Aquí tenemos una frase que resume nuestros tiempos: Margaret Atwood tuvo que defenderse hace poco cuando la acusaron de ser una mala feminista. Para aquellas de nosotras que tuvimos un despertar feminista cuando leímos El cuento de la criada, un titular como “El feminismo ataca a Margaret Atwood” resulta tan inverosímil como las palabras “presidente Trump”.
El crimen de Atwood fue firmar una petición en 2016 que reclamaba que un exprofesor de la Universidad de Columbia Británica acusado de conducta sexual inapropiada tuviera un juicio justo. “Si nos saltamos el sistema legal porque no nos parece efectivo, ¿qué ocupará su lugar?”, escribió Atwood el 13 de enero. “En tiempos extremos, el extremismo gana. La ideología se convierte en religión y cualquiera que no reproduce exactamente esa visión es visto como un apóstata, un hereje o un traidor. Los moderados son eliminados… el objetivo de la ideología es eliminar la ambigüedad”.
La moderación no está de moda ahora, ni moral ni políticamente. Y cuando se trata de responder a acusaciones de conducta sexual inapropiada, la moderación es vista como una actitud tibia o incluso propiciadora del delito. Algunos han argumentado que si siguiéramos el pensamiento de Atwood, Harvey Weinstein y otros como él nunca pagarían por lo que han hecho, ya que son hombres acusados de delitos sexuales pero que no han sido procesados judicialmente (aún). Sin embargo, cuando leí el artículo de Atwood, no pensé en estos casos recientes. Pensé en Woody Allen.
La saga de Allen siempre ha tenido la habilidad de ir cambiando de forma a lo largo de los años. En 1992, cuando se hizo público que Allen estaba teniendo una aventura con la hija de 20 años de Mia Farrow, Farrow lo acusó de abusar de Dylan, la hija de siete años que ambos habían adoptado.
La forma en la que la sociedad respondió a estas acusaciones fue cambiando con el tiempo. En los años 90, el público se escandalizó más con la relación de Allen con Soon-Yi, con quien lleva casado más de 20 años, que con la idea de que podría haber abusado de una niña. Pero en 2014, cuando una nueva ola de feminismo estaba emergiendo, Dylan y su hermano Ronan volvieron a pedir que se hiciera responsable a su padre de lo que supuestamente hizo, y cada vez más personas escucharon su historia.
La semana pasada se dijo que Amazon Studios está estudiando romper su relación con el director, mientras que los actores se apresuraban a distanciarse de Allen, como si de repente se hubieran enterado de estas acusaciones que son públicas desde hace 26 años. Sería entendible en el caso de Timothée Chalamet, que nació en 1995, pero es desconcertante en el caso de Colin Firth, que en 1992 tenía ya 32 años y se supone que ya sabía leer periódicos. Como dije antes, los tiempos cambian.
Hoy, el nombre de Allen es tan tóxico que parece incluso transgresor hablar de él como un caso individual y no agruparlo con Roman Polanski, un violador de menores, y Bill Cosby, que está esperando ser nuevamente juzgado por abuso sexual. Pero Polanski fue condenado y, en el caso de Cosby, muchos testimonios rápidamente se unieron a los primeros.
Allen todavía podría ser juzgado, pero en los últimos 26 años el único cambio en el caso fue la aparición del testimonio de Moses Farrow, hermano mayor de Dylan, que ha denunciado los abusos que dice que sufrió por parte de su madre. Él alega que Mia Farrow le lavó el cerebro a sus hijos en contra de Allen.
Dylan ha descartado el testimonio de su hermano por considerarlo “irrelevante”. ¿Pero por qué es la acusación de abuso de un hijo irrelevante y la de otro urgente?
Vale la pena establecer algunas verdades del caso original, que es de por sí demasiado complicado para ser reducido a un paradigma blanco y negro como algunos quieren pintarlo. Decir que Allen nunca fue procesado no es defenderlo, sino que es un hecho.
Dos investigaciones diferentes, una en 1992 y otra en 1993, concluyeron que Allen no abusó de Dylan. Luego, un fiscal dijo que tenía “causa probable” para procesarlo, pero durante la batalla entre Farrow y Allen por la custodia de sus hijos, un médico describió la relación entre Allen y Dylan como “no sexual” sino “inapropiadamente intensa, porque excluía a todos los demás”. Desde luego, el caso no está nada claro.
Entiendo por qué la gente sospecha de Allen. Mucho antes de que naciera el movimiento #MeToo, muchos ya nos exasperamos con Manhattan, su película en la que un hombre adulto mantiene una relación con una adolescente. Pero este caso no debería ser juzgado por la opinión pública y me extraña que la gente utilice la relación de Allen con Soon-Yi y el contenido de sus películas como prueba de su culpabilidad, como si su gusto por unir a hombres mayores con mujeres mucho más jóvenes fuera prueba de pedofilia. Las mujeres jóvenes no son niñas.
El movimiento #MeToo surgió porque muchas mujeres habían perdido la fe en el sistema judicial. Muchas víctimas fueron silenciadas, pero éste no es el caso de Dylan Farrow. La justicia no es “hay que creer a todas las mujeres”, como veo que muchos alegan, sino “hay que escuchar a todas las mujeres”. Y ahora que estamos escuchando a las mujeres, tenemos que decidir qué hacer con este poder que ansiábamos desde hace tanto tiempo. ¿Cómo lidiamos con casos ambiguos, o con el derecho a la presunción de inocencia?
Las condenas deben tener sustento real, o este movimiento que tanto esperábamos corre el riesgo de convertirse en algo sin sentido.
Traducido por Lucía Balducci