Lina Britto, periodista: “Colombia fue el laboratorio de una guerra basada en la idea de que la producción de marihuana amenazaba a la hegemonía de EEUU”
La historia del narcotráfico en Colombia, fraguada entre ciudadanos estadounidenses y colombianos, irrumpe en los años 70 con la marihuana. Más tarde vendría la cocaína con sus millones de víctimas y diversos mitos distorsionados por la ficción, pero para comprender las raíces del asunto es necesario tomar como punto de partida el desarrollo de aquellos primeros cultivos de hierba en el caluroso norte del país. Lo cuenta de forma sustanciosa la historiadora colombiana Lina Britto (Medellín, 1976), docente en la universidad de Northewestern de Chicago, en un libro recién traducido al español bajo el título El boom de la marihuana, auge y caída del primer paraíso de las drogas en Colombia (Crítica).
La sangrienta guerra contra los narcóticos, orientada en clave policíaco/militar desde el Washington del presidente Richard Nixon, y ejecutada con tanta dureza como escasos resultados en suelo colombiano, arranca en la década de los 70. Por eso hoy, cuando parte del mundo occidental debate la viabilidad de la venta libre de marihuana, al tiempo que crece una industria empleada a fondo en buscar usos medicinales, solo surgen preguntas sobre la responsabilidad detrás de tantos años malgastados en estrategias represivas, violencia, satanización social y derroche de dinero estatal.
Britto, periodista doctorada en Historia Latinoamericana y del Caribe por la Universidad de Nueva York, cubre vacíos historiográficos. También desmonta mitos, y matiza una serie de prejuicios que se deban por ciertos. Desde el papel de los asistencialistas Cuerpos de Paz enviados por el presidente John F. Kennedy para amortiguar el avance del comunismo en la región, hasta las cualidades que hicieron de la bautizada como Santa Marta Gold, o Cannabis sativa, una de las variantes más apetecidas por los hippies estadounidenses que viajaban en pequeños aviones bimotor para conseguir lo mejor de esa suerte de oro colombiano, dorado y sutil, de textura sedosa y efectos contundentes.
Se trata de una investigación que ha acaparado dos décadas de vida académica. De paso por Colombia para presentar el libro, la investigadora colombiana conversa durante algo más de una hora con elDiario.es en una entrevista virtual.
¿Cuál fue la dimensión del problema de la marihuana?
Al discurso periodístico le encanta dimensionar todo en números y creo que ese es un gran problema de enfoque, porque se adhiere a la lógica que impone la llamada “Guerra contra las drogas”. Hay un afán por cuantificar el tamaño de las incautaciones de droga y el número de traficantes muertos. Por evidenciar los resultados. Por eso, parte del periodismo acaba atrapado en el mismo esfuerzo gubernamental de ese entonces, que debía rendir cuentas a las autoridades de Estados Unidos para justificar el éxito de las políticas y poder continuar con la enorme financiación del proyecto antidrogas.
En realidad el problema de los números fue un desafío muy grande durante mi investigación. Primero, porque no tenemos claro las cifras de víctimas, o personas desaparecidas, por ejemplo. En la década de los 70 no hubo un trabajo serio de recoger esas estadísticas. Tampoco en cuanto al tamaño general de la economía que se formó con el tráfico de cannabis.
Todo lo que hay son indicios que no parecen claros ni correctos. O aproximaciones hechas con información satelital por la DEA [Administración de Control de Drogas estadounidense], principalmente, y la CIA [Agencia Central de Inteligencia de EEUU], que eran quienes tenían recursos para hacerlo y compartían la información con algunas instituciones colombianas. La Asociación de Instituciones Financieras (ANIF), por ejemplo, calculaba que para 1979, más o menos, el 70% del mercado de marihuana en los Estados Unidos provenía de Colombia. También argumentaban que el valor total de las exportaciones ilegales de marihuana eran equivalentes al 83 por ciento de las exportaciones totales de café, el monocultivo base para la economía.
Lo mismo sucede en cuanto a los niveles de violencia. Creo que en la prensa de la época hay algunos trabajos rigurosos, como el de un reportero de El Tiempo que se llamaba José Cervantes Angulo. Él trabajaba en Barranquilla y publicó un librito con sus reportajes sobre este tema, llamado La noche de las luciérnagas.
En mi trabajo recojo alguna información sobre asesinatos, masacres, crímenes selectivos, o robos de cadáveres que nunca lograron identificarse, incluidos muchos norteamericanos que se accidentaron al tratar de aterrizar en sus aviones. Pero es solo un sondeo. Me centro más en hacer un análisis cualitativo, no cuantitativo y creo, en todo caso, que es una historia llena de cifras infladas, o reducidas, según la conveniencia de los involucrados.
Entonces, ¿cómo explica la relevancia que supuso la llamada bonanza marimbera para la historia del país?
Fue un quiebre histórico y económico muy grande. Nos cambió como nación, como Estado y como sociedad. Se trata de un momento de transición entre dos tiempos históricos fundamentales. De la Colombia cafetera de comienzos del siglo XX, a la Colombia de los narcóticos en que nos convertimos a finales de siglo. La marimba (marihuana) es precisamente el puente que conecta esas dos etapas. Yo digo que pasamos de la figura ficticia de Juan Valdez, que promocionaba el café colombiano en el mundo, a la de Pablo Escobar.
En términos políticos y diplomáticos hubo un cambio en la conversación, porque es el punto de inicio de una alianza inédita entre Estados Unidos y Colombia. Un giro dramático: Colombia sirvió como laboratorio de prueba para una guerra que se apoyaba en la idea de que la producción y el tráfico de marihuana representaba una amenaza para la seguridad y la hegemonía regional de los Estados Unidos. Es decir, un problema periférico, en una zona periférica, acabó convertido en objeto prioritario de cooperación binacional, con tratados y financiación militar, tecnológica y de inteligencia para erradicar las plantaciones y cortar las rutas y redes de traficantes.
Todo esto comenzó a finales de los años 60, tuvo su pico a mediados de los 70 y duró hasta mediados de los 80. Una de las tesis de mi libro es que la bonanza marimbera forma parte de un proceso más amplio que abrió las puertas para la inserción de la economía colombiana en los circuitos de los mercados internacionales.
¿A qué cree que se deben los vacíos históricos y la falta de más investigaciones?
En su momento sí fue un tema sobre el que se conversó muchísimo. En los medios hay algún seguimiento y puedes encontrar expertos de la época, y trabajos, principalmente producidos por economistas, politólogos y sociólogos. Pero después no hubo mayores adelantos y creo que se debe a varios motivos. Por un lado, el auge de la cocaína fue avasallante en los 80. Fue una historia que copó toda nuestra imaginación, todas nuestras conversaciones, y es tan profunda e intensa que casi nos olvidamos de la mercancía con que los colombianos se tomaron el mercado de drogas más grande de la historia: el norteamericano.
Y luego hay componentes culturales con elementos de discriminación, o de elitismo, que jugaron un papel en ayudarnos a olvidar la historia fundacional. Los centros de cultivo de marihuana, como la Guajira, la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá, al extremo norte de Colombia, siempre han sido vistos como los bordes de la nación, las fronteras salvajes, por antropólogos y sociólogos. La irrupción de la cocaína supuso la aparición de nuevas narrativas y estereotipos sociales.
En su libro se encarga de controvertir algunas tesis que se daban por ciertas. Una de ellas es la correlación entre economías ilegales y violencia.
Lo que hago es dar una mirada de análisis crítico a la manera en que se ha estudiado cómo funciona la violencia y la forma en que se desarrolla dentro del negocio de las drogas. Entonces, por supuesto que hubo mucha violencia durante el boom, e incluso en cierto momento se exacerbó, pero es un fenómeno que coincide en el tiempo con el declive de la bonanza marimbera.
Durante el auge, cuando los gobiernos todavía no prestaban mucha atención al tema a pesar de que tenían información, había ciertos mecanismos sociales y culturales que los participantes de estas economías ilegales ponían en funcionamiento para mantener la violencia al margen. Tenían sus propios códigos, sus pactos de reciprocidad, para competir en un contexto de relativa paz. Repito: no es que no hubiera violencia, pero no fue durante la mayoría de tiempo un mecanismo esencial en el funcionamiento del negocio.
Sin embargo, cuando la represión estatal se agudiza, movilizando al Ejército, a la Policía, arrestando a los contrabandistas y enfrentándolos con armas, los llamados marimberos reaccionan con violencia y terror. El paradigma de la ‘guerra contra las drogas’ rompe desde adentro el ejercicio de todos los códigos culturales que habían mantenido la violencia a raya. De ahí en adelante la deslealtad y la violencia se convierten en dos factores para que el negocio siga funcionando.
¿Por qué no surgen grandes capos de la marihuana?
Creo que no podemos hablar en esos términos. Esa fue, en parte, una de las razones por las que yo quería que regresáramos todos al tema de la bonanza de la marihuana. Porque cada vez que tratamos de entender el negocio de las drogas en Colombia, utilizamos los parámetros, la terminología, el imaginario que hemos desarrollado para entender la cocaína, y la cocaína en un momento muy específico. La cocaína de los 80, porque ni siquiera la cocaína de ahora funciona así, ni siquiera ahora podemos hablar de un Pablo Escobar.
Una de las cosas interesantes del negocio de la marihuana es que era muy plural y diverso. Puedes encontrar intermediarios que se hicieron un nombre, como el señor Raúl Gómez, conocido como el 'Gavilán Mayor’. Él logra tener proyección social, precisamente por esas prácticas culturales de las que hablaba antes, a través del dominio de algunas zonas cerca a Riohacha (Guajira), donde había pistas de aterrizaje. De ahí viene su apodo, porque era muy hábil en gestionar la logística para el transporte aéreo, a pesar de que no era piloto; los pilotos siempre eran los ‘gringos’.
Pero las leyendas de los capos forman parte de un lenguaje que no nos sirve para nada a la hora de entender la década de los setenta.
¿Quiénes son los actores implicados en el surgimiento del boom?
Los pioneros de esto fueron una multiplicidad de actores sociales de la región norte de Colombia, cultivadores, terratenientes, élites locales, bohemios. También compradores norteamericanos, por supuesto, individuos que se querían desmarcar de las políticas guerreristas de los Estados Unidos, hippies que se oponían a la intervención en Vietnam y que se encargaban luego de distribuir la hierba entre las clases medias estadounidenses, en las universidades.
¿Entonces los llamados Cuerpos de Paz enviados por el presidente Kennedy en los años 70 para contrarrestar el comunismo no jugaron un papel central?
Ese fue un rumor que se fue volviendo realidad, precisamente porque muchos periodistas e investigadores lo repitieron durante años. En mi trabajo de archivo y lecturas de libros no encontré fuentes. Se repite varias veces la historia, pero no se citan las fuentes.
Lo que encontré es que, por supuesto, muchos miembros de los Cuerpos de Paz, un programa que funcionó entre 1961 y 1981, participaron en este negocio, pero ellos no fueron de ninguna forma los iniciadores, ni los que se lo inventaron. Cuando algunos de ellos comenzaron a participar, el negocio ya venía marchando.
Los Cuerpos de Paz se convierten en una explicación fácil para un fenómeno más complejo. Todo esto le resultó útil más tarde a ciertos sectores de la clase política colombiana para promover la idea de que el problema era culpa de los ‘gringos’.
¿Cuál cree que será el futuro de la marihuana en un país que se encuentra entre la paradoja de la legalización y viejas cicatrices de una época muy convulsa?
No soy experta, pero creo que el tema ambiental será clave. Incluso en Estados Unidos, donde ya es legal la venta libre en la mayoría de estados, hay un debate muy fuerte porque la mayor parte de la producción es bajo techo, entonces se consumen grandes cantidades de energía eléctrica, de agua, de fertilizantes, etc. Aquí en Colombia el problema sería otro, porque la mayor parte de la producción es principalmente al aire libre, aunque hay muchas compañías trabajando de manera legal, sobre todo en el mercado farmacéutico, que están generando también una producción bajo techo. Entonces hay varios temas a tratar respecto a las plantaciones, a la deforestación, al consumo de agua, de energía eléctrica, de fertilizantes y la contaminación que producen al utilizar todos estos agroquímicos.
Ahora bien, lo ambiental también está conectado con lo social, con las relaciones humanas. Entonces allí también hay un asunto tremendo relacionado con las desigualdades sociales del país. En Colombia ya está aprobado el uso medicinal y farmacéutico, pero no el recreativo. Pero creo que el diseño de las leyes hoy beneficia a los grandes capitales y deja relegados a los pequeños productores. Entonces creo que debe haber más pedagogía, se tiene que dar una conversación pública más grande sobre sus usos y su lugar en la sociedad y la historia.
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