Las “chorradas microconsumistas” no bastan para parar la crisis climática mientras las empresas no cambien
Los manifestantes reunidos en Glasgow para la COP26 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021) son un grupo heterogéneo: en la manifestación del sábado vi pasar a todo el mundo, desde miembros de la internacional socialista hasta nacionalistas escoceses, desde trabajadores sanitarios hasta trabajadores en huelga del sector de la recogida de basuras, desde activistas indígenas en primera línea hasta entusiastas del ciclismo en la última.
Aunque los grupos eran muy diferentes entre sí, me llamó la atención lo común de su mensaje: todos son conscientes de que no podemos resolver la crisis climática desde el mismo sistema que la ha causado. Ya sean las industrias extractivas que destruyen las tierras indígenas o ya sean los sistemas de transporte que emiten CO2 y arrinconan a los ciclistas.
En resumen, proclaman que no podemos sobrevivir si mantenemos las dinámicas de siempre. Lamentablemente, los participantes a la conferencia se dedican precisamente a preservarlas. Con demasiada frecuencia se limitan a aportar soluciones superficiales para la crisis climática para engrasar una maquinaria centrada en obtener beneficios, la extracción de recursos y el crecimiento sin fin.
Esto queda ejemplificado por el hecho de que en la COP26 hay 503 delegados de empresas de combustibles fósiles, dos docenas más que la delegación de países con más representación. A pesar de la prohibición oficial de que el sector de combustibles fósiles participe directamente, son pocas las voces influyentes que han hecho saltar la alarma al respecto.
La huella de McDonald's
En el conjunto de la sociedad, también podemos ver esta actitud en el sinfín de anuncios de “lavado de cara verde” que se han lanzado coincidiendo con la conferencia. Un anuncio reciente de la cadena de comida rápida McDonald's presume de que la empresa recicla el aceite de cocina para convertirlo en combustible para camiones, los vasos de café para convertirlas en tarjetas de felicitación y los juguetes de plástico, en parques infantiles. Concluye con el eslogan “un cambio pequeño es un gran cambio”.
El problema es que no menciona el hecho de que sólo la huella de carbono de la carne de vacuno de McDonald's constituye 22 millones de toneladas métricas de emisiones de gases de efecto invernadero al año. Y, al mismo tiempo, publica otro anuncio con una oferta de un Big Mac doble. Nos pide que dupliquemos nuestro consumo de un producto que es desastroso para la supervivencia del planeta. El enfoque publicitario de McDonald's es emblemático de la forma en que las empresas tratan de seguir con los negocios como de costumbre, distrayéndonos del verdadero origen de los problemas. Sus anuncios representan sólo una de las muchas estrategias con las que lo consiguen.
Chorradas microconsumistas
Uno de los métodos más comunes es hacer que la crisis climática pase de ser una cuestión sistémica a una cuestión individual. Algunos defienden el sistema consumista e insisten en que es el público el que debe cambiar sus pautas de consumo, cuando en realidad las empresas nos empujan a consumir cada vez más.
George Monbiot ha rastreado la dilatada historia de esta estrategia, que comenzó en 1953 con la campaña Keep America Beautiful (Mantén la belleza de Estados Unidos), financiada por los fabricantes de envases que pretendían culpar a los “bichos en la basura” -en lugar de al cambio a los envases de plástico- del daño medioambiental.
Muestra el éxito de tales estrategias, que llevan al público a pensar que su comportamiento, como tirar la basura, es la causa principal de, por ejemplo, la contaminación de los ríos, cuando en realidad el impacto de cada uno de los individuos carece de importancia en comparación con el flujo constante de productos químicos procedentes de la agricultura y los vertidos de aguas residuales.
A este enfoque de centrarse en acciones individuales mínimas pero personales Monbiot lo llama “chorradas microconsumistas”. De hecho, las chorradas microconsumistas son un ejemplo de algo más amplio: la reducción politizada del comportamiento a la psicología individual. Los actores poderosos, como los gobiernos y las empresas, suelen culpar a los individuos de sus malas decisiones y desvían la atención sobre las presiones sociales más amplias que influyen en su comportamiento.
Esto es algo sobre lo que he escrito en relación con la crisis de la pandemia de COVID-19: el Gobierno británico culpando a los individuos por saltarse el confinamiento o por no autoaislarse cuando daban positivo, cuando el verdadero problema era la falta de ayudas del gobierno para que los ciudadanos pudieran permitirse hacerlo. O el Gobierno castigando a la gente por estar en contacto los unos con los otros, cuando el verdadero problema era la exigencia de que volvieran a trabajar de forma presencial.
Al sugerir que nuestra propia psicología frágil es el problema, el Gobierno británico trata de desviar la atención del hecho de que su negativa a actuar es el verdadero problema, la fuente última de nuestros fracasos. Lo mismo ocurre con la crisis climática.
Cambios sistémicos
En ambas crisis es clave comprender que el problema no es un comportamiento individual sin remedio. Debemos darnos cuenta de que los principales problemas se derivan de factores que afectan a toda la sociedad y que las soluciones pasan principalmente por cambios sistémicos de la sociedad.
Como en el caso de la pandemia, no podemos esperar que los ciudadanos mejoren la ventilación de sus habitaciones si se encuentran en un edificio en el que las ventanas no se abren; tampoco podemos acabar con nuestra dependencia a los automóviles que más consumen si no existen alternativas más sostenibles y accesibles al público.
Esto no significa que los comportamientos individuales sean totalmente irrelevantes para abordar la crisis climática, pero debemos pasar de un enfoque obsesivo en la psicología del consumidor a una psicología de la acción colectiva. Debemos preguntarnos qué lleva a la gente a unirse para exigir el cambio sistémico que necesitamos, y cuáles son las barreras para lograrlo.
Además, ¿cuáles son las formas de apelación y de organización que harán que los ciudadanos formen parte de la solución en lugar de frenarla o alienarla? ¿Cómo podemos organizar y facilitar la participación en acciones masivas de manera que sean espacios plenamente democráticos e inclusivos en los que todo el mundo se sienta como en casa?
Una vez adoptado este enfoque, podemos volver a la cuestión del consumo individual y preguntarnos si hay formas de hacer que nuestras elecciones personales sean una forma de generar -en lugar de alejarnos- el cambio sistémico. Tal vez podamos aprender del movimiento antiapartheid, que convirtió el boicot de los consumidores a los productos sudafricanos en un acto político manifiesto, y reunió a la gente para presionar a las instituciones para que desinvirtieran. De este modo, un movimiento de base de personas obtuvo el poder de obligar a gigantes corporativos como el Barclays Bank a cambiar sus políticas en Sudáfrica.
La conclusión es que los que están dentro de COP26 nos han defraudado con su enfoque en los negocios como siempre. Nuestros gobernantes no han actuado como líderes. Tenemos que utilizar todos los medios que tenemos para obligarles a cambiar. Para ello, no debemos ignorar las microrrealidades de nuestra vida cotidiana y nuestras elecciones diarias, sino utilizarlas como formas de construcción de movimientos.
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