, decía a elDiario.es en una entrevista que Turquía estaba buscando una “autonomía estratégica” tal y como lleva solicitando parte de la UE durante años.
“Erdogan ha hecho de Turquía un país en búsqueda de autonomía”, sostiene Cagaptay. “Creo que eso va a permanecer. Erdogan ha recordado a los ciudadanos que son hijos de un imperio. Es una percepción bastante omnipresente. Incluso en circunscripciones contrarias a Erdogan la gente quiere que se reconozca a Turquía como una gran potencia”, dice. “En cuanto al legado doméstico, no va a ser tan positivo. Pasará a la historia como el hombre que transformó Turquía económicamente a mejor, pero que lo estropeó todo políticamente”.