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El partido de Mandela pierde por primera vez la mayoría absoluta y Sudáfrica se abre a su primer gobierno de coalición en democracia

Recuento de votos después de las elecciones generales sudafricanas de 2024 en Johannesburgo, Sudáfrica, el 31 de mayo de 2024.

David Soler Crespo

1 de junio de 2024 11:52 h

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Sudáfrica ha votado cambio. Cuando en dos semanas el Congreso vote para elegir presidente lo más probable es que sea el mismo, Cyril Ramaphosa, pero ni esto está claro. Por primera vez en democracia el Congreso Nacional Africano (CNA) tendrá que sentarse a pactar tras perder la mayoría absoluta en el país y la continuidad de Ramaphosa tras perder quince puntos está en entredicho.

Aun así, el CNA ha obtenido el 40%, casi el doble que su rival más cercano, el liberal Alianza Democrática (AD) con un 21%. Tercero ha quedado el uMkhonto weSizwe (MK), partido del ex presidente Jacob Zuma con cerca de un 15% y cuarto los Luchadores por la Libertad Económica (EFF, por sus siglas en inglés) de Julius Malema, que aunque ha perdido votos y se ha quedado con un 9,5% podría ser el próximo vicepresidente.

El partido de Nelson Mandela, que abogó siempre por la unión de todos los sudafricanos tras el apartheid y puso a su partido como símbolo nacional, ha acabado por perder la mayoría precisamente por su desunión. Con el nombre del brazo armado que fundó Mandela para luchar contra el apartheid, uMkhonto weSizwe (MK), el expresidente Jacob Zuma ha acabado por dinamitar a su antiguo partido. Obligado a dimitir en 2018 ante la amenaza de una moción de censura de su propio partido por la corrupción que dañaba la imagen del CNA, Zuma acabó por unirse este año al partido de nueva creación.

El MK ha arrasado en la región de KwaZulu Natal donde tenía su bastión Zuma con un 4X% de los votos en la provincia que le han aupado hasta el tercer puesto a nivel nacional. Con una agenda más radical de izquierdas que el CNA, de tradición socialista pero amable con el libre mercado, el MK le ha robado votos al partido Luchadores por la Libertad Económica, que no esperaba perder apoyos..

Su candidato a presidente, Julius Malema, es el exlíder de las juventudes del CNA y defiende impulsar políticas marxistas y nacionalizar empresas en sectores clave, así como expropiar las tierras privadas de personas blancas para compensar las que perdió la población negra durante el apartheid.

En la oposición, la AD, el tradicional partido de los afrikáners blancos ha conseguido retener la mayoría absoluta en el Cabo Occidental, pero allí ha perdido votos ante la subida de partidos de extrema derecha como la Alianza Patriótica o el Frente para la Libertad (FFP). El primero ha centrado su campaña contra la inmigración irregular de africanos y el segundo, que nació en 1994 buscando continuar con el apartheid, abogando por la autodeterminación de los blancos afrikáners en un Estado aparte.

Los pactos definirán el rumbo del gobierno

La legislación indica que el nuevo presidente de Sudáfrica debe ser nombrado dos semanas después de las elecciones, por lo que comienza una carrera contra-reloj para ver quién formará gobierno con el CNA. Una opción es que el partido de Ramaphosa intente gobernar en solitario si no llega a un acuerdo, pero lo más probable es que sí lo haga.

Las dos opciones más plausibles es que se una con el EFF de Malema o con el MK de Zuma. Al fin y al cabo ambos dirigentes vienen del CNA y representan a antiguos votantes descontentos del partido descontentos con el gobierno y atraídos por nuevas formas políticas.

Ahora, ambos han mencionado ya expresamente que no entrarían en coalición con un gobierno encabezado por Ramaphosa. Debilitado por los resultados, él mismo podría dar un paso al lado en favor del vicepresidente Paul Mashatile. La otra opción es que su partido acabe por forzarle a irse contra su voluntad, una maniobra similar a lo que ocurrió con Zuma, quien desde fuera le devolvería la moneda. Ahora, como se ha visto con el expresidente, esto corre el riesgo de dividir aún más al partido y podría ser un tiro en el pie.

Si acaba pactando con el EFF o el MK Sudáfrica emprendería un viraje a la izquierda en lo económico. Ambos apuestan por engrandecer el Estado con la nacionalización de sectores clave como la energía o la minería. Mientras que el EFF defiende políticas marxistas, el MK bebe más del tradicionalismo zulú y buscaría concesiones para la región de KwaZulu-Natal y reivindicaciones históricas para reconocer la importancia para Sudáfrica de los zulúes, el grupo étnico mayoritario del país.

En el plano internacional esto confirmaría el viraje hacia el Sur Global con el apoyo de los BRICS+ de Sudáfrica. En la época de Zuma como presidente, Sudáfrica ya comenzó a virar hacia Oriente y eso se ha confirmado con la guerra de Ucrania, con Estados Unidos acusando al gobierno de Ramaphosa de dar armas a Vladimir Putin. Malema del EFF apoya la invasión rusa como una “guerra contra el imperialismo” y esto puede alejar a Occidente de un socio histórico en África.

La otra opción sería formar una gran coalición con la Alianza Democrática, aunque es menos probable por varios motivos. Primero, porque el Congreso Nacional Africano tendría de socio al segundo partido del país y debería ceder más peso en sus decisiones en el Ejecutivo que con los otros partidos. Segundo, porque si el CNA ha perdido votos ha sido precisamente por su izquierda con la aparición del EFF y el MK, mientras que la AD se ha mantenido en un nivel de votos similar en las últimas elecciones.

Es decir, si el CNA quiere recuperar al electorado que le daba la mayoría absoluta debe mirar a su izquierda y no a los liberales de la AD. Pactar con ellos podría mejorar la previsión económica y la visión del país por parte de los inversores, pero significaría perder todavía más su esencia y probablemente caer todavía más en futuras elecciones.

Sea con quien sea, Sudáfrica se enfrenta a una situación inédita en su corta historia democrática. Ramaphosa tendrá que sentarse a negociar y ceder por primera vez para poder ser reelegido presidente. El legado del apartheid ya no pesa tanto en un país con una edad mediana de 28 años y una generación nacida ya en democracia que ansía trabajos y un futuro económico próspero.

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