Así estamos arriesgando los periodistas ucranianos nuestras vidas para sacar a la luz las atrocidades de Rusia
A las siete de la mañana del 23 de marzo Svetlana Zalizetskaya, directora del medio RIA-Melitopol, supo que unos hombres armados llegaron a su casa en un todoterreno blanco. Ella no estaba en la ciudad, pero sus vecinos la avisaron de que habían visto cómo unos hombres con ametralladoras sacaban a sus padres.
Los soldados rusos habían tomado Melitopol a principios de marzo, habían secuestrado al alcalde Ivan Fedorov y habían intentado forzarle a trabajar del lado ruso. Él se negó.
Al mismo tiempo, los rusos comenzaron a presionar a los periodistas: tenían que convencer a la población de que el Ejército ruso había venido para “liberar a la ciudad de los nazis”.
Zalizetskaya supo que los rusos habían desvalijado su casa, le habían quitado efectivo a su madre y se habían ido con su padre de 75 años diciendo que le traerían de vuelta a cambio de Svetlana. Alguien la llamó desde un número ucraniano y le dijo en ruso que tenía que volver a Melitopol y dejar de “escribir cosas repugnantes” en la web de noticias con más lectores de Melitopol. Al fondo pudo oír la voz de su padre repitiendo como un mantra: “No me pegan”.
“Me dijeron que, debido a mi trabajo, tendría sangre de soldados rusos en mis manos”, dice. “Les dije que eran los rusos los que habían venido a nuestra tierra y tenían a mi padre secuestrado”.
La propaganda para matar
Vladímir Putin ha dicho que el objetivo de la invasión rusa es “la desmilitarización y desnazificación de Ucrania”. Los propagandistas rusos mienten al decir que quienes dirigen Ucrania son “neonazis y drogadictos”. Todos los esfuerzos de la propaganda se han centrado en explicar a los rusos por qué lanzan bombas contra ciudades ucranianas y por qué miles de soldados están matando a ucranianos.
Las autoridades rusas prohibieron a los medios que llamaran guerra a la “operación especial para la desmilitarización y desnazificación”. En los canales estatales circula una frase por boca de funcionarios y personajes públicos: “Rusia no empieza guerras, las termina”. Es como si alguien estuviera usando 1984 de George Orwell como una hoja de ruta hacia una realidad paralela en la que “la guerra es paz”. Rusia se ha propuesto acabar con el periodismo independiente para que nadie pueda documentar las atrocidades que están cometiendo sus soldados sobre suelo ucraniano.
El 2 de abril el mundo vio fotografías de las ciudades liberadas de los invasores rusos en la región de Kiev: pequeñas ciudades, antes tranquilas, estaban repletas de cuerpos de ciudadanos asesinados. Según datos oficiales, en Bucha se descubrió una fosa común con 300 personas, incluidas mujeres, ancianos y niños.
En el distrito de Vishgorod, al norte de Kiev, se encontró el cuerpo del fotoperiodista ucraniano Max Levin entre los muertos. Había desaparecido el 13 de marzo, el día que se fue a fotografiar la ofensiva de las tropas rusas. La Fiscalía General informó de que le habían disparado dos veces a corta distancia. Max llevaba un chaleco antibalas y un casco con la palabra “press” (“prensa”) inscrita, que los asesinos tuvieron que ver. Max tenía cuatro hijos; el más pequeño tiene dos años.
Fundación 24.02
Cuando Rusia comenzó la invasión a gran escala, el 24 de febrero, mis compañeros y yo creamos la Fundación 24.02, un fondo on de emergencia para periodistas. Su lema es “la libertad necesita ojos”. Nuestra primera tarea fue encontrar chalecos antibalas y cascos para cientos de periodistas ucranianos que se encontraban completamente “desnudos” en medio de una zona de guerra.
Los encontramos, pero un chaleco y un casco no protegen de fuego de mortero, de un Kalashnikov a corta distancia o de un secuestro. Ahora estamos más centrados en ayudar con evaluaciones de riesgo y prácticas de medicina táctica. Antes, hace poco más de un mes, no podía imaginar la inmensa dimensión que iba a tomar la operación para la eliminación de periodistas en Ucrania.
Según varias fuentes, desde que comenzó la invasión han muerto entre siete y trece periodistas y más de 20 han resultado heridos. Muchos están arriesgando su vida para documentar los crímenes de Rusia, y los periodistas son uno de los objetivos importantes para los soldados rusos. Para ellos la palabra “press” escrita sobre un coche o un casco es como mostrarles una diana.
Hace poco hablé con mis compañeros de Associated Press (AP), Zhenya Maloletka y Mstyslav Chernov. Nos conocemos desde hace ya más de ocho años, desde que empezamos a trabajar como corresponsales de guerra en el Donbás. Eran prácticamente los únicos periodistas en la asediada ciudad de Mariúpol, y filmaron las fosas comunes de personas que habían muerto durante los bombardeos, incluido el ataque contra una maternidad y que mató a una mujer que estaba de parto.
No se esperaban ser testigos de tantos crímenes. Consiguieron escapar de Mariúpol, a pesar de que los canales estatales rusos habían anunciado una caza contra ellos. Dijeron que sus fotografías estaban manipuladas como parte de la “propaganda nazi”. Pasaron por 16 puntos de control rusos durante su salida. A mí me parece más un milagro que suerte.
¿Vale la pena arriesgar tu vida por unas fotos y unos vídeos? Este es el debate entre los periodistas ucranianos. En mi opinión, será un milagro si el periodismo prueba ante los tribunales internacionales que Rusia ha cometido crímenes de guerra. Si las fotografías podían parar guerras y hacer justicia hace algunas décadas, hoy ya no ayudan. Después de que los rusos bombardearan el teatro de Mariúpol, en el que se calcula que murieron a al menos 300 personas que buscaban refugio allí, Occidente no cerró los cielos sobre Ucrania. Ni siquiera anuló por completo el sistema de pagos SWIFT en Rusia.
Dudo que se tome ninguna acción contundente después de la publicación de las fotos de Bucha e Irpin. El mundo se limita a observar el dolor de otros y a expresar su profunda preocupación.
Enfrentar al silencio de Rusia
Rusia comenzó una guerra en Ucrania hace ocho años. Las falsas acusaciones de fascismo contra quienes participaron en el Maidán se convirtieron en una razón para anexionarse Crimea y ayudar a ocupar parte del Donbás. Pero Rusia no quiere que haya testigos de sus crímenes. Ha detenido y torturado a muchos periodistas ucranianos por informar sobre lo que ocurre en los territorios ocupados, como a Nastya Stanko de Hromadske TV y Stanislav Aseyev de Radio Libertad. Cientos de reporteros han arriesgado sus vidas y su salud para que el mundo pueda ver de qué es capaz Rusia, y que Rusia quiere destruir a los ucranianos.
Los rusos derribaron un vuelo a Malasia con 298 personas a bordo en 2014. Los rusos encarcelaron a decenas de ciudadanos ucranianos simplemente por estar en contra de la anexión de Crimea. Durante ocho años, Rusia ha cometido muchos crímenes que los periodistas han documentado, pero el mundo se ha limitado a observar el dolor y no ha hecho nada para poner fin a esta nueva tragedia.
Los rusos liberaron al padre de Zalizetskaya tres días después de llevárselo. A cambio, le exigieron a ella que renunciara a la presencia en redes sociales de su medio, RIA-Melitopol. Su familia sigue en la ciudad ocupada, sin opción de irse, porque los rusos se quedaron con el pasaporte de su padre.
Algunas partes del sur y el este de Ucrania están bajo control ruso. Desde el primer día detienen a activistas y periodistas. El 31 de marzo desapareció el periodista Kostyantin Ryzhenko en Jersón. Su padre, Alexander Ryzhenko, dijo a la prensa que los rusos habían ido a verle y le habían preguntado dónde estaba el periodista. Aseguraron que “tenía mucha sangre en sus manos” y que era un “nacionalista”. Un poco antes, los militares de la autodenominada “República Popular de Donetsk” secuestraron a la periodista Iryna Dubchenko, que sigue retenida en Donetsk.
Rusia está intentando silenciar a los periodistas por todos los medios violentos a su alcance. La maldad ha quedado impune durante ocho años y ha dado a luz al verdadero demonio. Y éste amenaza el concepto más esencial de la verdad.
Katerina Sergatskova es directora de Zaborona Media y cofundadora de la Fundación 24.02, que asiste a periodistas en Ucrania. Ha informado desde territorios ocupados en Ucrania e Irak. Es autora de “Goodbye, ISIS: What Remains is Future” (“Adiós, ISIS: nos queda el futuro”).
Traducción María Torrens Tillack
8