Michel Temer sonreía en su residencia mientras el resultado de las votaciones en el Senado Federal hacían realidad el impeachment contra Dilma Rousseff, con la cual se presentó dos veces a las elecciones como vicepresidente. La traicionó. Él mismo articuló el plan, codo con codo con el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, de su mismo partido, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB). Hoy ambos están detenidos.
Mientras, Rousseff sigue alegando que aquellos maquillajes contables que aprovecharon para apartarla del cargo no eran el delito de responsabilidad que pedía un proceso como el que sufrió en 2016. Solo eran una excusa.
La prisión preventiva de Michel Temer está relacionada con sobornos en la gestión de la central nuclear Angra 3, en la localidad de Angra dos Reis (Río de Janeiro). En total han sido detenidas una decena de personas por esta causa, entre otros el exministro de Minas y Energía, Moreira Franco.
Temer es licenciado en derecho, un hombre tranquilo y frío. Diputado federal durante dos décadas y presidente histórico de su partido. También es poeta. Su frase más famosa, en cambio, no está incluida en ninguno de sus libros, sino que forma parte de en una conversación telefónica con Joesley Batista, uno de los dueños de la empresa JBS. Debatían sobre la compra del silencio del preso Eduardo Cunha, su antiguo compañero de batallas. El por aquel entonces presidente consideraba fundamental que no delatara a nadie. Había que seguir ingresándole una determinada cantidad mensual: “Hay que mantener eso”, se le escuchaba decir en la grabación.
El regreso del Ejército a la toma de decisiones
El caldo de cultivo de la imponente presencia del Ejército brasileño en el Gobierno Federal liderado por Jair Bolsonaro fueron los dos años y cuatro meses de Michel Temer al frente del Ejecutivo. Él fue el que dejó el ministerio de Defensa en manos del general Joaquim Costa e Luna, el que sacó a los uniformados a las carreteras para anular una huelga de camioneros y el que decidió que la violencia urbana en Río se solucionaría con los carros blindados coordinados por el general Braga Netto.
La intervención militar en la seguridad pública del estado de Río de Janeiro ordenada por Michel Temer durante diez meses de 2018, además, no obtuvo los resultados esperados. La militarización de diversas problemáticas derivadas de la desigualdad, la falta de oportunidades, de urbanización y de salud pública no ha tenido los resultados esperados. Por el camino quedó la secretaría de Seguridad Pública de Río de Janeiro. El nuevo gobernador, Wilson Witzel, ha aprovechado el momento, como Bolsonaro a nivel nacional, y ha convertido lo que fue esa cartera en las nuevas secretarías de Policía Militar y Policía Civil.
El Ejército brasileño parecía adormecido desde la vuelta de la democracia, en 1985, pero lo cierto es que simplemente había dado un pequeño paso hacia un lado. Hoy su presencia vuelve a ser definitiva, celebrada incluso por una gran masa social. Durante estos días, el Congreso Nacional comienza a discutir la propuesta de reforma de la seguridad social presentada por el Gobierno de Bolsonaro. Nada podrá ser aprobado sin la aceptación de las condiciones que los militares exigen para su propio sistema de pensiones.
Un trofeo para la ciudadanía
Los procuradores de Curitiba, sede central del grupo de trabajo que dirige la mayor operación anticorrupción de la historia de Brasil, llevan días protestando por la decisión del Tribunal Supremo que redirigirá todos los casos de caja B al Tribunal de Justicia Electoral. Según ellos, la Justicia Electoral no tiene la estructura suficiente para seguir el ritmo de la inmensa investigación Lava Jato.
Varias concentraciones populares han intentado también movilizar a la población en este sentido. La respuesta de los procuradores de la operación Lava Jato a esta derrota en los despachos no se ha hecho esperar y han ofrecido a la ciudadanía lo que buena parte de ella reclama: mano dura contra la clase política.
El mayor trofeo que podían ofrecer a la población era, aprovechando el fin de su inmunidad como presidente, el de Michel Temer. A estas alturas, su detención satisface a todas las partes. Y ayuda a explicar mejor, al mismo tiempo, la articulación de fuerzas que consiguió forzar la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff. El Partido de los Trabajadores siempre lo denominó “golpe”. Temer y los suyos prefirieron calificarlo de “impeachment”.
El ejercicio de división ideológica, llevado a las calles, ha sido una de las claves de la llegada de la extrema derecha de Jair Bolsonaro al poder. El actual presidente apoyó con toda sus fuerzas el plan para apartar a Rousseff y se aprovechó del barrizal político para escalar posiciones hasta la cima.