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Irán se convierte en el paciente más preocupante en la ofensiva mundial contra el coronavirus

El viceministro iraní de Sanidad se seca el sudor durante la rueda de prensa.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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La reducción en el número de nuevos casos de coronavirus en China y la extensión del problema sanitario a otras zonas del mundo han hecho que haya un país que cada día empieza a preocupar más: Irán. Su intensa relación con otros países de la zona, en especial por el turismo religioso en la comunidad chií que moviliza a millones de personas cada año, aumenta las posibilidades de que se convierta en un centro propagador de la enfermedad por todo Oriente Medio.

El Gobierno ha admitido que hay 95 casos identificados con coronavirus que han ocasionado quince fallecimientos. Es un porcentaje extrañamente alto, el 15%, muy superior al que se ha producido en China, en torno al 2%, lo que plantea dudas sobre la fiabilidad de las estadísticas oficiales. Irán tiene 81 millones de habitantes.

“Irán es quizá el primer ejemplo de alta incidencia del COVID-19 en un país con una infraestructura sanitaria relativamente débil”, comentó a CNBC Hasnain Malik, director de un fondo de inversiones de Dubai. Los países de la región que han anunciado casos de coronavirus –Irak, Kuwait, Afganistán, Bahréin y Omán– los han achacado a personas que venían de Irán.

Un alto cargo del Gobierno es desde esta semana el símbolo de la poca confianza que despiertan sus autoridades entre los iraníes. El viceministro de Sanidad, Iraj Harirchi, apareció en una rueda de prensa el lunes dando muestras de estar visiblemente incómodo, porque, como se confirmó al día siguiente, estaba enfermo. No hacía más que tocarse la cara, sudaba con claridad y se secaba el rostro constantemente con un pañuelo de papel. Tenía a su lado al portavoz del Gobierno mientras hablaban precisamente de la crisis del coronavirus.

El viceministro también había dado una entrevista en un programa televisivo en la noche del lunes en el que se le vio toser varias veces hasta el punto de que la presentadora le preguntó si se encontraba bien.

El martes, se supo que había dado positivo por coronavirus y mucha gente se preguntó por qué no se había aislado antes. Quien ya no quiso correr más riesgos fue el portavoz del Gobierno, que había compartido el estrado con el viceministro en varias conferencias de prensa en los últimos días. El martes, no asistió a una reunión del comité especial montado por el Gobierno para afrontar la crisis y que está dirigido por el presidente Hassan Ruhaní.

Tampoco despierta mucha confianza el hecho de que las autoridades hayan reaccionado con el triunfalismo con el que se manejan en público en muchas otras crisis: dar a entender que las instituciones del Estado solucionarán todos los problemas, por lo que los ciudadanos no tienen nada que temer. El jefe de la Defensa Civil, el general Jalali, afirmó que esperan tener la situación bajo control en las próximas semanas.

Ciertas reacciones nacionalistas y adictas a las conspiraciones internacionales, que son habituales en el lenguaje político de Irán, se han repetido en esta crisis. Tanto el general Jalali como su presidente afirmaron que “los enemigos” del país pretenden que se extienda el pánico en Irán.

La situación estará normalizada el sábado, dijo Rouhaní en un exceso de optimismo que suena irreal. Insistió en que la gente no preste atención a los medios de comunicación extranjeros o a las redes sociales.

Sin embargo, una parte importante de la población, en especial los jóvenes, hace más caso a la información que comparten en redes sociales y mensajes personales que a lo que dice el Gobierno. El caso del avión ucraniano derribado por un misil antiaéreo iraní en enero, que las autoridades tardaron varios días en reconocer, perjudicó aún más la credibilidad del Gobierno y de todo un sistema político de corte autoritario.

Los iraníes creen que ahora puede estar pasando algo similar. Temen que las medidas necesarias contra el coronavirus se hayan retrasado para que no afecten a la celebración de las elecciones legislativas el pasado sábado.

Con la reunión de ese comité especial de emergencia, las autoridades sí han dado muestras de ser conscientes ahora de la gravedad de la situación. A las medidas tradicionales adoptadas en otros países –como el cierre de colegios, universidades y centros culturales–, se ha unido la petición a los ciudadanos de que no acudan a mezquitas y santuarios religiosos, un paso lógico, pero que llega demasiado tarde.

El Gobierno ha informado de que la mayoría de los casos están relacionados con la ciudad de Qom (1,2 millones de habitantes), conocida por sus numerosos centros de estudios religiosos y lugar de residencia y trabajo para buena parte de la jerarquía religiosa del país. Qom atrae a numerosos alumnos y profesores de todo el mundo al estar considerado el mejor lugar para estudiar el islam chií.

Está muy extendida la sospecha de que el coronavirus llegó a Irán a través de Qom. El jefe de la Facultad de Medicina de la universidad de Mashad se refirió de forma específica a los 800 clérigos procedentes de China que han pasado recientemente por esa ciudad. Sea porque la información no está confirmada o porque las autoridades no quieren indisponerse con un país que es absolutamente clave para la economía iraní, la agencia de noticias que informó de esas declaraciones en su información sobre el coronavirus las eliminó después.

El director de la Facultad de Medicina de Qom apareció en televisión hace unos días para restar gravedad a la crisis y afirmar que el coronavirus no era muy distinto a la gripe común. Hoy está en cuarentena en su propio hospital tras dar positivo en las pruebas.

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