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Teresa Blandón, activista feminista de Nicaragua: “Nos debatimos entre derechas antiderechos e izquierdas autoritarias”

Teresa Blandón.

Luciana Peker

22 de febrero de 2024 23:04 h

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María Teresa Blandón Gadea tiene 62 años y es una de las líderes feministas más importantes de Centroamérica. Es nicaragüense, una nacionalidad que se acortaba en la palabra nica y se agrandaba en la idea de una revolución alfabetizadora que despertaba –como el café de sus tierras fértiles– la idea de un mundo con más reparto del sabor y del saber. La nacionalidad y la revolución se pusieron mezquinas, y le arrebataron a ella y a muchas otras la posibilidad de vivir en su tierra.

“Ahora tengo que decir soy nica-centroamericana, pero, en realidad siempre lo he sido”, dice Blandón, sobre un origen que va más allá de los pasaportes, pero que se agrandó cuando viajó a Sudamérica y el Gobierno no la dejó regresar, ni a su casa ni a su estepa verde, a los pies de la hamaca en donde en vez de asentarse el mundo se contemplaba en movimiento.

“He dedicado una buena parte de mi vida a construir movimiento feminista y ahora tengo más de un año de estar en el exilio forzado a partir de la crisis sociopolítica y de derechos humanos”, relata, con una paz que forma parte de un liderazgo amoroso, centrado y que sabe mirar a los costados y al frente, a la necesidad de reconstruir un futuro con esperanza.

En 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrocó al dictador Anastasio Somoza, que presidió Nicaragua en 1937-1947 y en 1950-1956. En marzo de 1981, Ortega fue designado oficialmente Coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y en 1984 ganó las elecciones con el 67% de los votos. En 1990, las perdió, pero 16 años después, el 7 de noviembre del 2006, volvió a ganarlas con el 36% de los sufragios, tras una reforma de la Ley Electoral que permitió rebajar los votos necesarios para ganar en primera vuelta del 45% al 35%. En enero del 2007, regresó al poder, que mantiene hasta ahora gracias a que la Corte Suprema declaró en 2009 “inaplicable” el artículo 147 que prohibía la reelección.

En el 2013 Ortega impulsó la reforma de la Constitución que permitió la reelección indefinida y la elección del presidente por mayoría simple y con el poder de gobernar por decreto. En noviembre del 2021 se proclamó ganador, según el Consejo Supremo Electoral (CSE) de Nicaragua, con el 76% de los votos.

¿Qué pasó en abril de 2018, cuando la represión de las protestas estudiantiles, feministas y sociales dejó al menos 325 muertos?

Ya veníamos asistiendo a un proceso progresivo de debilitamiento de los derechos humanos, de cierre del espacio cívico, de corrupción. Pero hubo un punto de quiebre el 18 y 19 de abril del 2018, en León y en Managua. Los estudiantes protestaban porque el Gobierno no hacía nada frente a un incendio en la reserva ecológica Indio Maíz, a partir del 3 de abril, con 5.000 hectáreas arrasadas. Y las personas mayores protestaban por una reforma a la seguridad social que les robó millones de córdoba (la moneda de Nicaragua) a los jubilados (con un recorte del 5% a las pensiones).

¿Cómo se desarrollaron las protestas?

La respuesta extremadamente violenta por parte del régimen de Ortega y Rosario Murillo (vicepresidenta y esposa de Ortega) desató una ola de indignación nacional que mantuvo al país durante tres meses casi paralizado. Realizamos las protestas a pesar de tener más de 1.000 personas presas, denuncias por desapariciones, torturas y violaciones.

¿No pensó en irse del país en ese momento?

Muchas feministas nos quedamos para acompañar a las víctimas, denunciar la creciente violencia del Estado y la violencia machista. Por tres años consecutivos no salí del país porque se estaba convirtiendo en una práctica que no dejaran salir a las personas o que no las dejaran entrar.

¿Cómo se produce su expulsión?

Tuve que ir a una reunión de la Consejo Económico para América Latina (CEPAL), en Chile, como parte de La Sombrilla, una organización para la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, en el marco del Consenso de Montevideo.

El Consenso de Montevideo es el más progresista, el más avanzado, el más completo que hay en el mundo entero. Es un programa de acción con carácter vinculante que fue suscrito por los gobiernos de América Latina y el Caribe para garantizar el acceso a anticonceptivos y asegurar el aborto en condiciones seguras.

Mi vuelo tenía fecha el 1 de julio del 2022 para ir de Santiago de Chile a El Salvador y de El Salvador a Nicaragua. La línea aérea en la que viajaba me informó que tenía un listado de personas a quienes el Gobierno les prohibía la entrada y que en ese listado estaba yo. En el último trecho me dijeron que no podía viajar. Me quedé algunos meses en El Salvador y luego decidí solicitar refugio en Costa Rica, donde ahora vivo.

¿Qué es lo más difícil del exilio y qué extraña en lo cotidiano más allá de lo político?

Yo puedo sobrellevar la distancia porque sé que donde estemos podemos hacer cosas. Pero esta decisión no la tomé yo y no es una decisión menor, es una decisión mayor, que es producto de un acto de autoritarismo, de prepotencia y de rechazo total a los derechos elementales que tengo como ciudadana.

La primera reacción fue de una enorme indignación. Nicaragua es mi país, ahí nací. No le pertenece a un par de violentos, autoritarios y arbitrarios como Ortega y Rosario. No les asiste ningún derecho a prohibirle a ningún nicaragüense ni salir de su país, ni entrar a su país. El primer sentimiento fue de rabia y decir “voy a regresar”. Aunque el regreso es una promesa segura de cárcel, de malos tratos, de torturas como efectivamente les pasó a varias compañeras y compañeros que permanecieron presos en las instalaciones de la infame cárcel de Chipote.

¿Cómo una cárcel para los sandinistas se convirtió en una cárcel de los sandinistas?

El Chipote es una cárcel vieja, de Somoza, en donde estuvieron presos y torturados, Daniel Ortega y muchos de los dirigentes de la revolución sandinista (como Tomás Borge, fundador del FSLN) y en la que se cometieron cualquier cantidad de barbaridades inimaginables. En el momento en que no me dejaron entrar al país, ya había 300 presos políticos.

¿Cómo una revolución popular se vuelve una dictadura anti popular?

Hubo miles de nicaragüenses que protestaron en esta insurrección autoconvocada del 2018. Ellos decían que detrás estaba el imperialismo norteamericano, la CIA, las fuerzas neoliberales, los vendepatria, los golpistas, porque todas esas cosas nos decían. Nunca quisieron entender que la gente ya estaba harta del chantaje y manipulación. Primero fue pedir el cese de la represión y después que se vayan Ortega y Murillo, y que no vuelvan nunca más.

¿Qué se puede hacer en Nicaragua desde la clandestinidad y qué se puede hacer desde el exilio?

Desde la clandestinidad, en Nicaragua se puede hacer muy poco porque el régimen ha afinado los mecanismos de control a la disidencia para aplastarla completamente. Adentro iba a ser muy difícil esconderme y sería como estar autoencarcelada con un margen de maniobra muy pequeño.

Además, hay un montón de mujeres, jóvenes y mayores que están en el exilio. Necesitamos hacer algo hasta que logremos salir de esta nueva dictadura.

¿Qué tienen en común y por qué llegan al poder presidentes con actitudes misóginas de diferentes orígenes ideológicos, desde Javier Milei, en Argentina, hasta Daniel Ortega, en Nicaragua?

Muchos de los tipos que llegan al poder con discursos polarizantes e irresponsables tienen en su historia mucha violencia que han recibido y que han ejercido.

Los gobiernos de (el expresidente de Brasil, Jair) Bolsonaro, de (el expresidente de Estados Unidos, Donald) Trump o el del (presidente de El Salvador, Nayib) Bukele utilizan los mecanismos formales de la democracia pero los pervierten. Los utilizan para llegar al poder y, una vez en el poder, quieren cambiar las reglas del juego a su conveniencia. Se parecen en una profunda aversión a la libertad de prensa. Una de sus prioridades es molestar a la prensa independiente, someterla, amenazarla y exiliarla. Además hay una marca muy misógina y muy racista.

¿Qué se puede esperar frente a la decepción de la izquierda autoritaria y el avance de la ultraderecha?

Estamos en un retroceso atroz. Nos debatimos entre derechas antiderechos e izquierdas autoritarias y demagógicas. Hay gobiernos que nos han traicionado y eso ha generado mucho desencanto. Tenemos que pensar cómo construir otras fuerzas políticas.

Las alternativas políticas que existen en América Latina ya no nos sirven, son fuerzas muy antiguas y muy cerradas, con muy poca vocación de cambio. Necesitamos otras alianzas, con diálogos múltiples, desde las feministas, los ambientalistas, las disidencias sexuales y construir otras pedagogías. Hay que propiciar un cambio de sentido para tener un cambio de época.

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