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No te agobies, España, pero puede que el futuro de Europa dependa de ti

Con frecuencia, la democracia entra en rumbo de colisión con las élites económicas, y no siempre de forma sutil. La situación actual de España es un buen ejemplo. Pedro Sánchez, líder de los socialistas españoles, fue depuesto el mes pasado por un golpe de su propio partido, destinado a asegurar la abstención del PSOE en el Parlamento para permitir que el conservador Mariano Rajoy volviera al Gobierno.

Muchos de los votantes tradicionales del PSOE lo consideraron una traición. Para ellos, el Partido Popular de Rajoy no es más que el ala política de una élite inescrupulosa, corrupta y de derechas. Sin embargo, las revelaciones posteriores de Sánchez dejaron al descubierto las maniobras de importantes grupos de poder.

Tras dos elecciones marcadas por el colapso del bipartidismo y la imposibilidad de formar una mayoría parlamentaria estable, Sánchez intentó un gobierno de la izquierda al estilo del portugués. Pretendía gobernar con Podemos (un partido nuevo, sugido de los movimientos de protesta contra los recortes que han devastado la sociedad española) y conseguir el apoyo de los nacionalistas catalanes.

Pero esta misma semana Sánchez reveló que un grupo de corporaciones –entre las que están varios bancos y el gigante español de telecomunicaciones, Telefónica– sabotearon su plan. Si no permitía otro gobierno de Rajoy o no aceptaba la convocatoria de otras elecciones, organizarían una feroz campaña contra él a través de uno de sus diarios, El País, el periódico más importante de España. Sencillamente, no iban a tolerar una coalición con Podemos. Era una intervención directa de poderes fácticos para impedir la formación de un Gobierno progresista.

“Sánchez ha reconocido las presiones de la oligarquía, y que cometió un error al no buscar un acuerdo con nosotros”, aseguró Pablo Iglesias, líder de Podemos. Y ciertamente, Sánchez tiene motivos para arrepentirse: intentó formar una alianza con otro de los beneficiarios de la implosión del bipartidismo, Ciudadanos, un partido de centro derecha, pero solo fue un ardid. Pidió a Podemos que apoyara dicha alianza, aunque sabía que rechazaría el ofrecimiento porque implicaba renunciar a una política económica de izquierdas. No era nada más que una forma de culpar a Podemos de la posible vuelta de Rajoy al poder.

Los socialistas españoles se encuentran ahora en una situación terrible. Sus bases están en rebeldía, y los triunfantes conservadores pueden utilizar la amenaza de nuevas elecciones, de las que el PSOE saldría mal parado, para que apoyen unos presupuestos reaccionarios. Los socialistas han iniciado el camino de sus compañeros griegos del PASOK, cuyos votantes naturales se pasaron en masa a Syriza. Además, los socialistas catalanes están tan descontentos con la jefatura del PSOE que hasta se podría producir una escisión, y Podemos se ha encontrado de repente con la posibilidad de presentarse como la única oposición real; pero eso no es un consuelo para las bases de Podemos, que se pueden ver obligadas a sufrir varios años más de un gobierno conservador del que pretendían liberarse.

La situación de España arroja luz sobre sucesos que están mucho más allá de sus fronteras. En Gran Bretaña, la oposición interna a Jeremy Corbyn señala legítimamente el hundimiento de los laboristas en las encuestas, aunque sus resultados son mejores que los de la mayoría de los partidos socialdemócratas del otro lado del Canal, lo cual dice bastante del estado de la socialdemocracia europea.

En 1997, cuando Tony Blair obtuvo su mayor victoria electoral, los socialdemócratas dominaban todo el continente, desde Alemania, Francia e Italia hasta los países escandinavos. Hoy, los partidos socialdemócratas sufren una hemorragia constante en favor de la nueva izquierda, la derecha populista y el nacionalismo cívico. Puede que los socialdemócratas alemanes sigan comprometidos con las políticas de la “tercera vía” que algunos laboristas quieren recuperar, pero languiceden con el 22% de los votos, según el último sondeo.

Entre tanto, el Frente Nacional podría superar al Partido Socialista Francés en la primera ronda de las elecciones presidenciales del año que viene; los socialdemócratas suecos se aferran al poder por los pelos mientras sus aliados nórdicos lo pierden y, a pesar de que el centroizquierda italiano sea una excepción, está en situación precaria y amenazado por el asenso del populista M5S.

Los socialdemócratas europeos se están desangrando en múltiples direcciones, con independencia del carácter más o menos progresista o derechista de sus líderes. Sus bases se han fragmentado entre votantes jóvenes y viejos, universitarios y obreros, hostiles a la inmigración y favorables a ella. La guerra destatada entre el centroizquierda y la izquierda radical europea oculta con demasiada frecuencia una verdad incómoda: que ninguna de las dos ha ofrecido hasta ahora una solución convincente para dichas fracturas ni una forma viable de organizar una coalición electoral que pueda alcanzar el poder.

Podemos está ahora ante un dilema, y su decisión tendrá repercusiones en toda Europa. A fin de cuentas, Podemos surgió de la frustración ante las élites. Hace cinco años, millones de españoles –hartos de  un poder político decidido a pasarles la factura de una crisis que ellos no habían provocado– se movilizaron por todo el país. Sin los 'indignados', Podemos y sus aliados no se habrían convertido jamás en un partido de masas. Podemos tiene mucho que enseñar a otras izquierdas europeas sobre la forma de comunicarse fuera de las zonas tradicionales de confort; pero sus resultados en las elecciones de junio fueron decepcionantes: esperaban superar al PSOE y convertirse en el segundo partido, y sufrieron el trauma del fracaso.

También han estado por debajo de lo que anunciaban los sondeos en las elecciones locales posteriores. El partido se ha sumido en un profundo examen de conciencia, e intenta encontrar el modo de democratizar sus estructuras para volver a conectar con los movimientos sociales de los que surgió.

Si Podemos logra capitalizar el desencanto con los socialistas y los conservadores, serán un ejemplo para toda la izquierda europea; si fracasan, tendrá consecuencias terribles en todo el continente. El populismo de derechas está en plena ofensiva, y ha hecho grandes avances en comunidades de trabajadores que tradicionalmente optaban por la izquierda. Si el descontento sigue creciendo en el mundo occidental, o si se produce otra crisis, la derecha populista estará en una posición perfecta para hacerse con el poder.

El viejo modelo socialdemócrata se está derrumbando, y no hay garantía de que las fuerzas progresistas puedan llenar el vacío que deja. En Polonia, la izquierda ha dejado de existir: la política se convertido en un debate entre liberales conservadores como David Cameron y populistas de derecha. Si la izquierda fracasa, Europa podía caer en un proceso de polonización.

No te agobies, España; pero puede que el futuro del continente dependa de ti.

Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez